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viernes, 8 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa, del compromiso social al premio Nobel



La concesión del premio Nobel de literatura a Mario Vargas Llosa, escritor peruano con pasaporte español desde los años noventa, viene a confirmar la vigencia del amplio grupo de "vacas sagradas" de la literatura castellana nacidas en América que han dado a luz la mejor narrativa en castellano del siglo XX. Ese selecto grupo de elegidos para la gloria comenzó a publicar en la Barcelona de los primeros años sesenta en Seix Barral, la editorial que comandaba Carlos Barral, luego de haber sido destetados como escritores por la agente literaria Carmen Balcells, quien inoculó en su selecta cuadra de purasangres de la pluma, entre otras virtudes de semejante o mayor rango, un afán por el coleccionismo de dólares que ríanse usted de los banqueros de Wall Street e incluso de Salvador Dalí.

Así, los García Márquez, José Donoso, Alejo Carpentier, Vargas Llosa, etc, devinieron de románticos e izquierdistas escribidores en multimillonarios fabricantes de best sellers, cuyas novelas venden cifras mareantes y se traducen a cualquier idioma que tenga alfabeto desde hace ya medio siglo. Lo fantástico de la mayor parte de los componentes de este grupo de dioses es que han sido capaces de hacer ese tránsito sin perder apenas calidad literaria.

No es el caso de Vargas Llosa. Si "La ciudad y los perros" publicada cuando Mario Vargas Llosa todavía era Marito, a sus apenas 25 años, es quizá una de las 4 ó 5 mejores novelas escritas en castellano de todos los tiempos, y el conjunto de su obra de los años sesenta y setenta es ya parte de la historia de la literatura universal, lo que vino después, de los ochenta hacia acá, es en su caso pura decadencia literaria. Las novelas de Vargas Llosa son desde hace décadas un producto industrial fabricado por alguien que conoce tremendamente su oficio y sabe como encandilar a sus lectores, pero no dejan huella alguna. Es lo que tienen los best sellers: son artículos de consumo con fecha de caducidad, al contrario que la buena literatura.

El Nobel le llega a Vargas Llosa como reconocimiento a una trayectoria creativa que tantas satisfacciones ha dado a las industrias culturales, y también como un cierto premio a su evolución ideológica. Nada queda apenas del joven revolucionario que sacudió en la conciencia de los latinoamericanos aldabonazos tan dramáticos como la mencionada "La ciudad y los perros" (si Vargas Llosa no hubiera escrito más que esas páginas, ya merecería un puesto de honor en la literatura universal), y que desnudó la mentalidad reaccionaria, militarista, meapilas y machista dominante en las sociedades americanas con títulos como "Pantaleón y las visitadoras", Conversación en la catedral" y "La tía Julia y el escribidor". Pienso que lo que vino luego, tras la publicación de "La guerra del fin del mundo" a principios de los ochenta, desmerece al autor primigenio, de modo acorde y paralelo a su evolución ideológica hacia posiciones cada vez más conservadoras; basta leer sus artículos de opinión en El País a modo de ejemplo ilustrativo. La última novela suya que leí, "La fiesta del Chivo", me pareció simplemente lo que es: un best seller entretenido mientras lo lees, pero que una vez terminado se olvida por completo.

Ahora que estamos en el bicentenario de las presuntas independencias americanas, yo me quedo con el Vargas Llosa que retrata su juventud como el cadete alias El Poeta, en ese bestial trasunto de la sociedad americana postcolonial (¿post?) prolongada hasta casi hoy mismo; sociedades en las que reinaba (¿reina?) el militarismo y el machismo hasta el delirio, y que el escritor peruano resumía en el microcosmos del colegio militar limeño Leoncio Prado. Y también con esa magistral puesta en ridículo de los "valores" que dicen poseer las instituciones militares, que representan las aventuras del capitán Pantaleón Pantoja y su tropa de putas itinerantes por las guarniciones de la selva amazónica peruana en "Pantaleón y las visitadoras"; no se pierdan el lenguaje militar estereotipado en el que el pobre capitán Pantoja redacta sus desternillantes informes. Y desde luego vuelvan a leer cuantas veces quieran la divertida "La tía Julia y el escribidor", donde el Varguitas de finales de los setenta evoca sus comienzos literarios y el amor iniciático por una mujer de su familia, en paralelo a la peripecia de un guionista de radionovelas que acaba enredando de tal manera su vida privada con su oficio de escribidor que todo llega a ser uno para él, en una sátira feroz de los usos y constumbres amorosos de la sociedad limeña.

