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miércoles, 8 de junio de 2011

Jorge Semprún se despide de ustedes



La muerte ha alcanzado finalmente a Jorge Semprún, tras haberle seguido como un perro fiel más que como una amenaza durante la mayor parte de su larga e intensa vida. En realidad el primer Semprún murió a los 20 años en Buchenwald, casi en el mismo momento en que se presentaba en sociedad Federico Sánchez.

El joven Semprún había nacido en una familia de la gran burguesía madrileña, gente liberal, ilustrada y republicana, una verdadera rara avis en un país en el que la burguesía maridó pronto con la aristocracia en vez de enviarla al cadalso de la Historia. Jorge Semprún fue hijo de embajador de la República, exiliado temprano, resistente antifascista precoz y comunista de hierro forjado. Que en aquella Europa barrida por el tsunami nazi (aquello sí era un tsunami con todas las de la ley, y no las victorias electorales del PP español), Semprún acabara en un campo nazi de exterminio por el trabajo, parece una consecuencia inevitable. Ocurre que allá adentro se inició y creció un filósofo, político y sobre todo escritor gigantesco, que algunos años después, de vuelta a la lucha clandestina, esta vez contra el Régimen de Franco, tomaría el nombre de Federico Sánchez, un mito en la pelea por derribar el carro de mierda que era la España de aquél general de piernas cortas y voz aflautada, y una de las cumbres de las literaturas española y francesa, porque Semprún-Sánchez era más que un afrancesado un verdadero francés espiritual, y ello sin renunciar un ápice a su condición de español integral.

En 1964 Santiago Carrillo les echó a él y a Fernando Claudín del PCE. Suerte tuvieron de que en aquellos tiempos en el PCE y en su casa matriz, la URSS, ya se contentaran simplemente con excomulgar a los disidentes. En realidad a Semprún y a Claudín les echaron del PCE precisamente por ser comunistas, pero esa es otra historia. Luego Semprún evolucionó políticamente, se distanció de las siglas sin moverse del ámbito de las izquierdas, y en 1988 recibió una oferta de Felipe González para ser ministro de Cultura; para asombro de propios y extraños la aceptó, y fue un excelente ministro. Para entonces Federico Sánchez había muerto asesinado por un Jorge Semprún redivivo, que después de años de cargar a sus espaldas con la memoria de Buchenwald había comenzado a desgranarla en libros que da escalofríos leerlos. Un poco antes había dejado constancia de que seguía en la brecha de la lucha política desde la izquierda, "muertas las certidumbres pero vivas las ilusiones" como solía decir, en guiones de películas tan emblemáticas como "La guerra ha terminado" y "Z".

Su memoria vital y política, fijada por escrito a a modo de testamento anticipado, la repartió finalmente en dos libros, verdaderos ajustes de cuentas consigo mismo y con su tiempo político: "Autobiografía de Federico Sánchez" y "Federico Sánchez se despide de ustedes". Son libros ácidos, descarnados y llenos de ironía, que conviene leer para dimensionar adecuadamente en su estatura humana -a veces, miserablemente humana- a los dioses políticos del último medio siglo español.

Escribe hoy Javier Pradera en El País que según algunos viejos camaradas de los años cincuenta, fue Federico Sánchez quien creó a Jorge Semprún y no al revés. Es posible. En todo caso, Semprún y Sánchez acaban de desaparecer de escena para siempre, dejándonos un poco más pobres espiritualmente y más desnortados políticamente en esta Europa cuya idea, como dijo Semprún el año pasado durante su último viaje a Buchenwald, comenzó a forjarse precisamente tras las alambradas nazis, cuando hombres de todos los rincones del Viejo Continente se reconocían como camaradas de infortunio y se aprestaban a darse apoyo mutuo. Decía Semprún que fue la lucha antifascista la que creó la idea de la Europa unida. Jorge Semprún se ha ido cuando politicastros y juntaletras están demediando esa hermosa y sagrada idea, hasta dejarla irreconocible; Semprún se ha ido en suma, cuando más necesitamos su insobornable lucidez.

En la imagen, Jorge Semprún hablando en Buchenwald el 12 de abril de 2010, en los actos conmemorativos de la liberación de ese campo.

lunes, 7 de febrero de 2011

La última carta de Ramón J. Sender



Creo haber escrito aquí alguna vez anterior que según tradición familiar transmitida por mi madre parece que me une algún vínculo de sangre con el escritor Ramón J. Sender, seguramente el narrador español más importante del siglo XX. En concreto, Sender sería primo hermano de mi abuelo materno, y según he podido deducir por mi cuenta, un personaje de "Crónica del alba" sería un miembro muy directo de mi familia fallecido ya hace algunos años.

El caso es que al margen de esa presunta relación siempre he profesado gran aprecio por Sender, primero como escritor y luego como referente ético de la llamada España Peregrina, los transterrados por el franquismo. Del Sender novelista recuerdo con viveza "Bizancio", "El lugar de un hombre", "Réquiem por un campesino español", "La aventura equinoccional de Lope de Aguirre" y sobre todo "Imán", probablemente la mejor novela-crónica escrita en España en el siglo XX, un alegato brutal contra la guerra colonial en el norte de Marruecos, un texto demoledor que contribuyó decisivamente al desprestigio de la monarquía y del Ejército español y que abrió camino a la Segunda República.

Ramón J. Sender murió en enero de 1982. Sú última carta se la dirigió a una entonces joven escritora, directora de un colegio público en el País Vasco, que le había enviado un ejemplar del manuscrito de una novela. Una copia de la carta la tengo enmarcada sobre una balda del mueble biblioteca en el despacho de mi casa, y suelo leerla varias veces a la semana. En esa epístola breve y concisa, casi al modo de Gracián, un Sender muy enfermo se excusa por no haber leído el manuscrito y desde la sencillez del campesino aragonés que era, le da a su corresponsal un consejo impagable, que debería ser memorizado por todo aspirante a escritor:

"No tengas prisa. El tiempo carece de valor para los artistas y escritores. Cervantes escribió su Don Quijote ya viejo y gracias a él será siempre joven".

Esta es la carta completa:

"Querida colega y amiga,

Contesto tu carta con un poco de retraso en relación con Navidad y Año nuevo, pero siempre es oportuno desear a una persona querida suerte y felicidad. Así pues[,] espero y deseo que este año sea para ti tan bueno como yo lo querría para mí mismo.

Como tú dices, el libro que me mandaste no llegó. Si lo certificaste puedes reclamar. Es verdad que yo estuve durante algo menos de un mes fuera de San Diego, (en Méjico) [,] pero había alguien encargado de recibir mi correo y debió haber llegado ese manuscrito a mis manos.

En todo caso creo que debo aconsejarte que no publiques materiales inmaduros. Una sola obra bien lograda vale más que cien libros poco meditados. No tengas prisa. El tiempo carece de valor para los artistas y escritores. Cervantes escribió su Don Quijote ya viejo y gracias a él será siempre joven.

Una vez más te deseo venturas y satisfacciones. Está bien que seas directora de ese colegio de Beurko y que la gente te estime y considere en lo que vales.

Cordialmente,

Ramón J. Sender”.

sábado, 9 de octubre de 2010

Un fragmento de "La ciudad y los perros"


Cuando el viento de la madrugada irrumpe sobre La Perla, empujando la neblina hacia el mar y disolviéndola, y el recinto del Colegio Militar Leoncio Prado se aclara como una habitación colmada de humo cuyas ventanas acaban de abrirse, un soldado anónimo aparece bostezando en el umbral del galpón y avanza restregándose los ojos hacia las cuadras de los cadetes. La corneta que lleva en la mano se balancea con el movimiento de su cuerpo y, en la difusa claridad, brilla.

Fragmento de La ciudad y los perros (pág. 14), la obra cumbre de Mario Vargas Llosa.

Sigan el enlace y tendrán el texto completo de la novela en PDF.

Para que luego alguien diga que la cultura es cara...

En la imagen que ilustra el post, militares peruanos disfrazados con uniformes de época remedan el paso de la oca prusiano. En la tribuna presidencial, un selecto ramillete de quienes acaso fueron los "perros" compañeros del cadete El Poeta (Vargas Llosa) en el Leoncio Prado.

viernes, 8 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa, del compromiso social al premio Nobel



La concesión del premio Nobel de literatura a Mario Vargas Llosa, escritor peruano con pasaporte español desde los años noventa, viene a confirmar la vigencia del amplio grupo de "vacas sagradas" de la literatura castellana nacidas en América que han dado a luz la mejor narrativa en castellano del siglo XX. Ese selecto grupo de elegidos para la gloria comenzó a publicar en la Barcelona de los primeros años sesenta en Seix Barral, la editorial que comandaba Carlos Barral, luego de haber sido destetados como escritores por la agente literaria Carmen Balcells, quien inoculó en su selecta cuadra de purasangres de la pluma, entre otras virtudes de semejante o mayor rango, un afán por el coleccionismo de dólares que ríanse usted de los banqueros de Wall Street e incluso de Salvador Dalí.

