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martes, 24 de junio de 2008

Cuidado con las ONG's


Hace unas semanas, la Fundación Nacional del Indio de Brasil anunció a bombo y platillo el hallazgo casual en la selva amazónica de una tribu indígena desconocida. El encuentro se habría producido cuando un helicóptero de Funai sobrevolaba la selva, y de repente observaron que en tierra, apenas unos metros bajo ellos, aparecían unas chozas y entre ellas, un grupo de indígenas pintarrajeados de rojo que les amenazaban con sus arcos y flechas.

Las fotografías tomadas durante aquella especie de Encuentro en la Tercera Fase saltaron a la mayoría de medios de comunicación del mundo. Funai se aseguró un buen puñado de portadas y también los elogios generales, al pedir inmediatamente que se dejara en paz a aquellos indígenas para que siguieran viviendo a su modo y sin ser contaminados por el hombre blanco.

Ahora resulta que según publica el periódico The Guardian, todo fue un montaje de Funai, y que esa aldea india y sus habitantes son conocidos y están controlados nada menos que desde 1910. "Se trata de pueblos que no quieren relacionarse con nosotros", explicó el director del Funai, José Carlos dos Reis Meirelles cuando se produjo el supuesto "descubrimiento". Ahora el propio Meirelles ha confesado a The Guardian que esta tribu se conocía desde hace un siglo.

El propio Meirelles ha explicado al diario británico que su misión en la zona -una parte del estado brasileño de Acre- tenía el objetivo de "probar la falta de contacto de algunos grupos humanos de la selva amazónica con la civilización y cómo afecta el avance de la industrialización a la tala ilegal en el Amazonas". A primera vista la causa de Meirelles y de Funai parece impecable, pues. Las dudas comienzan cuando uno se pregunta por qué si su causa es tan limpia y convincente por sí misma, recurren a las mentiras como ése reportaje y la información tramposa que Funai ofreció a partir de él. Por qué Funai, en suma, trató de manipular a la opinión pública.

La razón es muy simple: Funai, como muchas otras organizaciones de ésa clase, públicas o privadas, maneja ingentes cantidades de dinero ajeno que supuestamente administran en beneficio de las más nobles causas. La experiencia dice que desgraciadamente en muchos casos no es así, y que el vil metal acaba imponiendo sus egoístas razones sobre otras consideraciones, y que a menudo, tras la pantalla del sentimentalismo humanitarista suele ocultarse el lucro particular y la evasión de impuestos de unos vividores y de las empresas con las que suelen estar conectados.

lunes, 24 de marzo de 2008

Retrato de grupo de hermanos cofrades antes de comenzar la procesión


Los caballeros de la foto se hallan en el local de su hermandad, esperando a que lleguen el resto de componentes del paso para salir en procesión. Cuando concluya ésta levantarán una cruz y harán que el símbolo de la fé -que la mayoría de entre ellos profesa en grado sumo-, ilumine la noche con su resplandor.

Hasta hace pocos años acostumbraban a colgar a un negro en las inmediaciones del lugar donde plantaban su Monumento, pero las autoridades se niegan a seguir permitiéndolo (ya se sabe que el laicismo descreído, esa plaga que invade el mundo, infecta antes que nadie a los políticos y a los gobiernos).

Seguramente estos caballeros añoran los viejos tiempos. Tal como les ocurre a una buena parte de los cofrades sevillanos o de otras poblaciones que en la Semana Santa española se ven invadidas por señores portando caperuzas puntiagudas, idénticas a las que lucen estos individuos de la foto, miembros del Ku Klux Klan.

jueves, 29 de noviembre de 2007

La Manila vasca. Breve recorrido por el barrio de Intramuros


Publicado en Izaronews, 27-11-2007

Un turista no avisado que pasee por las calles de Intramuros, la vieja ciudad colonial amurallada que fue el epicentro de Manila y de toda Filipinas durante casi quinientos años, se sorprenderá al encontrar varias calles rotuladas con nombres de claras resonancias vascas.