Y en fin, recuerden siempre aquél diálogo famoso entre dos personajes de "Conversación en la catedral":

- Zavalita ¿cuándo se jodió el Perú?.

- El Perú nació jodido, amigo mío.

Lamentablemente parece que Vargas Llosa haya olvidado sus propias palabras, adoptando los puntos de vista de esos miraflorinos (habitantes del barrio más exclusivo de Lima) que criticara ásperamente en su juventud.

La fotografía que ilustra el post corresponde a los años en que Mario Vargas Llosa era joven, izquierdista, "feliz e indocumentado" (como escribió de sí mismo García Márquez evocando los años sesenta y su estancia en Barcelona).

viernes, 12 de marzo de 2010

El premio Nobel ya nunca tendrá a Miguel Delibes



Escribo con urgencia, bajo el influjo emocional de la muerte de Miguel Delibes, que acaba de producirse esta mañana.

Así que Delibes ya nunca tendrá el premio Nobel. Lo que dicho sea de paso habla bastante mal del nivel cultural o simplemente mental de quienes manejan ese puerco mundo de los premios literarios. Ellos se lo pierden desde luego, pero habría sido bonito un reconocimiento internacional para quien, guste o no guste, ha sido el último escritor en castellano de aliento clásico. Confieso que hace pocos años firmé una petición colectiva reclamando el Nobel para Miguel Delibes, y he de decir que no me arrepiento de haberlo hecho a pesar de seguir considerando que de bastantes años hacia aquí los Nobel de literatura son una mascarada indigna.

Más importante que todo eso, con Delibes se va un modo de narrar cercano a la tierra, estrictamente campesino y pegado a las raíces de su país. Del suyo, que no del mío, porque Delibes fue un escritor castellano hasta la médula, y aunque usemos para la escritura el mismo idioma entre él y yo hay una distancia sideral, y obviamente no sólo en la calidad literaria que nos separa. Precisamente esa es la grandeza de idiomas como el castellano o el francés, vehículos en los que se expresan gentes tan distintas, que han devenido lenguas universales de cultura.

Como persona Miguel Delibes fue un hombre esencialmente conservador, pero su comprensión del medio rural, adquirida desde la propia vivencia, le acercaba extrañamente a escritores de perfil izquierdista, autores como Ramón J. Sender, quien al igual que Delibes, conoció directamente la dureza del campo español de décadas pasadas. En "Los santos inocentes", una de las obras más populares de Delibes, hay más dinamita contra el sistema caciquil y la figura de los terratenientes que en toda la producción ensayística anarcosindicalista sobre el tema. Para muchos, sin embargo, es "Cinco horas con Mario" la novela cumbre de Miguel Delibes, y acaso la mejor novela escrita en castellano en España en la segunda mitad del siglo XX. A mí me sigue pareciendo estremecedora cada vez que la vuelvo a leer, tal vez porque me aviva el recuerdo de una historia espeluznante que conocí hace ya bastantes años y que está directamente ligada a ese texto. Tal vez la explique algún día en forma de cuento.

Sin embargo el mejor Delibes está a mi juicio en "Diario de un cazador". Compré ese libro hace 30 años en una librería de Barbastro, durante una parada en un viaje al Pirineo aragonés en el "850" de una novieta que tenía en aquellos tiempos. Lo leí durante el viaje por carreteras y pueblos entonces todavía literalmente perdidos, y la prosa seca y precisa de Delibes me caló por completo. Muchos años más tarde llegué a la conclusión de que como dice Eduardo Mendoza en su último libro de cuentos, lo importante en narrativa no es lo que se dice sino cómo se dice. En ese sentido la vida menuda que traspasa "Diario de un cazador" es desde luego un vehículo para que Delibes exprese toda su capacidad como narrador, pero también el cauce para hacernos comprensiva la mirada honda y calma del hombre de campo, cuya filosofía de la vida ha sido tallada por el paso de los siglos y heredada de las generaciones que antes que él pisaron el viejo terruño. Así era en el caso de Sender, y así ha sido en el caso de Delibes.

Lo que acaba de morir no es tanto un escritor enorme como un modo de entender y vivir la vida, el modo propio y finisecular de los campesinos, que con la desaparición de Miguel Delibes pierde definitivamente la posibilidad de expresión literaria.

martes, 27 de marzo de 2007

La lengua absuelta


La celebración del IV Congreso de la Lengua Castellana está mostrando la vitalidad y potencia de este idioma como lengua de comunicación y cultura, y la proyección sobre otros espacios lingüísticos que está adquiriendo en los últimos años. Y ello a pesar de que hace apenas unas décadas los agoreros consideraban acabado al castellano, en tanto que lengua propia de una comunidad cultural cuyo protagonismo histórico hace siglos que dejó de ser decisivo para el conjunto de la Humanidad, y que era usada además en contextos sociopolíticos con grandes problemas para incorporarse a la modernidad e integrar los avances científicos y tecnológicos. Siendo cierto todo esto, el salto adelante dado por la comunidad castellanohablante en el último cuarto de siglo ha desmentido, sin embargo, los pronósticos pesimistas.