Así, los García Márquez, José Donoso, Alejo Carpentier, Vargas Llosa, etc, devinieron de románticos e izquierdistas escribidores en multimillonarios fabricantes de best sellers, cuyas novelas venden cifras mareantes y se traducen a cualquier idioma que tenga alfabeto desde hace ya medio siglo. Lo fantástico de la mayor parte de los componentes de este grupo de dioses es que han sido capaces de hacer ese tránsito sin perder apenas calidad literaria.

No es el caso de Vargas Llosa. Si "La ciudad y los perros" publicada cuando Mario Vargas Llosa todavía era Marito, a sus apenas 25 años, es quizá una de las 4 ó 5 mejores novelas escritas en castellano de todos los tiempos, y el conjunto de su obra de los años sesenta y setenta es ya parte de la historia de la literatura universal, lo que vino después, de los ochenta hacia acá, es en su caso pura decadencia literaria. Las novelas de Vargas Llosa son desde hace décadas un producto industrial fabricado por alguien que conoce tremendamente su oficio y sabe como encandilar a sus lectores, pero no dejan huella alguna. Es lo que tienen los best sellers: son artículos de consumo con fecha de caducidad, al contrario que la buena literatura.

El Nobel le llega a Vargas Llosa como reconocimiento a una trayectoria creativa que tantas satisfacciones ha dado a las industrias culturales, y también como un cierto premio a su evolución ideológica. Nada queda apenas del joven revolucionario que sacudió en la conciencia de los latinoamericanos aldabonazos tan dramáticos como la mencionada "La ciudad y los perros" (si Vargas Llosa no hubiera escrito más que esas páginas, ya merecería un puesto de honor en la literatura universal), y que desnudó la mentalidad reaccionaria, militarista, meapilas y machista dominante en las sociedades americanas con títulos como "Pantaleón y las visitadoras", Conversación en la catedral" y "La tía Julia y el escribidor". Pienso que lo que vino luego, tras la publicación de "La guerra del fin del mundo" a principios de los ochenta, desmerece al autor primigenio, de modo acorde y paralelo a su evolución ideológica hacia posiciones cada vez más conservadoras; basta leer sus artículos de opinión en El País a modo de ejemplo ilustrativo. La última novela suya que leí, "La fiesta del Chivo", me pareció simplemente lo que es: un best seller entretenido mientras lo lees, pero que una vez terminado se olvida por completo.

Ahora que estamos en el bicentenario de las presuntas independencias americanas, yo me quedo con el Vargas Llosa que retrata su juventud como el cadete alias El Poeta, en ese bestial trasunto de la sociedad americana postcolonial (¿post?) prolongada hasta casi hoy mismo; sociedades en las que reinaba (¿reina?) el militarismo y el machismo hasta el delirio, y que el escritor peruano resumía en el microcosmos del colegio militar limeño Leoncio Prado. Y también con esa magistral puesta en ridículo de los "valores" que dicen poseer las instituciones militares, que representan las aventuras del capitán Pantaleón Pantoja y su tropa de putas itinerantes por las guarniciones de la selva amazónica peruana en "Pantaleón y las visitadoras"; no se pierdan el lenguaje militar estereotipado en el que el pobre capitán Pantoja redacta sus desternillantes informes. Y desde luego vuelvan a leer cuantas veces quieran la divertida "La tía Julia y el escribidor", donde el Varguitas de finales de los setenta evoca sus comienzos literarios y el amor iniciático por una mujer de su familia, en paralelo a la peripecia de un guionista de radionovelas que acaba enredando de tal manera su vida privada con su oficio de escribidor que todo llega a ser uno para él, en una sátira feroz de los usos y constumbres amorosos de la sociedad limeña.

Y en fin, recuerden siempre aquél diálogo famoso entre dos personajes de "Conversación en la catedral":

- Zavalita ¿cuándo se jodió el Perú?.

- El Perú nació jodido, amigo mío.

Lamentablemente parece que Vargas Llosa haya olvidado sus propias palabras, adoptando los puntos de vista de esos miraflorinos (habitantes del barrio más exclusivo de Lima) que criticara ásperamente en su juventud.

La fotografía que ilustra el post corresponde a los años en que Mario Vargas Llosa era joven, izquierdista, "feliz e indocumentado" (como escribió de sí mismo García Márquez evocando los años sesenta y su estancia en Barcelona).

jueves, 22 de julio de 2010

Libros para llevar en el equipaje veraniego



Les dejo algunas recomendaciones de lectura, libros que pienso vale la pena meter en el equipaje de verano:

Tres vidas de santos,
de Eduardo Mendoza.
Editorial Seix Barral.
Un volumen integrado por tres novelas cortas, escritas por el mejor Eduardo Mendoza: elegante, sencillo, humorístico, tierno. Descacharrante la primera historia, acerca de un obispo centroamericano que asiste al Congreso Eucarístico celebrado en Barcelona en 1952 y por azares del destino queda varado en esta ciudad. Todo el libro se lee de un tirón.

Viaje al poder de la mente,
de Eduard Punset.
Ediciones Destino.
Eduard Punset nos conduce a través de la caja de sorpresas que es nuestro cerebro, y nos las va descubriendo una por una con lenguaje llano, ameno y sobre todo, didáctico. Mucho más contenido que en algunas de sus apariciones televisivas, Punset se limita en este libro a divulgar contenidos científicos de altura evitando las elucubraciones y otros desmelenes que suelen acompañar al animal televisivo que es.

Amarilis
de Antonio Sarabia,
Editorial Belaqua.
Lo mejor que he leído en novela en castellano en muchos años. Escrita por un mexicano, Amarilis pinta un fresco fascinante de la España del Siglo de Oro, a años luz en cuanto a veracidad, documentación y calidad literaria de las novelitas de espadachines que pergeña cierto gacetillero contemporáneo. Antonio Sarabia se centra en la figura de Lope de Vega, autor teatral cuyos estrenos ocasionaban tumultos en el Madrid de la época. Amarilis arranca precisamente en uno de esos estrenos en un corral de comedias. La trama fluye a la vez en el escenario y en el palco, en el gallinero y en la platea, de modo que la pluma prodigiosa de Sarabia escribe para nosotros a la vez una obra de teatro del siglo XVII que podría haber firmado el mismo Lope de Vega, y un retrato de las costumbres, manías, intereses, intrigas, bajezas y en definitiva de la vida misma de una ciudad que por entonces ya estaba invadidada por los "coches, coches, coches...".

Elogio del panfleto y reivindicación de la demagogia,
de José María Izquierdo.
Editorial La hoja del monte.
Las opiniones del ciudadano José K, que el periodista José María Izquierdo viene publicando ocasionalmente en El País, recogidas ahora en un volumen tan breve como lleno de gracia, calculadamente escrito en el estilo de los periodistas de antaño y rebosante de humor arrebatador y mala leche. José K es un señor mayor y de izquierdas de toda la vida, que sentado en su café de siempre repasa en el periódico los acontecimientos que suceden en España, lo que le hace agarrarse unos cabreos de mil demonios ante el panorama político y social español, dominado por una derecha fascistoide y ladrona y una izquierda timorata y sin sustancia. Verdades como puños, en suma. Con ilustraciones de El Roto.

El honor de la República,
Ángel Viñas.
Editorial Crítica.
Este libro culmina la trilogía dedicada por el profesor Viñas a la Guerra de España. Manejando una documentación abrumadora y desvelada por el propio Viñas en archivos hasta hace poco inaccesibles (en Rusia, singularmente), Ángel Viñas traza un cuadro definitivo de los últimos meses de la República española. Entre sus muchas aportaciones, destacan dos esenciales: la liquidación del mito de Juan Negrín como "agente soviético", que Viñas desmonta pieza a pieza, y la redimensión de la URSS como un país que lejos de practicar la "solidaridad internacionalista" que proclamaba su propaganda, en realidad se aprovechó de la situación de la República para realizar grandes negocios a su costa en el más puro estilo de potencia capitalista rapaz.

domingo, 20 de junio de 2010

José Saramago, conciencia y sensibilidad



A las pocas horas de fallecer José Saramago, el humorista gráfico Forges entraba en el estudio de Radio Nacional de España para hacer en directo el programa de los sábados por la mañana. Sus compañeros se extrañaron de verle llevar corbata, una prenda que Forges nunca usa. "La llevo en homenaje a Saramago" explicó ante el micrófono, "porque una vez me dijo que no hay nada que desconcierte más a un capitalista que el ver a alguien de izquierdas con corbata".