A 12.000 km. de la población vasca más cercana, Legaspi st (sic), Urdaneta st. y Basco st. recuerdan desde sus placas de identificación el papel importante que muchos hijos de Euskalherria jugaron en la vida de la antigua colonia española. Marineros, frailes, soldados y comerciantes originarios del País Vasco se establecieron en estas tierras lejanas en época del Imperio, cuando se decía que Manila era la ciudad más hermosa y rica de Asia. Muchos de ellos quedaron aquí luego de la independencia filipina, y la guía telefónica local ofrece múltiples ejemplos de apellidos de origen vasco.

Ricardo Larrabeiti relaciona hasta 50 nombres de origen vasco en el callejero de Manila. En Intramuros en concreto, y sin ánimo exhaustivo, anoté los tres nombres a los que me refería antes, pero seguro que un repaso cuidadoso daría muchos más.

Legaspi st.:

Miguel de Legazpi, natural de Zumárraga, fue marino y descubridor destacado. Pasó por México, exploró el Pacífico, y fue el fundador de la ciudad de Manila y primer capitán general de Filipinas (mediados del siglo XVI).

Legaspi st. es una calle trasversal de Intramuros, perpendicular a la calles Real y Anda, nervios centrales de la vieja ciudad amurallada.

Urdaneta st.:

Fray Andrés de Urdaneta nació en Ordizia. Tras una estancia en México llegó a Filipinas, donde colaboró con Legazpi. Marinero y explorador además de fraile, el nombre de Urdaneta se asocia a la ruta seguida durante siglos por el “galeón de Manila”, el barco que una vez al año cubría la ruta entre la capital filipina y la ciudad mexicana de Acapulco.

Urdaneta st. se halla junto a la plaza San Luis. Entre diversos edificios de cierto empaque, en Urdaneta st. destaca un caserón bien restaurado que presenta unos ventanales bellamente enmarcados por maderas pintadas en blanco y gris, un conjunto de inequívoco sabor norteño que hace pensar en que probablemente fuera levantado por algún rico comerciante vasco.

Basco st.:

Basco st. es una callecita próxima a la iglesia de San Agustín, uno de los pocos edificios de Intramuros que conservan lienzos de pared originales y por tanto anteriores a la destrucción casi total de la ciudad durante el asalto norteamericano de 1945.

Por el extremo que da a San Agustín la calleja es prácticamente un barrizal sin urbanizar. En el otro extremo hay un puñado de casitas de una planta, reconvertidas en chabolas por el tiempo y la pobreza. Las personas que las habitan desconocen cúal puede ser el origen del nombre de su calle -que antes se llamaba “Basque” en inglés, y ahora “Basco” en tagalo-, y no saben a qué se refiere.

sábado, 24 de noviembre de 2007

La isla de Pascua en los albores del siglo XXI. Asimilación cultural, impacto de la globalización y renacimiento de una cultura única (y 2)


Aculturación, chilenización y globalización.

La aculturación entre los rapanui es muy fuerte, sobre todo en cuanto se refiere a la cultura material y a la vida cotidiana. La primera percepción por tanto que tiene el viajero es que la asimilación de los rapanui por la cultura estándar chilena es total, y que sólo algunos elementos de carácter folklórico conservan cierta especificidad diferenciada.

Es una percepción engañosa. Más allá de las danzas polinesias al gusto turístico y de la celebración anual de un festival de reivindicación rapanui, late entre los pascuenses aborígenes la conciencia de una identidad cultural diferenciada, que al carecer casi por completo de elementos vigentes en el presente ellos legitiman en un pasado al que idealizan y usan en función de sus reivindicaciones actuales. Un pasado mitificado que para los pascuenses además de ser fuente de orgullo individual y colectivo y lenitivo para la situación presente, es también ingrediente principal en la construcción de una identidad rapanui con clara proyección hacia el futuro.

La chilenización resulta pues un proceso forzado y contracorriente, claramente impulsado por las autoridades chilenas so capa de promover la "integración" de los isleños. Obviamente los principales agentes de esta política asimilacionista son los continentales establecidos en la isla, aunque al menos una parte de éstos termine por mezclarse con la población aborigen. Muchos mestizos se consideran más cercanos a la identidad isleña –entendida ésta en un sentido amplio, no estrictamente rapanui-, que a sus orígenes familiares en el continente.

