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viernes, 1 de abril de 2011

Triste y querido Portugal


La dimisión del primer ministro José Sócrates aboca a Portugal a unas elecciones anticipadas en las que con toda probabilidad la derecha lusitana va a barrer. Pésima noticia, pues.

Sócrates, un blairista tan blando y ñoño como su modelo, ha demostrado ser incapaz no ya de hacer frente a la crisis social y económica que muerde sin piedad al vecino ibérico -al cabo ésta tiene en Portugal un carácter estructural mucho más hondo que en España o en casi cualquier otro país de la Unión Europea-, sino de convencer a sus conciudadanos de que al menos lo estaba intentado. El PS de Sócrates se ha limitado a aplicar las recetas neoliberales más sobadas sobre una economía nacional de falsa prosperidad, que en pocos años ha pasado de estar enfeudada a Gran Bretaña a ser un mero apéndice manejado por el capital financiero y las grandes empresas españolas, amén del tradicional papel que viene jugando la Iglesia católica y singularmente el Opus Dei en ella. Lisboa, casi el único motor de la economía portuguesa, es hoy por hoy un cruce entre sucursal bancaria y tienda de souvenirs cuyos beneficios van a parar a bolsillos de capitalistas españoles y del clero vaticano.

El retorno de la derecha portuguesa al poder, una derecha pura, dura y rancia que curiosamente se nombra a sí misma como Partido Socialdemócrata, va a consolidar precisamente esta situación en vez de aliviarla. A diferencia del caso español nunca hubo un "milagro portugués"; Portugal como país no se ha beneficiado de los fondos europeos recibidos durante un cuarto de siglo, que han sido aplicados casi íntegramente en hacer de Lisboa una de las ciudades más bellas y agradables del mundo. Pero más allá de los límites de la capital pocas cosas sustanciales han cambiado en Portugal, y algunas de ellas -o muchas, según se mire- han retrocedido en los últimos años hasta donde estaban antes de la Revolución de los Claveles (1974).

Portugal gira a la derecha (aún más), mientras su economía y sus estructuras comienzan a desmoronarse. Los hermanos portugueses van a verse abocados en los próximos años a escoger entre intentar apuntalar un Estado fracasado y el relanzamiento del iberismo republicano y de izquierdas como única alternativa.

A largo plazo no hay más salida para el territorio de la vieja Lusitania continental que la integración federal ibérica, una vez superado el actual marco político-jurídico español. Pero antes habrá que eliminar el desconocimiento y los recelos mutuos, algo que las respectivas derechas, la portuguesa y la española, han alimentado siempre entre sus pueblos como modo de mantenerlos distantes y a ser posible enfrentados.

En la imagen el puente 25 de Abril, en Lisboa, llamado así en honor de la fecha en la que se produjo el derrocamiento de la dictadura fascista y comenzó la llamada Revolución de los Claveles.

domingo, 20 de junio de 2010

José Saramago, conciencia y sensibilidad



A las pocas horas de fallecer José Saramago, el humorista gráfico Forges entraba en el estudio de Radio Nacional de España para hacer en directo el programa de los sábados por la mañana. Sus compañeros se extrañaron de verle llevar corbata, una prenda que Forges nunca usa. "La llevo en homenaje a Saramago" explicó ante el micrófono, "porque una vez me dijo que no hay nada que desconcierte más a un capitalista que el ver a alguien de izquierdas con corbata".

La pequeña anécdota define perfectamente el carácter de José Saramago, del Saramago escritor, rebelde, comunista, ateo, iberista, pero por encima de todo, campesino del Portugal profundo. De sí mismo decía Saramago que dentro del escritor y antes que él, existía la persona de un campesino.

Nació José Saramago en Azinhaga, un pueblo del Ribatejo, en el seno una familia de jornaleros campesinos analfabetos. Analfabeto él mismo hasta la adolescencia, conoció la humillación de ofrecerse en la plaza del pueblo para ser contratado por jornada de trabajo. Más tarde su padre se hizo policía, y la familia emigró a Lisboa dejando a los abuelos en el pueblo, adonde José solía ir con frecuencia. De hecho, el amor y la admiración por sus familiares campesinos, sobre todo por su abuelo, cuya filosofía y cosmovisión del mundo, sencilla y pegada a la tierra, hizo suya Saramago desde niño, guió toda su vida y alimentó su mirada sobre los hombres y las cosas. De esos años mágicos a la vez que terribles habla en su maravilloso libro autobiográfico "Las pequeñas memorias".