La pequeña anécdota define perfectamente el carácter de José Saramago, del Saramago escritor, rebelde, comunista, ateo, iberista, pero por encima de todo, campesino del Portugal profundo. De sí mismo decía Saramago que dentro del escritor y antes que él, existía la persona de un campesino.

Nació José Saramago en Azinhaga, un pueblo del Ribatejo, en el seno una familia de jornaleros campesinos analfabetos. Analfabeto él mismo hasta la adolescencia, conoció la humillación de ofrecerse en la plaza del pueblo para ser contratado por jornada de trabajo. Más tarde su padre se hizo policía, y la familia emigró a Lisboa dejando a los abuelos en el pueblo, adonde José solía ir con frecuencia. De hecho, el amor y la admiración por sus familiares campesinos, sobre todo por su abuelo, cuya filosofía y cosmovisión del mundo, sencilla y pegada a la tierra, hizo suya Saramago desde niño, guió toda su vida y alimentó su mirada sobre los hombres y las cosas. De esos años mágicos a la vez que terribles habla en su maravilloso libro autobiográfico "Las pequeñas memorias".

Los años difíciles de la infancia y la adolescencia forjaron su compromiso con su clase y con su gente. Luego la guerra de España dejó una impronta indeleble en la formación ideológica de quien muy pronto entendió que la miseria que le rodeaba no era casual ni voluntad de Dios, sino la consecuencia lógica de la explotación del hombre por el hombre. En los años de la dictadura salazarista Saramago trabajó oscuramente como oficinista en Lisboa, en lo que parecía un destino paralelo al de Fernando Pessoa (al que tantas cosas le unen, y del que tantas otras le separan), y comenzó a escribir textos que tuvieron escasa difusión o fueron directamente censurados. Es tras la Revolución de los Claveles (1974) cuando un Saramago ya maduro se revela como quizá el más importante escritor en lengua portuguesa del siglo XX. Antes, en 1969, había ingresado en el clandestino Partido Comunista Portugués, en el que ocupó algunos cargos en los años posteriores a la revolución portuguesa. A la larga el Saramago comunista sin concesiones chocaría con los viejos burócratas estalinistas, que como Álvaro Cunhal, patrimonializaban el partido. De igual modo, el Saramago defensor de la Revolución cubana acabará diciendo "hasta aquí he llegado" en una carta abierta en la que denunciaba la degeneración del régimen cubano. Y es que la utopía que defendía José Saramago era tan limpia, tersa e íntegra como su escritura.

Su éxito como escritor se produce en los primeros años ochenta. Traducido a todas las lenguas importantes, sus novelas le encumbran hasta la cima de la fama. En 1998 le conceden el Premio Nobel, el único que ha obtenido Portugal. Sin embargo unos años antes, en 1993, tuvo que marchar de su país, acosado por la Iglesia católica y el gobierno del derechista Cavaco Silva, que no le perdonaron la publicación de "El Evangelio según Jesucristo", una novela en la que el ateo Saramago muestra un Jesús humano y campesino, nada divino, quizá una trasposición de la figura de su abuelo. Saramago se refugia en la isla de Lanzarote y se casa, por tercera vez, con Pilar del Río, su traductora al español, quien se convertirá en la felicidad y el apoyo de sus últimos años.

De su obra, y además de "Las pequeñas memorias" de su infancia y "El Evangelio según Jesucristo", les recomiendo leer "Memorial del convento", una novela histórica sobre la lucha contra el fanatismo y el oscurantismo religiosos, y sobre todo "La balsa de piedra", una divertida parábola contra la integración europea de los países ibéricos, cuyo argumento arranca de una hipotética fractura que se produce inopinadamente en los Pirineos a consecuencia de la cual la Península Ibérica comienza a navegar a la deriva entre África y América, mientras españoles y portugueses descubren que no sólo se alejan irremediablemente de Europa sino que que se han quedado solos sobre esa inmensa balsa pétrea, y que por consiguiente no van a tener más remedio en adelante que soportarse unos a otros.

Del coro universal que lamenta la muerte de Saramago ha disonado, horrísona, la trompetería de la secta vaticana. Aún no habían transcurrido 24 horas de la muerte del escritor portugués cuando "L'Observatore romano", el portavoz oficial de la Curia (Gobierno) de la Iglesia católica universal, vomitaba urbi et orbe todo el odio y la bilis que sienten por él unos seres abyectos que no le perdonan a Saramago el que hablara de Dios siendo ateo. Decía José Saramago que "la muerte ha inventado a Dios", y que una organización como la Iglesia Católica, y en general cuantas sostienen las religiones en pie, no sólo se basaba en un fraude descomunal sino que era el sostén ideológico principal de las injusticias en el mundo. La infame alegría por la muerte de José Saramago que trasluce esa pieza del periódico vaticano, pertenece ya por derecho propio a la Historia Universal de la Infamia.

En España la despedida a quien fue promotor del ideal iberista -lo que le valió asimismo no pocos insultos de los nacionalistas recalcitrantes portugueses y españoles-, ha sido la misma que se pudiera tributar a un intelectual compatriota muy querido. Hasta la derecha española ha dejado caer algunos elogios al escritor "desde la discrepancia ideológica", como señalaba monjilmente Mariano Rajoy en un breve suelto que firmaba ayer en El País. Seguramente a estas horas incluso Esperanza Aguirre, la presidenta de la Comunidad Autónoma Madrileña, ya sabe quién es José Saramago. Recordarán que hace unos años Aguirre respondió a una pregunta acerca de su opinión sobre la obra de Saramago con estas palabras textuales: ¿"Sara Mago, dice usted? ah sí, una gran pintora", y se quedó tan ancha. Era para desconcertar a esta derecha por lo que Saramago siempre llevaba corbata.

viernes, 12 de marzo de 2010

El premio Nobel ya nunca tendrá a Miguel Delibes



Escribo con urgencia, bajo el influjo emocional de la muerte de Miguel Delibes, que acaba de producirse esta mañana.

Así que Delibes ya nunca tendrá el premio Nobel. Lo que dicho sea de paso habla bastante mal del nivel cultural o simplemente mental de quienes manejan ese puerco mundo de los premios literarios. Ellos se lo pierden desde luego, pero habría sido bonito un reconocimiento internacional para quien, guste o no guste, ha sido el último escritor en castellano de aliento clásico. Confieso que hace pocos años firmé una petición colectiva reclamando el Nobel para Miguel Delibes, y he de decir que no me arrepiento de haberlo hecho a pesar de seguir considerando que de bastantes años hacia aquí los Nobel de literatura son una mascarada indigna.

Más importante que todo eso, con Delibes se va un modo de narrar cercano a la tierra, estrictamente campesino y pegado a las raíces de su país. Del suyo, que no del mío, porque Delibes fue un escritor castellano hasta la médula, y aunque usemos para la escritura el mismo idioma entre él y yo hay una distancia sideral, y obviamente no sólo en la calidad literaria que nos separa. Precisamente esa es la grandeza de idiomas como el castellano o el francés, vehículos en los que se expresan gentes tan distintas, que han devenido lenguas universales de cultura.

Como persona Miguel Delibes fue un hombre esencialmente conservador, pero su comprensión del medio rural, adquirida desde la propia vivencia, le acercaba extrañamente a escritores de perfil izquierdista, autores como Ramón J. Sender, quien al igual que Delibes, conoció directamente la dureza del campo español de décadas pasadas. En "Los santos inocentes", una de las obras más populares de Delibes, hay más dinamita contra el sistema caciquil y la figura de los terratenientes que en toda la producción ensayística anarcosindicalista sobre el tema. Para muchos, sin embargo, es "Cinco horas con Mario" la novela cumbre de Miguel Delibes, y acaso la mejor novela escrita en castellano en España en la segunda mitad del siglo XX. A mí me sigue pareciendo estremecedora cada vez que la vuelvo a leer, tal vez porque me aviva el recuerdo de una historia espeluznante que conocí hace ya bastantes años y que está directamente ligada a ese texto. Tal vez la explique algún día en forma de cuento.