El domingo 9 de septiembre de 2007, coincidiendo con mi estancia en la isla, se celebró un año más la conmemoración de la fecha en que Pascua fue anexionada por Chile. En esta ocasión los actos oficiales fueron presididos por la nueva Jefa del Estado chilena, Michelle Bachelet.

De hecho, desde algunos días antes la isla había comenzado ha engalanarse para el evento. Muchos automóviles circulaban por Hanga Roa luciendo dos banderitas chilenas en su parte delantera, cada una a un lado del morro del vehículo; algunos otros coches, muy pocos en realidad, circulaban llevando una banderita chilena y la propia de la isla de Pascua (una ballena doble de color rojo sobre fondo blanco), e incluso recuerdo haber visto uno o dos coches con sólo la banderita pascuense. Amén de los oficiales, algunos edificios privados lucían asimismo banderitas. En el exterior de un par de viviendas unas pancartas caseras saludaban a la presidenta Bachelet.

Ese domingo cerraron todos los negocios propiedad de chilenos, y algunas tiendas con dueño europeo; los comercios con propietario rapanui, en cambio, abrieron en su práctica totalidad. Un aparatoso buque de guerra de la Armada chilena montó guardia mar adentro, teniendo Hanga Roa a tiro de cañón.

La ceremonia pascuense del 9 de septiembre es la piedra angular simbólica de la política asimilacionista que el Estado chileno desarrolla en Pascua. Mediante ella se pretende mostrar lo supuestamente irreversible que es la chilenización de la isla, y cómo ésta es aceptada de buen grado por todos los habitantes de Rapa Nui. Es la ocasión pues para mostrar el alto grado de “integración” de mestizos y rapanui en los esquemas ideológicos chilenos. La utilización de los escolares como participantes activos en la ceremonia cívico-militar resulta, en ese sentido, paradigmática.

Y sin embargo, el tono crispadamente patriótico de los discursos políticos, la proliferación de los uniformes de gala por encima de las vestimentas civiles, y el fuerte despliegue de agresivos y nada disimulados policías secretas, hablan de una realidad muy diferente. Las autoridades chilenas saben que Pascua es una colonia, y al margen de la retórica que impregna sus discursos oficiales actúan en consecuencia.

Pero como no podía ser menos, y a pesar de los esfuerzos chilenos, la sociedad pascuense se halla en pleno proceso de globalización, y es ahí donde comienzan a naufragar las políticas asimilacionistas y restrictivas. Ni siquiera en un lugar tan remoto como Pascua es posible sustraerse a los efectos de la globalización, y ante ella caen pulverizadas todas las barreras; las primeras, las restricciones mentales. La modernidad y la postmodernidad han irrumpido casi a la vez en la isla de Pascua, y con ellas el turismo de masas (modestas masas todavía en cuanto a número, pero aún así ya perceptibles). Las mentalidades entran en contacto e intercambian información y puntos de vista. El mundo visto desde Pascua se ensancha, y ya no se limita a Chile.

Muchos rapanui, sobre todo jóvenes, se sienten discriminados en su propia tierra. Con razón o sin ella, se asegura que los mejores puestos de trabajo en la isla –sobre todo, los relacionados con el turismo- se reservan a los “contis”, marginando a los pascuenses rapanui y mestizos. Será cierto o no que existe esa discriminación, pero la idea está ya arraigada y se comenta sin tapujos ante el extranjero europeo.

Además, los rapanui son conscientes de que el turismo constituye una fuente de ingresos que por sí sola bastaría para sostener económicamente la isla, siempre que sus beneficios revirtieran exclusivamente sobre sus habitantes, cosa que ahora no sucede.