Los años difíciles de la infancia y la adolescencia forjaron su compromiso con su clase y con su gente. Luego la guerra de España dejó una impronta indeleble en la formación ideológica de quien muy pronto entendió que la miseria que le rodeaba no era casual ni voluntad de Dios, sino la consecuencia lógica de la explotación del hombre por el hombre. En los años de la dictadura salazarista Saramago trabajó oscuramente como oficinista en Lisboa, en lo que parecía un destino paralelo al de Fernando Pessoa (al que tantas cosas le unen, y del que tantas otras le separan), y comenzó a escribir textos que tuvieron escasa difusión o fueron directamente censurados. Es tras la Revolución de los Claveles (1974) cuando un Saramago ya maduro se revela como quizá el más importante escritor en lengua portuguesa del siglo XX. Antes, en 1969, había ingresado en el clandestino Partido Comunista Portugués, en el que ocupó algunos cargos en los años posteriores a la revolución portuguesa. A la larga el Saramago comunista sin concesiones chocaría con los viejos burócratas estalinistas, que como Álvaro Cunhal, patrimonializaban el partido. De igual modo, el Saramago defensor de la Revolución cubana acabará diciendo "hasta aquí he llegado" en una carta abierta en la que denunciaba la degeneración del régimen cubano. Y es que la utopía que defendía José Saramago era tan limpia, tersa e íntegra como su escritura.

Su éxito como escritor se produce en los primeros años ochenta. Traducido a todas las lenguas importantes, sus novelas le encumbran hasta la cima de la fama. En 1998 le conceden el Premio Nobel, el único que ha obtenido Portugal. Sin embargo unos años antes, en 1993, tuvo que marchar de su país, acosado por la Iglesia católica y el gobierno del derechista Cavaco Silva, que no le perdonaron la publicación de "El Evangelio según Jesucristo", una novela en la que el ateo Saramago muestra un Jesús humano y campesino, nada divino, quizá una trasposición de la figura de su abuelo. Saramago se refugia en la isla de Lanzarote y se casa, por tercera vez, con Pilar del Río, su traductora al español, quien se convertirá en la felicidad y el apoyo de sus últimos años.

De su obra, y además de "Las pequeñas memorias" de su infancia y "El Evangelio según Jesucristo", les recomiendo leer "Memorial del convento", una novela histórica sobre la lucha contra el fanatismo y el oscurantismo religiosos, y sobre todo "La balsa de piedra", una divertida parábola contra la integración europea de los países ibéricos, cuyo argumento arranca de una hipotética fractura que se produce inopinadamente en los Pirineos a consecuencia de la cual la Península Ibérica comienza a navegar a la deriva entre África y América, mientras españoles y portugueses descubren que no sólo se alejan irremediablemente de Europa sino que que se han quedado solos sobre esa inmensa balsa pétrea, y que por consiguiente no van a tener más remedio en adelante que soportarse unos a otros.

Del coro universal que lamenta la muerte de Saramago ha disonado, horrísona, la trompetería de la secta vaticana. Aún no habían transcurrido 24 horas de la muerte del escritor portugués cuando "L'Observatore romano", el portavoz oficial de la Curia (Gobierno) de la Iglesia católica universal, vomitaba urbi et orbe todo el odio y la bilis que sienten por él unos seres abyectos que no le perdonan a Saramago el que hablara de Dios siendo ateo. Decía José Saramago que "la muerte ha inventado a Dios", y que una organización como la Iglesia Católica, y en general cuantas sostienen las religiones en pie, no sólo se basaba en un fraude descomunal sino que era el sostén ideológico principal de las injusticias en el mundo. La infame alegría por la muerte de José Saramago que trasluce esa pieza del periódico vaticano, pertenece ya por derecho propio a la Historia Universal de la Infamia.

En España la despedida a quien fue promotor del ideal iberista -lo que le valió asimismo no pocos insultos de los nacionalistas recalcitrantes portugueses y españoles-, ha sido la misma que se pudiera tributar a un intelectual compatriota muy querido. Hasta la derecha española ha dejado caer algunos elogios al escritor "desde la discrepancia ideológica", como señalaba monjilmente Mariano Rajoy en un breve suelto que firmaba ayer en El País. Seguramente a estas horas incluso Esperanza Aguirre, la presidenta de la Comunidad Autónoma Madrileña, ya sabe quién es José Saramago. Recordarán que hace unos años Aguirre respondió a una pregunta acerca de su opinión sobre la obra de Saramago con estas palabras textuales: ¿"Sara Mago, dice usted? ah sí, una gran pintora", y se quedó tan ancha. Era para desconcertar a esta derecha por lo que Saramago siempre llevaba corbata.