Sin embargo el mejor Delibes está a mi juicio en "Diario de un cazador". Compré ese libro hace 30 años en una librería de Barbastro, durante una parada en un viaje al Pirineo aragonés en el "850" de una novieta que tenía en aquellos tiempos. Lo leí durante el viaje por carreteras y pueblos entonces todavía literalmente perdidos, y la prosa seca y precisa de Delibes me caló por completo. Muchos años más tarde llegué a la conclusión de que como dice Eduardo Mendoza en su último libro de cuentos, lo importante en narrativa no es lo que se dice sino cómo se dice. En ese sentido la vida menuda que traspasa "Diario de un cazador" es desde luego un vehículo para que Delibes exprese toda su capacidad como narrador, pero también el cauce para hacernos comprensiva la mirada honda y calma del hombre de campo, cuya filosofía de la vida ha sido tallada por el paso de los siglos y heredada de las generaciones que antes que él pisaron el viejo terruño. Así era en el caso de Sender, y así ha sido en el caso de Delibes.

Lo que acaba de morir no es tanto un escritor enorme como un modo de entender y vivir la vida, el modo propio y finisecular de los campesinos, que con la desaparición de Miguel Delibes pierde definitivamente la posibilidad de expresión literaria.

miércoles, 27 de enero de 2010

General de división dorado al horno sobre lecho de verduritas, una receta de Gabo


(...) y entonces se abrieron las cortinas y entró el egregio general de división Rodrigo de Aguilar en bandeja de plata puesto cuan largo fue sobre una guarnición de coliflores y laureles, macerado en especias, dorado al horno, aderezado con el uniforme de cinco almendras de oro de las ocasiones solemnes y las presillas del valor sin límites en la manga del medio brazo, catorce libras de medallas en el pecho y una ramita de perejil en la boca, listo para ser servido en banquete de compañeros por los destazadores oficiales ante la petrificación de horror de los invitados que presenciamos sin respirar la exquisita ceremonia del descuartizamiento y el reparto, y cuando hubo en cada plato una ración igual de ministro de la Defensa con relleno de piñones y hierbas de olor, él dio la orden de empezar, buen provecho señores.

Gabriel García Márquez, "El otoño del patriarca". Summa Literaria vol. 9, pág. 367 y 368. Editorial Seix Barral. Barcelona, 1985.

viernes, 22 de enero de 2010

El cónsul de Sodoma y unos sinvergüenzas de Barcelona


Les transcribo el comentario que he dejado hace un rato en el blog del programa L'hora del lector, el excelente espacio sobre libros que emite la televisión autonómica catalana, a propósito de la polémica desatada por la película o lo que sea que un puñado de indocumentados ha perpetrado usando como pretexto al poeta Jaime Gil de Biedma, aquél por cierto que medio siglo atrás se refería a la lideresa Esperanza Aguirre como "su primita tonta madrileña". Traduzco del catalán:

No he visto ni pienso ver la película sobre Gil de Biedma, más que nada porque hace muchos lustros que no pongo los pies en un cine por la misma razón por la que nunca voy a pasear por un basurero, y no quiero romper ahora una costumbre arraigada por tan poca cosa.

De todas maneras me permitiré opinar sobre esta mierdecilla filmada, oportunista ya desde su mismo título ("El cónsul de Sodoma"). Creo que hay que tener muy poca vergüenza para manipular la vida de un hombre como Jaime Gil de Biedma o cualquier otra, y hacerlo con el ojo puesto en el cajón donde van a parar las pelas de la recaudación en taquilla. Da risa que luego hablen de arte y cultura y no sé qué. Money, money. Por lo que vengo leyendo sobre el asunto, especialmente las críticas de Marsé y Llovet, los tipos que han perpetrado esta miseria saben de Gil de Biedma y de su contexto histórico lo que yo de física nuclear: cero patatero.

Y en fin, qué quieren que les diga, si Juan Marsé dice que eso es un bodrio infumable, es que es un bodrio infumable. A mi al menos, con Juan Marsé me pasa lo que a Belén Esteban con su hija Andreíta: ¡YO POR MARSÉ MAAAATOOOO!.

En la fotografía que ilustra el post, Jaime Gil de Biedma en sus últimos años.

lunes, 18 de enero de 2010

El secuestro de Miguel Hernández


Este 2010 recién estrenado se cumple el Centenario del nacimiento de Miguel Hernández. Naturalmente una efemérides así no puede dejarse pasar inmune. El vuelo de aves carroñeras sobre la figura del poeta alicantino alcanza ya proporciones escandalosas, y eso que estamos en el comienzo del año.

Para abrir boca y romper fuego, al ayuntamiento de Orihuela se le ocurrió editar un libro sobre la figura de Miguel Hernández. Dicho así, parece una iniciativa absolutamente loable; lo raro viene luego. Me explicaré. Quizá recuerden ustedes que el poeta murió en la cárcel, de tuberculosis concretamente, sin haber recibido tratamiento alguno; todo por cortesía del régimen franquista, entonces recién instaurado por la fuerza bruta de las armas y el auxilio de Adolf Hitler y Benito Mussolini. Ocurre que el ayuntamiento oriolense, ciudad natal del poeta, lo gobierna el Partido Popular (PP), es decir la derecha post/trans/neo franquista, es decir, los hijos políticos putativos -y en muchos casos, también biológicos- de quienes pusieron a Miguel Hernández entre rejas, y a tantos otros directamente ante el paredón. Será que la derecha española ha rectificado algunas de sus obsesiones en contra de los intelectuales antifascistas, y qué mejor enmienda que hacer un libro mea culpa en memoria de quien fuera una de sus víctimas más nombradas, dirá alguno de mis amables lectores especialmente ingenuo. Pues no, no han rectificado nada. Según El País de 28-12-2009, el bodrio, perpetrado por un tal Barcala Candel y que lleva por título El canto del cisne de un poeta, homenaje a Miguel Hernández, es un libro lleno de "poemas machistas, insultos al presidente Zapatero y con alabanzas a algunos dirigentes del PP".

Átenme esa mosca por el rabo. A un represaliado por el franquismo -tan represaliado que acabó muriendo en las cárceles fascistas-, la derecha patria lo convierte en proyectil arrojadizo contra la izquierda actual y encima, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, les sirve para hacer la pelota al grupillo de representantes locales del PP, además de avergonzar hasta a un maltratador compulsivo con un despliegue de ripios machistas. Sobre la calidad de los versos del vate ultraderechista homenajeador, lean unos inspirados versitos en los que Barcala Candel describe las cualidades que adornan a su mujer ideal:

La quiero noble, virtuosa y entendida / Pero que en nada ella se destaque / Buena de salud y sin achaquez, / Pero no sea superior a mi, la pretendida / Que vista correctamente y no liviana. / Limpia, decente y nunca casquivana / Magra de carnes que ya la edad la hará pesada / pero ¡por dios! que no sea pródiga la condenada.

No para ahí el desvarío conmemorativo. Resulta que la memoria de aquél cabrero que leía versos encendidos a las tropas de la República, es hoy propiedad privada de una Fundación que administra celosamente los beneficios contantes y sonantes que dicha memoria produce. Y, faltaría más, quienes manejan el asunto pretenden controlar y lucrase con todas y cada una de las iniciativas que puedan generarse a lo largo de este año (y obviamente de los siguientes). El propio Estado español se ha visto mediatizado por la Fundación Miguel Hernández; las propias instituciones públicas han tenido que plegarse al diktat de quienes administran al poeta. Y es que en el concepto capitalista de la cultura, Miguel Hernández es hoy nada más -y nada menos- que una máquina de hacer dinero. Santa Propiedad Privada vuelve a ser la excusa para que algunos se forren económicamente con lo que en realidad, es propiedad de todos. Porque el legado literario, intelectual y ético de Miguel Hernández no puede ser privatizado por Fundación alguna, ni siquiera por sus propios descendientes; a uno no le toca en suerte un pariente como le toca el Gordo de Navidad.

Y por cierto, a quienes defiendan supuestos derechos o prelaciones familiares, hay que recordarles que Josefina Manresa, la viuda de Miguel, y Miguelito, el hijo al que el poeta dedicó aquellas tremendas "Nanas de la cebolla" escritas en su celda de moribundo, casi murieron de hambre en la larga y oscura postguerra española, según testimonió repetidamente la propia Josefina.

El legado de Miguel Hernández es nuestro, de todos, y la obligación del Estado es preservarlo para todos, los que hoy vivimos y los que vengan después, expropiándolo de las manos privadas en las que ahora se halla secuestrado. Aquí no se está hablando de si hay que pagar o no cánons por descargarse una cancioncilla de Internet, sino de si la cultura popular pertenece al género humano o es una vulgar vaca lechera cuyas tetas ordeñan algunos en nombre de una ideología cuyos adherentes, de un modo u otro, enviaron a la muerte entonces a Miguel Hernández.