A la larga, esa suma de factores –el ensanchamiento del universo mental rapanui merced a la globalización, la conciencia de sentirse discriminados en su propia tierra y por extranjeros, y el tener al alcance de la mano un instrumento económico que haría viable un proyecto político-administrativo propio-, terminará por generar un movimiento político que pretenda dotar a Pascua de una voz propia en el mundo moderno. Más aún que la conciencia de una especificidad cultural, real aunque remota y desfigurada por el tiempo, lo que está lanzando el independentismo pascuense es la necesidad de construir un futuro para toda la comunidad.

Renacimiento o extinción.

Una conversación con un joven rapanui durante un atardecer en Tahai me dio algunas pistas sobre los sentimientos que estos aborígenes albergan en relación con el presente de su isla, y sobre el futuro que desean para ella. Tras dar algunas vueltas a temas colaterales diversos como el fútbol y trivialidades semejantes, me encontré de pronto que la conversación derivaba hacia el impacto del turismo en Pascua; ante mi queja del modo masivo e irresponsable en que residentes y turistas hacen uso de vehículos privados (automóviles, camionetas y motos, principalmente) en un territorio tan pequeño y limitado, el joven me replicó suavemente: “Pero esto es el progreso, ¿no es verdad? Al menos así nos lo explicaron”. Los dos sonreímos.

Es obvio que estos muchachos ya saben que el progreso no consiste en infestar Pascua de automóviles y motocicletas circulando arriba y abajo a todas horas. Y lo que es mucho más importante, empiezan a saber también que hay otra versión del progreso; una versión que además de ser más respetuosa con su propia cosmovisión y con el entorno natural, si se llevara a la práctica les facilitaría con seguridad una vida material mejor que la actual para ellos y para sus descendientes.

Por fortuna, entre los jóvenes rapanui y mestizos es palpable ya el interés por conjugar esa reivindicación de una personalidad cultural propia con una visión moderna y abierta del futuro de su comunidad. Precisamente la generación de rapanui más educada y por decirlo de algún modo, más “viajada” (aunque por ahora sea sólo a Chile), es la que está impulsando el interés por una cultura que hace apenas una década podía darse prácticamente por extinguida.

Sin embargo, éste es aún un esfuerzo minoritario y, como señalaba antes, con traducción todavía más cultural y etnográfica que social y política, que además deberá enfrentar más pronto o más tarde fuerzas contrarias muy poderosas y poco amigas de especificidades, aunque por ahora las autoridades chilenas dejen hacer e incluso potencien la vertiente folklórica de este modesto renacimiento rapanui.

No hay otras alternativas. Si este movimiento de recuperación se estancara y no lograra protagonizar los próximos años en Pascua, el único horizonte que se abrirá ante la cultura pascuense será su completa extinción y substitución por un pastiche mezcla de “chilenidad” y globalización, cuyas referencias más genuinamente pascuenses serán la famosa película de Kevin Costner y las danzas para turistas interpretadas por chicas con poca ropa.

La extinción completa y para siempre de una joya única como es la cultura de Rapa Nui, es un lujo que la Humanidad no debería permitirse. Algo habrá que hacer pues, también desde otras orillas.

martes, 20 de noviembre de 2007

La isla de Pascua en los albores del siglo XXI. Asimilación cultural, impacto de la globalización y renacimiento de una cultura única (1)



Un lugar de leyenda.

Rapa Nui (Isla Grande, en lengua polinesia) es un peñasco de forma triangular y 160 km. cuadrados de superficie que aflora en solitario, rodeado por la inmensidad del Océano Pacífico. Refiriéndose a la situación de la isla que constituye su hogar, los ancianos rapanui dicen con humor que en realidad no es que ellos vivan aislados, sino que el resto del mundo está lejos.

Y en cierto modo, es así. Situada a 2200 km. de la tierra más cercana, la isla Pitcairn, a 3.700 km. de la costa del continente americano y a 4.500 km. de Tahití, Rapa Nui ha constituido durante milenios un microcosmos cerrado sobre sí mismo y en cierto modo autosuficiente, tardíamente poblado y aún más tardíamente incorporado a eso que antes se llamaba “la civilización”.

