A menudo la gente no suele reparar en que la escritura es un ejercicio en el que además de tener algo que decir, hay que saber cómo decirlo. Cuando somos muy jóvenes pensamos que basta con poner negro sobre blanco lo que nuestra mente alumbre, para alcanzar sin más la condición de escritor. Y sin embargo, escribir es una tarea nada mágica, un oficio artesano que se aprende con el tiempo y que nunca se llega a dominar del todo. Es así como la obsesión por escribir bien más allá de los convencionalismos académicos y sociales ha dominado a la mayoría de grandes escritores; algunos han llegado a obsesionarse tanto con mejorar su escritura, que han terminado dejando de escribir al considerar insatisfactorios los resultados alcanzados…aunque éstos fueran en realidad obras maestras literarias.
Uno de los escritores contemporáneos envenenado por esa ansia de perfección fue el norteamericano Truman Capote. En la obra de este fabuloso narrador, la palabra escrita se desnuda de todo artificio y es ofrecida exacta y concreta, sencilla y eficaz.
Los textos de Truman Capote tienen una potencia demoledora y única. Son testigos precisos de una época, narraciones casi notariales de un tiempo ido e irrepetible, en el que éste adolescente eterno, juguetón y desenfadado que fue Capote lo mismo se emborrachaba con Marilyn Monroe a la salida del funeral de un amigo común, que acompañaba a su mujer de la limpieza en un alucinante viaje a través de apartamentos neoyorkinos entre efluvios de cigarrillos de marihuana. Este es el tipo de historias -todas reales, vividas por el escritor- que Capote nos cuenta palabra por palabra, con diálogos que a veces beben directamente en las técnicas del guión teatral o incluso, del cinematográfico.
A esta manera de narrar se le llamó Nuevo Periodismo, y permitió que algunos gacetilleros diletantes, como el absurdo Tom Wolfe, se creyeran escritores. Pero Truman Capote no fue nunca un periodista de medio pelo metido a novelista popular, sino un verdadero escritor, preocupado tanto por el fondo como por la forma.
En el volumen que acabo de leer, “Música para camaleones”, Truman Capote ofrece un puñado de sus mejores narraciones breves, una novela corta estremecedora (“Ataúdes tallados a mano”), y un prefacio que es una confesión explícita sobre su búsqueda desesperada de la perfección literaria.
De este libro extraordinario, lleno de historias sugerentes, sobrecoge el retrato de Marilyn Monroe. A través de las propias palabras de la megaestrella, nos llega el retrato en carne viva de una pobre muchacha, insegura e infeliz, cuya profunda estupidez llega a resultar conmovedora. Y eso que Truman Capote fue uno de sus mejores amigos; pero al parecer, la rubia por antonomasia del cine mundial no daba más de sí como persona.
“Música para camaleones”, de Truman Capote. Editorial Anagrama, colección Compactos. Barcelona, 2006.
Uno de los escritores contemporáneos envenenado por esa ansia de perfección fue el norteamericano Truman Capote. En la obra de este fabuloso narrador, la palabra escrita se desnuda de todo artificio y es ofrecida exacta y concreta, sencilla y eficaz.
Los textos de Truman Capote tienen una potencia demoledora y única. Son testigos precisos de una época, narraciones casi notariales de un tiempo ido e irrepetible, en el que éste adolescente eterno, juguetón y desenfadado que fue Capote lo mismo se emborrachaba con Marilyn Monroe a la salida del funeral de un amigo común, que acompañaba a su mujer de la limpieza en un alucinante viaje a través de apartamentos neoyorkinos entre efluvios de cigarrillos de marihuana. Este es el tipo de historias -todas reales, vividas por el escritor- que Capote nos cuenta palabra por palabra, con diálogos que a veces beben directamente en las técnicas del guión teatral o incluso, del cinematográfico.
A esta manera de narrar se le llamó Nuevo Periodismo, y permitió que algunos gacetilleros diletantes, como el absurdo Tom Wolfe, se creyeran escritores. Pero Truman Capote no fue nunca un periodista de medio pelo metido a novelista popular, sino un verdadero escritor, preocupado tanto por el fondo como por la forma.
En el volumen que acabo de leer, “Música para camaleones”, Truman Capote ofrece un puñado de sus mejores narraciones breves, una novela corta estremecedora (“Ataúdes tallados a mano”), y un prefacio que es una confesión explícita sobre su búsqueda desesperada de la perfección literaria.
De este libro extraordinario, lleno de historias sugerentes, sobrecoge el retrato de Marilyn Monroe. A través de las propias palabras de la megaestrella, nos llega el retrato en carne viva de una pobre muchacha, insegura e infeliz, cuya profunda estupidez llega a resultar conmovedora. Y eso que Truman Capote fue uno de sus mejores amigos; pero al parecer, la rubia por antonomasia del cine mundial no daba más de sí como persona.
“Música para camaleones”, de Truman Capote. Editorial Anagrama, colección Compactos. Barcelona, 2006.
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