En la fotografía que ilustra el post, Miguel Hernández lee versos a las tropas republicanas en algún lugar indeterminado del frente de la Zona Centro.

martes, 3 de noviembre de 2009

La cultura europea de luto. Fallecen López Vázquez, Francisco Ayala y Lévy-Strauss


En menos de 24 horas las páginas culturales de los principales diarios se han convertido en una sucursal de la sección que acoge las necrológicas. Todavía andamos con el corazón encogido por el fallecimiento del actor José Luis López Vázquez cuando nos enteramos de que acaba de morir el escritor Francisco Ayala, y hace apenas unos minutos acabo de leer en la edición electrónica de El País que también se ha ido en las últimas horas Claude Lévi-Strauss, quizá el último "maître à penser" europeo.

Los tres tienen en común la avanzada edad a la que han desaparecido: 87 años López Vázquez, los 103 Ayala, y 100 justos el antropólogo y filósofo judeofrancés. Al menos nos queda el consuelo de que sus largas vidas les han dado ocasión de desarrollar sus talentos y dejarnos un legado amplio y enjundioso, del cual podremos seguir disfrutando aunque su presencia física se haya extinguido para siempre.

Efectivamente, la longevidad, capacidad de trabajo y lucidez de los creadores culturales aludidos nos han garantizado consuelo por su ausencia, que podremos aminorar gracias al material audiovisual e impreso en que nos han quedado sus respectivas obras. Así, podremos seguir disfrutando por mucho tiempo de López Vázquez interpretando esos personajes "clase media baja", que son pura sociología del franquismo observada desde la mirada analíticamente precisa y ferozmente divertida de los guiones de Rafael Azcona; de Francisco Ayala nos quedará su narrativa de gran aliento, que retrata descarnadamente un mundo moderno entre el existencialismo y Kafka y de modo singular la Guerra de España (en la que los fascistas asesinaron a casi toda su familia), y la dictadura inmisericorde que la sucedió y fue responsable de su largo exilio; y de Lévy-Strauss, sus trabajos sobre lingüística estructuralista (que alguna vez maldije cuando era estudiante por su densidad, y más tarde aprendí a apreciar por eso mismo), y sus decisivas aportaciones posteriores a la construcción de una antropología estructuralista, que introduce conceptos tan sugestivos como la estructura clánica como origen real de las sociedades humanas organizadas.

En resumidas cuentas y aunque la cultura europea en general y la española en particular hayan sido tronzadas hoy por la muerte de modo tan severo, al separar de su tronco algunas de su ramas más productivas en cantidad y calidad, hemos perdido a los hombres pero nos quedan sus obras. Quizá haya ahí cierto consuelo, como decía antes; en todo caso, por intentarlo que no quede.

miércoles, 8 de julio de 2009

Patricia Highsmith y Tom Ripley, una pareja de cuidado


La obra de la escritora norteamericana Patricia Highsmith suele catalogarse como "novela negra" cuando en realidad es pura literatura, sin más condicionamientos que la inteligencia del lector (la de la inmensa mayoría de críticos es inexistente, como es sabido; de ahí su recurso a etiquetas tan sobadas como "novela policíaca" o peor aún, "novela negra").

En los textos de Highsmith hay, sí, crímenes (algunos), policías (pocos) y delincuentes (de un modo u otro, la mayoría de sus personajes lo son en potencia o en acción), pero también contienen elementos sobrados de novela psicológica, literatura de viajes, novela naturalista y costumbrista, humor negro contenido e ironía por toneladas (la vida, esa gran cabrona que se ríe de los personajes de Highsmith, como lo hace de todos nosotros en realidad), y por encima de todo, un gusto indecente por los dilemas morales radicales, esos que desnudan el alma de los personajes hasta dejarla en el hueso. En resumidas cuentas, esas novelas explican la realidad con los ojos de una tejana feminista, anarquista, lesbiana, amoral y alcohólica, que huyó por pies de su EEUU natal y se refugió en la amodorrada Suiza, corazón de una Europa donde esta dama halló, mucho más que un asilo, un verdadero escenario para las andanzas de su Tom Ripley.

Anagrama Editorial ha tenido la excelente idea de reunir en un solo volumen las cinco novelas del ciclo de Ripley, mil doscientas y pico páginas para leer casi de un tirón; el libro del verano, sin duda. Si ustedes han leído por separado alguna de esas novelas, seguro que correrán ahora a comprar el volumen entero. Ahí dentro está todo Tom Ripley en orden cronólogico, desde su nacimiento en "El talento del señor Ripley" (que en el volumen colectivo vuelve a intitularse "A pleno sol", como la película basada en esa novela y protagonizada por Alain Delon a principios de los años sesenta), hasta sus andanzas finales en "El amigo americano" y "Ripley en peligro".

¿Qué quién es Tom Ripley, preguntará alguno de mis amables lectores más jóvenes? Pues Ripley es el granuja más auténtico, más turbadoramente simpático, más próximo a nosotros, ciudadanos de a pie, que jamás ha sido inventado. En realidad dudo que Patricia Highsmith inventara a Tom Ripley. Yo creo más bien que un día, allá en Suiza, un yanki con sombrero tejano se presentó en el salón de la Highsmith, y entre bourbon y bourbon le narró calmosamente su vida. La escritora se limitó a darle forma literaria, de modo maravilloso eso sí. Así fue a mi juicio como la escritora tejana nos presentó a este individuo singular, a este antihéroe total, a este trepa social al que nos encontramos todos los días en el ascensor y cuando nos miramos al espejo, porque en última instancia Tom Ripley somos todos y cada uno de nosotros, aquellos que como hacía decir Mika Waltari a Sinuhé el Egipcio "hemos nacido con estiércol entre los dedos de los pies" y no hemos parado hasta tomarnos una cerveza italiana muy fría en la terraza del bar Tiberio, en la isla de Capri.

Tom es evidentemente norteamericano, y específicamente un yanki de los que vinieron a Europa en los años cincuenta a vivir una vida diferente y excitante y se quedaron aquí para siempre, en una especie de culminación perversa del "sueño americano" irónicamente cumplido en tierras del Viejo Continente. Pero todo aquél que haya vivido la experiencia del desclasamiento social hacia arriba, seguro que se ha sentido más de una vez Tom Ripley. Y si luego guarda algún muerto en su armario, o ha suplantado en alguna ocasión la personalidad de un tipo tan rico como estúpido, ya es cosa de cada cual.

Tom Ripley (1 volumen con 5 novelas), de Patricia Highsmith. Editorial Anagrama. Barcelona, 2009.

martes, 24 de febrero de 2009

La Mafia, entre la realidad y la literatura


Las miradas sobre las diferentes Mafias italianas suelen adolecer de cierto espíritu maniqueísta que en vez de intentar abordar el problema en su esencialidad -las raíces de la persistencia social de esa clase de organizaciones-, acostumbran a detenerse en los aspectos más superficiales y sensacionalistas.

De entrada, hablar de la "Mafia" como una sola organización resulta simplificar en extremo. En Italia actúan varias organizaciones delictivas que operan sobre diferentes territorios, sin inmiscuirse nunca en sus respectivos ámbitos de negocio. La historia de cada una de ellas es también diferente, y su proyección social es asimismo distinta. La mafia siciliana por ejemplo, viene de la Edad Media y en su origen y hasta el siglo XIX era una organización de autodefensa campesina frente a la nobleza terrateniente; la Camorra napolitana, por contra, es una organización de carácter urbano no muy distinta en origen de las "mafias" sevillanas del Siglo de Oro que Cervantes retratara en novelas como "Rinconete y Cortadillo" (el conocido Patio de Monipodio).

En la época del Resurgimiento la Mafia siciliana tenía ya un peso político importante (apostó por la unidad italiana, ayudando a Garibaldi a derrotar a los reaccionarios). A finales del siglo XIX y principios del XX, la Mafia era una organización de corte federal que agrupaba a caciques locales que hacían negocios cada vez más turbios. Pero lo que convirtió a las mafias italianas en general y a la siciliana en particular en las potentes estructuras criminales que son hoy, fue la "contaminación" llegada de EEUU en los años cuarenta, cuando el Gobierno norteamericano pactó con la Mafia estodounidense la colaboración de ésta en la ocupación de Sicilia y el sur de Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Los "primos" que llegaron de EEUU, encabezados por el gánster Lucky Luciano, instruyeron a los italianos en los grandes negocios del siglo XX (los tráficos de drogas, de armas y de mujeres), e incorporaron Italia a sus redes criminales de actuación.

En los años cuarenta y cincuenta la Mafia jugó con la posibilidad de la independencia de Sicilia, tal era su poder e influencia sociales. El esplendor mafioso italiano llegó sin embargo en los años sesenta y setenta, que es cuando conectan Mafia y Estado y sobre todo, Mafia y "sociedad civil". Son los años del boom de la construcción inmobiliaria y del tráfico de drogas. Es tanto el dinero y el poder que manejan los diferentes clanes mafiosos que, como en una tragedia de Shakespeare, su éxito les conducirá a la autodestrucción a través de interminables y salvajes guerras internas.