Los polinesios desembarcaron en la isla y comenzaron a poblarla hacia el siglo VI de nuestra era. La llamaron en su lengua Te Pito o te Henua, es decir “El Ombligo del Mundo”. Cuenta la leyenda fundacional aborigen que los primeros hombres que pusieron pie en Rapa Nui fueron los Siete Exploradores enviados por el Ariki Hotu Matu'a, quien sería el primer rey conocido de la isla; sin embargo, va cobrando fuerza la hipótesis de que ésta seguramente ya estaba poblada entonces. ¿Por quién y desde cuándo? Aún no hay indicios claros que avalen esa suposición.

La conversión en colonia chilena.

El conocimiento de que existía Rapa Nui no llegó a Europa hasta el siglo XVIII. Fue el día de Pascua de 1722 cuando la isla fue avistada por vez primera por un europeo -un navegante holandés-, recibiendo por ese motivo el que hoy sigue siendo su nombre oficial, aunque también se la conozca por su antiguo nombre polinesio y algo menos, por el que le dieron los nativos pascuenses.

Convertida en puerto de escala en las navegaciones oceánicas del Pacífico, intereses peruanos y chilenos pugnaron por el control de la isla a lo largo del siglo XIX. En ese período sus habitantes vivieron los años más negros de su historia; la población autóctona estuvo a punto de desaparecer, víctima de los traficantes de esclavos y de las epidemias.

A finales del siglo XIX, Policarpo Toro, un aventurero chileno, logró forzar a los jefes rapanui a aceptar un tratado que en la práctica convertía a la isla en una colonia de Chile. Se arrebataba la posesión de la tierra a los isleños –si bien en su interpretación del tratado los rapanui afirman que en él se cedía “lo de arriba pero no lo de abajo”, es decir el terreno pero no el territorio- y se les convertía en extraños en su propia casa. Confinados tras una cerca de alambre espinoso que les separaba de las que habían sido sus tierras, ahora en manos de extranjeros, ni siquiera se les permitía a los nativos ir a Hanga Roa, el pequeño pueblo que ejerce como capital de la isla, y se les prohibía además salir de ésta.

La presencia en un territorio tan pequeño de la Armada de Chile y de otros elementos militares de ése país se hizo –y es todavía- asfixiante, además de injustificada. El supuesto temor chileno a una invasión de sus costas por otro país que usara la isla de Pascua como base de partida para el ataque, no es más que una excusa de geoestrategia decimonónica.

Sólo en 1966, tras un levantamiento aborigen duramente reprimido y una posterior y fuerte campaña de prensa en los medios de comunicación chilenos, se abolió el apartheid de hecho que imperaba en la isla y se les concedió a los rapanui la nacionalidad chilena. Hoy, la isla de Pascua forma parte de la provincia de Valparaíso, de la cual, como decía antes, dista 3.700 km.

Testimonios europeos del desastre.

La primera referencia de enjundia literaria sobre Pascua la dio el escritor Pierre Loti, quien visitó la isla en 1872 durante un viaje a bordo de una fragata de la Armada francesa en la que servía como guardiamarina.

A pesar de su juventud, Loti describió con maestría el estado de postración en el que vivían los nativos rapanui, así como el proceso de desaparición de sus referentes culturales. En aquella época ya nadie recordaba qué significaban los moais, las esculturas labradas en piedra volcánica, que yacían derribados por tierra desde hacía siglos. El culto substitutivo en honor del dios Make-Make había celebrado su última ceremonia del Hombre-Pájaro apenas cinco años antes de la visita de Loti.

Ya en el siglo XX, se estableció en la isla el misionero alemán Sebastián Englert. El sacerdote se apasionó pronto por la cultura rapanui, convirtiéndose en el primer y acaso el más importante estudioso que haya abordado su conocimiento desde la antropología cultural. Su trabajo de campo etnológico en Pascua sigue siendo hoy referencial para el conocimiento de esta cultura.