Hoy el castellano es una lengua hablada por 400 millones de personas, de las que apenas el 10% residen en el país donde se originó. Ello significa que el castellano ha trascendido el marco geográfico concreto donde vio la luz, para convertirse en un valor universal. Hoy, este idioma es la segunda lengua –y en crecimiento exponencial- de EEUU, la mayor potencia que ha conocido la Historia; su enseñanza se ha integrado en el sistema educativo de Brasil, el país con mayor potencial de la América no anglosajona, en pie de igualdad con su lengua oficial, el portugués; y es ya el segundo idioma extranjero preferido pòr los estudiantes de idiomas europeos, por encima del francés y del alemán. Y en fin, su estudio y conocimiento comienza a introducirse en países con tanto futuro como Rusia, China y Japón.

El castellano es hoy en la América no anglosajona una lengua con prestigio social creciente, debido a la suma de dos potentes factores: la reivindicación creciente de las propias raíces culturales americanas –en las que la aportación ibérica supone al menos la mitad del componente, junto con la propiamente indígena y la africana en algunos países-, y el reforzamiento del vínculo transantlántico con una España pujante y que en la última década ha acogido a más de dos millones de inmigrantes de esas latitudes; para los americanos del centro y del sur, España es hoy, quizá por primera vez en la historia, una referencia ejemplar y una locomotora a la que engancharse en muchos terrenos, incluido el económico, algo absolutamente impensable años atrás.

En la reunión de Cartagena de Indias brillan nombres que ya son patrimonio cultural de la Humanidad, y cuya obra se ha realizado íntegramente en esta lengua desde la otra orilla del Atlántico. Quizá por ello se dice que si el pasado del castellano está en Europa, su futuro se halla indudablemente en América. A los reaccionarios que se espantan ante las consecuencias de ese hecho, temerosos de la "fragmentación" que pueda experimentar el idioma así como de la dirección que pueda tomar su evolución futura, habría que recordarles que las lenguas son organismos vivos en perpetua evolución y cambio, y que son precisamente las "lenguas fijadas", estáticas, las que irremediablemente desaparecen a corto plazo.

El castellano por el contrario es una lengua que vive en continua transformación, y es su propia vitalidad la que desborda los planteamientos conservadores que pretenden anclarlo en un momento histórico determinado. Por fortuna, las propias Academias de la Lengua iberoamericanas parecen entenderlo así y desde hace tiempo coadyudan a este proceso de perpetua puesta al día.

No todo es de color de rosa, sin embargo. Desde siempre la lengua castellana ha vivido de espaldas al resto de las lenguas peninsulares, incluido el portugués. En los últimos años ha habido algunos tímidos intentos de apertura, caso de la presencia del idioma catalán como invitado principal en la Feria del Libro de Guadalajara hace un par de años, pero los gestos siguen siendo insuficientes. Los vínculos oficiales entre las instituciones que velan por las diferentes lenguas románicas son inexistentes, cuando el tronco común debería servir como referencia para políticas de defensa conjunta ante la invasión globalizadora del "american english", que en tanto que lengua del Imperio funciona como instrumento de penetración cultural e ideológica en todos los rincones del planeta.

Tampoco parece que desde las instancias oficiales se haga mucho por la pervivencia de esa joya lingüística que es el judeoespañol, lengua castellana propia de los sefardíes, hoy en leve recuperación tras muchos años de estar al borde de la extinción; ni por la pervivencia del idioma castellano en zonas donde aún se considera lengua vehicular o de cultura pero está en retroceso ante la presión de otras lenguas prestigiosas, caso de lo que sucede en el Sáhara Occidental y el norte de Marruecos (ante el árabe clásico), Guinea Ecuatorial (ante el francés) y Filipinas (ante el inglés). En Puerto Rico el castellano va siendo desplazado rápidamente por el inglés, primero de la vida pública y ahora también del ámbito privado.

Luces y sombras pues en el currículum actual de una lengua que, como tituló uno de sus hijos de la Diáspora, el sefardí Elias Canetti, es hoy una "lengua absuelta" con un presente brillante y un futuro espléndido.