La decadencia de la Mafia y de las otras mafias italianas no ha significado, sin embargo, la desaparición de su prestigio social. En muchas localidades del sur de Italia los grupos mafiosos son las únicas empresas donde conseguir trabajo estable, incluso cuando se trata de empleos convencionales no delictivos. Su arraigo social sigue siendo fuerte, y reclutar sicarios, colaboradores y cómplices no les resulta difícil, aunque en los últimos años los mafiosos hayan perdido una parte de su impunidad.

Todos estos fenónemos vienen siendo observados desde antiguo por escritores e intelectuales italianos. Recientemente han aparecido dos libros que abordan el fenómeno de las mafias italianas desde ángulos distintos y no convergentes. Uno es "Gomorra", el hiperbestseller de Roberto Saviano, del cual se ha hecho incluso una película, y que pone el foco en los aspectos más truculentos de la Camorra. "Gomorra" es un libro con un pie en la denuncia social y el otro en la pura televisión-basura. Demasiado espectáculo para un tema tan serio.

El otro libro, mucho más interesante y analítico, es "Vosotros no sabéis", de Andrea Camilleri. El escritor siciliano, de ochenta y muchos años, paga con este libro una deuda histórica: la de un escritor que se ha pasado la vida publicando novelas policíacas de ambiente siciliano... en las que nunca aparece la Mafia. Ahora, Camilleri parece haber decidido que quizá ya tiene edad para empezar a contar lo que sabe, y nos ha dejado un manual de campo para entender qué es la Mafia siciliana y por qué a pesar de todo sigue viva. No les daré muchas pistas al respecto, porque es mejor que lean este libro y se formen una idea propia. Si les avanzaré en todo caso, que el libro gira en torno a Bernardo Provenzano, el último gran jefe de jefes mafioso, un hombre cuya detención parece haber sumido a la Mafia siciliana en una crisis profunda y de difícil recuperación. Camilleri nos muestra la cotidianeidad de un Provenzano que resulta ser un campesino sencillo, casi ignorante y sorprendentemente religioso, que controlaba su organización desde un cobertizo aislado en la montaña mediante la circulación de sus famosos "pizzinis", papelitos escritos a máquina en los que anotaba sus órdenes, consejos y hasta parrafadas filosóficas, y en los que Dios y el catolicismo tienen un papel de primer orden.

La policía italiana buscó a Provenzano, dicen, durante 43 años. Finalmente le detuvo en un escondite situado en las afueras de Corleone, el famoso "pueblo de los mafiosos" que ya aparece en la película El Padrino. ¿Realmente le estaban buscando? ¿Encontraron a Provenzano o él se dejó encontrar?. Camilleri habla de hechos, no formula hipótesis. Cada cual puede sacar sus propias conclusiones.

"Vosotros no sabéis", de Andrea Camilleri. Editorial Salamandra. Barcelona, 2008.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Juan Marsé, voz de la Barcelona mestiza


Acaban de concederle a Juan Marsé el premio Nacional de Literatura (nacional de la nación vecina, como dirían los burócratas de la cultura oficial catalana). El premio es ante todo el reconocimiento a una trayectoria como creador artístico de primera fila, pero también el homenaje a una postura cívica que en los tiempos que corren tiene un mérito enorme.

Juan Marsé, barcelonés hasta la médula, escribe en castellano porque le da la gana. La cosa es así, lamentablemente para algunos. Resulta que el hombre se siente cómodo en esta lengua, que por lo demás expresa mejor que cualquier otra su mundo, tan radicalmente barcelonés en su especificidad: lengua y realidad social unidas en un verdadero "hecho diferencial" propio de esta ciudad. Pero inmediatamente el escritor de El Carmel dice que que la lengua que maneja para escribir es eso, un instrumento de comunicación, no un arma política al servicio de ideologías. Con lo cual y por el mismo precio, Marsé logra cabrear por igual a nacionalistas catalanes y nacionalistas españoles, algo que a la mayoría de barceloneses nos encanta (ya saben, para los naciópatas de cualquier leche Barcelona es la "Gran Puta de Babilonia", la que una y otra vez se ríe de sus estúpidos cantos de sirena; Marsé sería para ellos casi como el DJ que pone la música en esa Barcelona mestiza y un punto caótica, libre y gozosamente refractaria a quienes quieren ahormarla bajo sus enseñas).
Y es que el mundo literario que ha creado Juan Marsé es un mundo que por pegado a la realidad social barcelonesa, nada tiene que ver con ensoñaciones burguesas. No hay idealismo ninguno en las novelas de Marsé, y sí la narración de una realidad dura y en ocasiones sórdida, la propia de la inmigración en la ciudad en el contexto de la España franquista. En ese sentido, la lucha de clases, manifestada en el choque entre los mundos fronterizos pero inmensamente alejados entre sí de los barrios de El Carmel (obrero) y de Gràcia (burgués), por donde Marsé hace caminar a su personaje, el Pijoaparte, traspasa toda la obra de este escritor y se manifiesta con mayor intensidad y crudeza que en aquellos apolillados manuales de marxismo-leninismo que circulaban entre los estudiantes de la época.

Marsé, voz de la Barcelona mestiza, ha permanecido fiel a su gente y a su clase, allí donde tantos otros se han dado un barniz de conformismo con quienes detentan el poder real en esta Catalunya de nuestros pecados, y han agachado la testuz ante esas gentes que al cabo siempre son los mismos, aunque los trapos de colores que exhiben para encelarnos y justificar sus sueldos y las prebendas y sinecuras que reparten sean diferentes. Por esas horcas caudinas Marsé no ha pasado nunca, y episodios como su ausencia de la Feria de Frankfurt son la prueba; el escritor catalán que más vende en el mundo, no existe para la burocracia cultural de su país.

Marsé dice estar hasta el gorro de los políticos, y ha demostrado en repetidas ocasiones que los premios se la traen al fresco. Ni firma manifiestos en defensa de la presuntamente amenazada lengua castellana, ni reclama no menos presuntos derechos de autodeterminación. Juan Marsé observa y escribe no sobre realidades virtuales, sino sobre lo que verdaderamente pasa a su alrededor. Seguramente es por eso que ahora con premio Nacional como antes sin él, seguirá cabreando a unos y otros gurús de la cultura y la política, para placer de la inmensa mayoría de quienes nos reconocemos como sus vecinos y apreciamos su escritura y sobre todo, su posición ética.
PD Acabo de darme cuenta de que en mi precipitación gozosa, he escrito que a Marsé le han dado el premio Nacional de Literatura, cuando en realidad le han dado el Cervantes. Deben ser cosas del subconsciente, que me traiciona de vez en cuando. Lo dejo así, pero ya saben que no, que el premio otorgado a Marsé ha sido el que lleva el nombre de otro genial novelista casi tan descreído como él.

miércoles, 1 de octubre de 2008

La memoria del señorito. Conversaciones con José "Pepín" Bello


Durante mis pasadas minivacaciones de septiembre, me leí dos libros que hace algún tiempo tenía aparcados a la espera del momento oportuno. Uno de ellos, "El Mediterráneo", lo comentaré con amplitud de aquí a unos días. Hoy les hablaré de "Conversaciones con José "Pepín" Bello, un libro extraño pero que vale la pena leer.

Pepín Bello falleció en enero pasado, a la edad de 103 años. Había nacido en Huesca, hijo de un ingeniero madrileño y una "señorita bien" oscense. La suya fue una familia numerosa, perteneciente a la burguesía media-alta. Pepín fue uno de los primeros alumnos de la Residencia de Estudiantes, y allí conoció a toda la generación del 27 (Lorca, Dalí, Buñuel, Alberti, y tantos otros), y también a infinidad de personajes del mundo cultural y político de la época (los hermanos Machado, Ortega y Gasset, Eugenio d'Ors, Valle Inclán, el torero Sánchez Mejías...).