Englert no fue solo un entregado investigador. También dedicó una gran parte de su tiempo a la divulgación, publicando libros y dando conferencias sobre la cultura pascuense. Sin embargo, no parece que el padre Englert estuviera muy preocupado por las miserables condiciones materiales de vida en que vegetaban los aborígenes contemporáneos suyos, y tampoco por el dominio explotador que los propietarios chilenos ejercían sobre la isla y sus escasos recursos.

Apenas un año antes de que el cura Englert llegara a Pascua, Alfred Métraux y un pequeño grupo de investigadores residieron en la isla durante seis meses, dedicados a la sistematización de cuanta información oral sobre la cultura pascuense pudieron recoger sobre el terreno. Fruto de ese trabajo fue un libro menos conocido que las obras del capuchino alemán, pero no por ello menos importante: “La isla de Pascua”. En este volumen imprescindible se hace un repaso somero pero solvente de la historia, sociedad y cultura pascuenses, y en su prefacio se traza un breve y agudo retrato de la sociedad rapanui a mediados de los años treinta del pasado siglo; una sociedad a la que Métraux describe sumida en el abandono, la ignorancia y la explotación.

Población, sociedad y economía contemporáneas.

Se calcula que en Pascua residen de modo permanente unas 3.700 personas. En los últimos años se ha establecido en la isla un número importante de chilenos –los “continentales”, o “contis”-, que ocupan puestos de trabajo en el sector turístico y el pequeño comercio. Se trata de una inmigración que busca mejorar su estatus económico, aprovechando para ello las facilidades que el gobierno chileno otorga a los colonos y también el reciente despegue del turismo en este rincón del mundo (unos 50.000 visitantes al año).

Así Pascua se ha ido “blanqueando”, aunque subsista una importante población mestiza y una población rapanui mayor de la que reconocen las instancias gubernamentales y turísticas chilenas, para quienes los aborígenes de la isla sumarían escasamente medio centenar de individuos. Otras fuentes calculan la población rapanui en un millar de personas.

Algunos extranjeros de origen europeo han instalado prósperos negocios en la isla, todos relacionados con el turismo: la mayoría de los hoteles, restaurantes y tiendas de mayor categoría que funcionan en Hanga Roa son propiedad de europeos establecidos en la isla. Los chilenos por su parte acaparan casi todos los comercios que ofrecen precios asequibles para los residentes, en tanto los mestizos y los rapanui explotan algunos humildes pequeños negocios familiares, que en general son los que están más en consonancia con el ambiente y el espíritu tradicionales de la isla.

La presencia de los militares chilenos, especialmente de las instalaciones y el personal de su Marina, es omnipresente y destaca en un espacio tan reducido; tampoco es muy discreta la presencia de policías de paisano. Semejante despliegue parece tener que ver más con la arraigada mentalidad autoritaria chilena que con hipotéticos conflictos que pudieran originarse en una isla pequeña, habitada por gente amable y hospitalaria y a la que por razones obvias accede un número reducido de turistas. La seguridad en Pascua es absoluta.

martes, 6 de noviembre de 2007

¿Ya ha elegido la música para su funeral?


En un programa de radio que oí este fin de semana plantearon un asunto del que no se suele hablar en público, pero que resulta bien interesante como medidor del cambio social y de mentalidad que está viviendo este país.

Resulta que al parecer, en España está creciendo rápidamente el número de personas que eligen un funeral laico como modo de despedirse de éste mundo, y que en esas ceremonias civiles es cada vez más frecuente que se escuchen músicas seleccionadas por el finado antes, lógicamente, de haberse convertido en tal. Las músicas favoritas para ocasión tan especial, además de los temas convencionales que suelen asociarse con unas exequias fúnebres, como el famoso Réquiem de Mozart, son cada vez más diversas y pertenecen a toda clase de estilos musicales.

Es así como al decir de los expertos, el "Imagine" de Lennon es ya el rey del hit parade de los tanatorios, seguido de "My way" de Frank Sinatra y de otras canciones por el estilo. Muchas oscilan entre la declaración de principios y la autoreivindicación personal, aunque no se descarten ni siquiera piezas de carácter festivo, incluida la música discotequera; sobre gustos no hay nada escrito, como es sabido.