Rodeado de genios, Pepín, que nunca intentó siquiera una carrera artística, se convirtió sin pretenderlo en notario de una época y un mundo, y sobre todo de unos personajes cuyos perfiles nos transmite en este libro vistos desde su muy particular visión. Porque Pepín Bello fue un señorito de la alta sociedad que por mor de las circunstancias se codeó con gente intelectualmente muy por encima suyo; personas sobre las que, por otra parte, opina y sentencia desde el desparpajo de un señorito monárquico fiestero y un tanto gamberrete. De sus comentarios ácidos (especialmente crueles con Antonio Machado y los presidentes Azaña y Negrín), Bello sólo salva a García Lorca, a quien describe como un amigo entrañable y añorado. Resulta curioso que un homófobo como Bello, que manifiesta de modo descarnado su repugnancia por los homosexuales en general (tremendas sus palabras sobre Luis Cernuda), tuviera tal afecto por un Lorca cuyas inclinaciones sexuales eran tan evidentes, aunque él le describe como un homosexual al que "no se le notaba nada". Niega la relación entre Lorca y Dalí, a pesar de que en la impagable foto de portada del libro aparecen ambos cogidos de la mano, con Pepín cogido del brazo por el poeta granadino. Y en fin, de los integrantes de su supuesto círculo de amigos, Bello considera a Luis Buñuel como una especie de bruto rural, a Alberti como un poeta sublime echado a perder por su ideología comunista, y a Dalí como un chiflado que terminó por creerse su personaje. A Juan Ramón Jiménez lo pinta como un cursi del cual se reía todo el grupo.

El mundo del que habla Bello es el Madrid intelectual del primer tercio del siglo XX, una especie de fiesta continua juvenil y un poco bobalicona donde artistas entonces en ciernes vivían a toda velocidad en aventuras y francachelas pagadas con el dinero de Pepín, pues ése y no otro fue su verdadero papel en relación con el grupo articulado en torno a la Residencia de Estudiantes: el de "señorito rumboso" (como se decía entonces), que corría con los gastos de personas con padres menos pudientes y sobre todo menos generosos que los suyos.

La Guerra de España terminó con todo eso, y Pepín sufrió un doble impacto que marcó el resto de su larga vida. Uno, quizá el principal, el asesinato de Lorca, que el jamás pudo digerir. Y el segundo, el fusilamiento de su hermano Manuel, falangista quintacolumnista agazapado en el Madrid sitiado y sometido al terrorismo urbano de fascistas como él. Pepín vivió los tres años de la guerra aterrorizado y encerrado con una hermana en su piso. Con la victoria del franquismo y la mayoría de sus amigos muertos o exiliados, Pepín Bello se dedicó a los negocios con éxito variable. Aunque extremadamente reaccionario, Pepín -ateo y monárquico por conveniencia-, sólo agradecía a Franco la restauración del "orden social" pero nunca fue en puridad un fascista; más bien, un señorito monáquico al estilo del siglo XIX.

Después de leer este libro, que por encima de todo es una mina de información y chismorreos sobre quizá un centenar de figuras esenciales de la vida cultural española del pasado siglo, a uno le quedan varias dudas. La primera, si realmente Bello fue el amigo de todos y el perejil de todas las salsas, como él pretende. En muchas ocasiones se refiere a tal o cual personaje diciendo que le conoció y le trató, para reconocer unas páginas más adelante que simplemente le oyó hablar una vez en una conferencia o en un café. Especialmente ilustrativa sobre su personalidad -era un tipo tímido, huidizo, y a la vez dotado de un gran desparpajo-, resulta la anécdota que explica sobre cómo no llegó a conocer a José Antonio Primo de Rivera, a pesar de haberse pasado bastantes minutos sentado frente a él en un café esperando a una persona que debía presentarles.

También se acaba abrigando bastantes sospechas sobre la sexualidad del propio Bello, pues en su admiración y cariño por Lorca y Sánchez Mejías, sus dos grandes amigos según él, no cuesta mucho encontrar rastros de una homosexualidad reprimida. Y es que bajo la piel de un homófobo suele haber casi siempre un homosexual vergonzante.
Conversaciones con José "Pepín" Bello, de David Castillo y Marc Sardà. Editorial Anagrama. Barcelona, 2007.

viernes, 23 de mayo de 2008

Arturo Barea, la forja de un escritor autodidacta


Entre el grupo de escritores españoles que realizaron su obra en el segundo tercio del siglo XX, Arturo Barea ocupa un lugar especial. Barea nació en Madrid un año antes de las guerras de Ultramar que pusieron fin al decrépito imperio colonial español. Su familia era de origen extremeño y muy pobre, y a pesar de ello una serie de circunstancias y azares convirtieron al joven Barea en una especie de ejecutivo de cierto nivel. Sin embargo el futuro escritor nunca perdió su conciencia de clase y políticamente se consideraba próximo al partido socialista, aunque como relata en uno de sus cuentos los socialistas le invitaran a dejar de frecuentar sus reuniones por considerarle un empresario, y por tanto, miembro de una clase social incompatible con sus ideales políticos (es obvio que eran otros tiempos...).

Durante la República y los inicios de la Guerra de España, Barea ocupó algunos cargos de segundo nivel en la Administración. En esos años paralelamente, se dio a conocer como escritor. De formación autodidacta, su progreso en las letras fue lento y complicado. Con el tiempo Barea fue mejorando su oficio en la escritura pero perdió frescura y cierta inocencia narrativa patente en sus primeros cuentos. Sus encontronazos con los comunistas obligaron a Barea y a su mujer a exiliarse en 1938, primero en Francia y luego en Inglaterra, donde residirá hasta su muerte, acaecida en 1957.

Aunque lo más conocido de la obra literaria de Arturo Barea sea su trilogía autobiográfica "La forja de un rebelde", donde mejor puede apreciarse su evolución es en sus "Cuentos completos" (Ediciones DeBolsillo, Barcelona, 2006), recopilación de los tres libros de narrativa corta que publicó a la largo de su vida. Su primer libro de cuentos, "Valor y miedo", es indudablemente el mejor; en él, Barea habla de su experiencia como soldado en la guerra de Marruecos y también retrata de modo muy logrado escenas cotidianas de la Guerra de España, fundamentalmente en Madrid y sus alrededores. Hay en Barea un realismo casi costumbrista, chispeante y hasta divertido en ocasiones, siempre interesado en todo caso en destacar cómo por encima de las miserias y los conflictos puede brillar la dignidad de las personas y la solidaridad entre los hombres, incluso en las situaciones más desesperadas. La voz de Barea, por lo demás tiene bastantes concomitancias con la de Ramón J. Sender (mi pariente lejano); los cuentos de Barea sobre la guerra de Marruecos recuerdan indefectiblemente "Imán", la novela de Sender sobre el desastre de Annual.

Arturo Barea fue, como decía antes, un escritor que se hizo a sí mismo. Su vocación literaria le empujó adelante, superando toda clase de obstáculos. Hoy es una referencia que nos permite conocer y entender mejor no sólo la literatura española del siglo XX, sino también los hechos históricos que marcaron a fuego la Historia de este país, y sobre todo cómo y de qué manera estos hechos afectaron a la vida de las clases más humildes.

sábado, 12 de enero de 2008

Angel González ya es memoria de todos


De repente, como un invierno sobrevenido en estos tiempos de cambio climático, se ha ido Angel González, casi sin avisar. Oía esta mañana a Javier Rioyo explicar sorprendido que ayer mismo estuvo visitándolo en el hospital, y la buena impresión que le produjo verlo animoso y lúcido, leyendo una novela de Martínez de Pisón, comiéndose un segundo yogur de postre y suspirando por fumarse un cigarrillo en cuanto llegara a casa. Horas después el poeta fallecía.

Angel González, el mayor poeta en lengua castellana vivo -hasta ayer- ha sido la voz más machadiana de la poesía española. En sus versos desgrana un profundo compromiso con el Hombre y su Tiempo, ejercido desde una escritura sencilla y contundente, al modo en que don Antonio escribió sus versos inmortales. Como su maestro, el poeta asturiano buceó en la reflexión sobre la intimidad del individuo sin olvidar por ello la preocupación por la dimensión social de las cosas. Parafraseando a Ortega, podría decirse que Angel González ha sido un poeta hondamente interesado por el hombre y su circunstancia social.

La biografía de Angel González se resume en una frase: fidelidad a sí mismo y a sus ideas. Hombre de izquierdas, rebelde, inquieto, llano, sin recovecos ni aspavientos. Se fue de aquí harto de la peste a podredumbre que exhalaba la España franquista. Profesor afable y accesible, hace unos años explicaba muerto de risa en en la radio que después de media vida en EEUU no hablaba una palabra de inglés, porque esperaba que sus alumnos de la Universidad de Nuevo México dominaran el idioma cuya literatura él explicaba y ellos habían elegido conocer, el castellano.

Como creador, la producción entera de Angel González ha merecido de los años cincuenta a hoy toda clase de reconocimientos y galardones, sin que se operara cambio alguno en su carácter y en su estar entre sus semejantes: un ejemplo para el mundo literario, tan poblado de engreídos y perdonavidas. Faro de nuevas generaciones -pienso en Luis García Montero, por ejemplo- , la poesía de Angel González se revalorizará aún más si cabe con el paso del tiempo. Para empezar a conocerle o para conocerle mejor, les recomiendo el que creo es su último libro, "Otoño y otras luces" (Tusquets. Barcelona, 2001), premonitoriamente publicado en una colección a la que la editorial llamó "Nuevos textos sagrados".

Con todo, seguramente su poema más célebre, aquél en el que exprime toda su capacidad para el análisis social irónico y que recuerda inmediatamente al Antonio Machado de los "Proverbios y cantares", sea estas "Glosas a Heráclito" que les dejo a modo de despedida de nuestro Angel.


GLOSAS A HERÁCLITO

1
Nadie se baña dos veces en el mismo río.
Excepto los muy pobres.

2
Los más dialécticos, los multimillonarios:
nunca se bañan dos veces en el mismo
traje de baño.

3
Nadie se mete dos veces en el mismo lío.
(Excepto los marxistas-leninistas).

4
Nada es lo mismo, nada
permanece.
Menos
la Historia y la morcilla de mi tierra:
se hacen las dos con sangre, se repiten.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Truman Capote, el escritor que tallaba a mano las palabras


A menudo la gente no suele reparar en que la escritura es un ejercicio en el que además de tener algo que decir, hay que saber cómo decirlo. Cuando somos muy jóvenes pensamos que basta con poner negro sobre blanco lo que nuestra mente alumbre, para alcanzar sin más la condición de escritor. Y sin embargo, escribir es una tarea nada mágica, un oficio artesano que se aprende con el tiempo y que nunca se llega a dominar del todo. Es así como la obsesión por escribir bien más allá de los convencionalismos académicos y sociales ha dominado a la mayoría de grandes escritores; algunos han llegado a obsesionarse tanto con mejorar su escritura, que han terminado dejando de escribir al considerar insatisfactorios los resultados alcanzados…aunque éstos fueran en realidad obras maestras literarias.

Uno de los escritores contemporáneos envenenado por esa ansia de perfección fue el norteamericano Truman Capote. En la obra de este fabuloso narrador, la palabra escrita se desnuda de todo artificio y es ofrecida exacta y concreta, sencilla y eficaz.

Los textos de Truman Capote tienen una potencia demoledora y única. Son testigos precisos de una época, narraciones casi notariales de un tiempo ido e irrepetible, en el que éste adolescente eterno, juguetón y desenfadado que fue Capote lo mismo se emborrachaba con Marilyn Monroe a la salida del funeral de un amigo común, que acompañaba a su mujer de la limpieza en un alucinante viaje a través de apartamentos neoyorkinos entre efluvios de cigarrillos de marihuana. Este es el tipo de historias -todas reales, vividas por el escritor- que Capote nos cuenta palabra por palabra, con diálogos que a veces beben directamente en las técnicas del guión teatral o incluso, del cinematográfico.

A esta manera de narrar se le llamó Nuevo Periodismo, y permitió que algunos gacetilleros diletantes, como el absurdo Tom Wolfe, se creyeran escritores. Pero Truman Capote no fue nunca un periodista de medio pelo metido a novelista popular, sino un verdadero escritor, preocupado tanto por el fondo como por la forma.

En el volumen que acabo de leer, “Música para camaleones”, Truman Capote ofrece un puñado de sus mejores narraciones breves, una novela corta estremecedora (“Ataúdes tallados a mano”), y un prefacio que es una confesión explícita sobre su búsqueda desesperada de la perfección literaria.

De este libro extraordinario, lleno de historias sugerentes, sobrecoge el retrato de Marilyn Monroe. A través de las propias palabras de la megaestrella, nos llega el retrato en carne viva de una pobre muchacha, insegura e infeliz, cuya profunda estupidez llega a resultar conmovedora. Y eso que Truman Capote fue uno de sus mejores amigos; pero al parecer, la rubia por antonomasia del cine mundial no daba más de sí como persona.

“Música para camaleones”, de Truman Capote. Editorial Anagrama, colección Compactos. Barcelona, 2006.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Lengua versus cultura (y 2): por un planteamiento científico de un problema ideologizado


Lo relatado en el post anterior tiene su origen en un error muy extendido hoy, cual es el confundir la parte por el todo, es decir lengua con cultura, y a ésta con un proyecto ideológico concreto, el que identifica cultura de una colectividad con identidad nacional; algo común hoy desde el punto de vista político, pero científicamente insostenible existiendo desde hace tiempo el concepto antropológico de cultura (ver las aportaciones de Marvin Harris, por ejemplo).

En realidad, la identificación entre lengua y cultura no se sostiene ni siquiera desde el punto de vista político. Si fuera cierto que la esencia de la cultura propia de una colectividad humana descansa exclusivamente en el uso de una lengua concreta -tal como viene sosteniendo el nacionalismo catalán burgués desde hace 30 años (al no disponer de otros asideros como raza, religión, etc), resultaría que un pueblo como el irlandés, de fuerte perfil "nacional" -en el sentido político contemporáneo del término- pero cuya lengua originaria, el gaélico, es usada desde hace siglos tan sólo por una minoría muy pequeña de la población, carecería no ya de identidad nacional en términos políticos sino incluso de cultura propia, cuando ésta tiene por contra una potencia indiscutible ... aunque desde hace siglos se exprese en inglés, el idioma de los antiguos colonizadores. ¿Acaso James Joyce no es un escritor irlandés?. Pues por increíble que parezca, aplicando el método seguido por la conselleria de Cultura de la Generalitat de Catalunya en el caso de la Feria de Frankfurt, y dado que Joyce escribía en inglés y no en gaélico, no lo es, y por tanto no representa a la cultura irlandesa.

Franz Boas en su libro clásico "Antropología cultural", (pág. 159, Círculo Universidad. Barcelona, 1990) define la cultura como "la totalidad de las reacciones y actividades mentales y físicas que caracterizan la conducta de los individuos componentes de un grupo social, colectiva e individualmente( ...) también incluye los productos de estas actividades y su función en la vida de los grupos".

La lengua es tan sólo uno de esos productos, además de una herramienta de comunicación que ni siquiera tiene que ser necesariamente una sola o la supuestamente "propia" de ése colectivo.

domingo, 14 de octubre de 2007

10.000 visitas y algunas novedades


La segunda etapa de Aventura en la Tierra ha alcanzado hoy las 10.000 visitas desde que en febrero pasado decidí volver a editar este blog. Ante todo debo agradecerles la fidelidad, especialmente a las personas que con sus comentarios y correos han venido dando soporte a esta iniciativa voluntariamente modesta y al margen de las redes blogeras, y también a quienes han enlazado artículos difundiéndolos desde medios como Izaronews, Unidad Cívica por la República y La Coctelera Reggio, entre otros sitios.

Habrán visto desde ayer algunas pequeñas novedades en la columna de la derecha. La primera, el anuncio de la aparición de "Tic-tac, cuentos y poemas contra el tiempo", una antología que acaba de editar Ediciones Atlantis en la que presenta aportaciones breves de casi una cincuentena de narradores y poetas nuevos a los que ha publicado anteriormente Atlantis, entre ellos un servidor de ustedes. Como padrinazgo y acompañamiento, la antología cuenta con aportaciones de autores como el cantautor y poeta Luis Eduardo Aute, narradores como Leopoldo Alas, Mateo de Paz y Rafael Reig, y también de otros artistas, como la fotógrafa Ouka Lele. Durante el mes de octubre "Tic-tac..." se está presentando en varios actos en Madrid, y a finales de mes tendrá lugar la presentación oficial en Barcelona.

La segunda pequeña novedad es que he puesto un enlace a Siempre un poco más lejos, mi web de viajes. Aunque supongo que algunos visitantes de Aventura en la Tierra ya la conocen, espero que interese a otros que nunca hayan navegado antes por ella. Encontrarán ahí fotos y textos sobre otros viajes míos, parte de los cuales se recogieron, corregidos y mejorados, en mi libro "Todos los blancos son feos. Notas de viajes (1996-2006) y otros escritos aventureros". Dentro de algún tiempo incorporaré en la web contenidos relacionados con mi Vuelta al Mundo 2007.

La tercera, finalmente, es un enlace a un fotoblog donde voy subiendo fotos de esta primera Vuelta al Mundo que acabo de dar. Paciencia, y creo que podrán ir viendo cosas bonitas o como mínimo, curiosas. Un día de éstos empezaré a subir textos.

En fin, que a pesar de ser un fanático partidario de aquél texto luminoso y avanzado a su tiempo del yerno de Marx, el caribeño Paul Lafargue, titulado "El derecho a la pereza", uno se sigue creando obligaciones que le comprometen montones de horas. Pero no me quejo, si sigo teniendo su compañía. Gracias una vez más.