En el transcurso del programa de radio al que me refería al principio, que se desarrollaba en directo desde un auditorio de Cáceres, se abrieron los micrófonos durante unos minutos a llamadas telefónicas de oyentes para que éstos explicaran como veían la cuestión y, caso de tenerlas, exponer sus previsiones personales en este asunto. Para sorpresa general, todas las personas que llamaron manifestaron tener pensada la música para su funeral. Una intervención de una señora de Cartagena levantó una cerrada salva de aplausos del público asistente, cuando dijo que había previsto que en su ceremonia de despedida estaría cubierta por la bandera republicana y sonaría el Himno de Riego; un coro de risas y más aplausos acogió luego su deseo de que durante el camino al cementerio, los familiares y amigos que acompañaran su féretro cantaran aquella cancioncilla infantil que comienza "Estaba el señor Don Gato...".

Por mi parte, hace tiempo que tengo pensado cómo me gustaría que fuera mi despedida. Primero, quisiera irme cubierto por una bandera roja, sin símbolos ni siglas: un simple trozo de tela del color que desde la Grecia clásica simboliza la lucha por una vida mejor para todos. No debe haber discursos ni oraciones, sólo deben sonar tres piezas que además de resumir mis gustos musicales creo que sintetizan mi manera de pensar sobre la vida y la muerte: primero, la
Fanfarria para un hombre corriente de Aaron Copland, seguida de Le métèque de Georges Moustaki, y para acabar, Time after time de Miles Davis. Luego de oír estas músicas se abrirán unas botellas de cava, se brindará por la vida y alguien pronunciará la palabra que Luis Carandell hizo grabar en su epitafio: "Fue". Unos días después dispersarán mis cenizas al viento, una parte sobre el Mediterráneo frente a Barcelona y el resto en cualquier lugar del Pirineo aragonés.
... Y fin de la función.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Lengua versus cultura (y 2): por un planteamiento científico de un problema ideologizado


Lo relatado en el post anterior tiene su origen en un error muy extendido hoy, cual es el confundir la parte por el todo, es decir lengua con cultura, y a ésta con un proyecto ideológico concreto, el que identifica cultura de una colectividad con identidad nacional; algo común hoy desde el punto de vista político, pero científicamente insostenible existiendo desde hace tiempo el concepto antropológico de cultura (ver las aportaciones de Marvin Harris, por ejemplo).

En realidad, la identificación entre lengua y cultura no se sostiene ni siquiera desde el punto de vista político. Si fuera cierto que la esencia de la cultura propia de una colectividad humana descansa exclusivamente en el uso de una lengua concreta -tal como viene sosteniendo el nacionalismo catalán burgués desde hace 30 años (al no disponer de otros asideros como raza, religión, etc), resultaría que un pueblo como el irlandés, de fuerte perfil "nacional" -en el sentido político contemporáneo del término- pero cuya lengua originaria, el gaélico, es usada desde hace siglos tan sólo por una minoría muy pequeña de la población, carecería no ya de identidad nacional en términos políticos sino incluso de cultura propia, cuando ésta tiene por contra una potencia indiscutible ... aunque desde hace siglos se exprese en inglés, el idioma de los antiguos colonizadores. ¿Acaso James Joyce no es un escritor irlandés?. Pues por increíble que parezca, aplicando el método seguido por la conselleria de Cultura de la Generalitat de Catalunya en el caso de la Feria de Frankfurt, y dado que Joyce escribía en inglés y no en gaélico, no lo es, y por tanto no representa a la cultura irlandesa.

Franz Boas en su libro clásico "Antropología cultural", (pág. 159, Círculo Universidad. Barcelona, 1990) define la cultura como "la totalidad de las reacciones y actividades mentales y físicas que caracterizan la conducta de los individuos componentes de un grupo social, colectiva e individualmente( ...) también incluye los productos de estas actividades y su función en la vida de los grupos".

La lengua es tan sólo uno de esos productos, además de una herramienta de comunicación que ni siquiera tiene que ser necesariamente una sola o la supuestamente "propia" de ése colectivo.