En entrevista publicada hoy por El País dice Íñigo Urkullu, flamante nuevo líder del PNV, que él "quiere seducir a los vascos y a las vascas, no a España". No me cabe la menor duda de que van a ser muchos los vascos y las vascas que se van a sentir seducidos por éste político con aspecto de galán maduro y guapetón; otra cosa es que tal capacidad de seducción tenga luego traducción política.
En cuanto a la proclamación urbi et orbe del desamor de Urkullu por España -algo que se dá por supuesto en todo nacionalista vasco que se precie-, parece más bien una coz dirigida contra su antecesor en el cargo, Josu Jon Imaz, quien manifestó no hace tanto "querer seducir a los españoles" -hay que ver éstos jóvenes nacionalistas vascos lo subida que tienen la líbido, y eso que se han pasado media vida entre faldas de curas-, propósito que finalmente tuvo similar éxito al logrado por otro nacionalista de pro, éste catalán y convergente, el señor Miquel Roca, cuando lanzó su Operación Reformista "para enseñar a los españoles a hacer política" según sus propias palabras, y finalmente obtuvo 2 diputados en todo el territorio de eso que algunos cursis llaman todavía "el Estado español".
Avisa Urkullu que "su PNV" se va a diferenciar del de Egibar y del de Ibarretxe, que el tiene "su propio estilo" y que dejará "su impronta". O sea que el hombre está dispuesto a zamparse el pastel él solito, sin compartir ni las migajas; vamos, una cosa como lo de Aznar en su día al tomar el control del PP. De ser así, su encumbramiento a la dirección del PNV se revelaría como la más cruel venganza de Imaz para con su propio partido.
Dice otras cosas Urkullu en la entrevista, en la que -cómo no- reparte estopa para el PSOE y Zapatero pero ni menciona siquiera al PP, lo cual no deja de dar pistas sobre por dónde ventea éste caballero los vientos de la Historia. Pero lo más interesante, con todo, que se desprende de ella es la constatación del retorno del jesuitismo como núcleo duro mental de la dirección del PNV. Dicen las malas lenguas que en los útimos años la tradicional influencia jesuítica sobre la formación vasca había mermado considerablemente en beneficio del Opus Dei. Con Urkullu sin embargo, vuelve como mínimo el modo de razonar a lo jesuita. Véase a modo de ejemplo la respuesta dada a una saducea pregunta del entrevistador:
Pregunta: Imaz dijo que primero la paz y luego, la consulta. Usted cita paz y autodeterminación como un binomio. ¿Tiene una jerarquía entre ellas?.
Urkullu: No, no hay un orden. Hay vasos comunicantes.
Así que el señor Urkullu, con esa fineza que le caracteriza, liga paz y autodeterminación "mediante vasos comunicantes". El mensaje es claro: sólo habrá paz si hay autodeterminación. Todos sabemos, él el primero, que eso es mentira, que la autodeterminación ni en Euskadi ni en parte alguna garantiza la paz (que se lo pregunten al IRA, cuyos militantes fueron cazados como conejos durante la guerra civil en la Irlanda recién independizada), y que para que alguna vez haya una consulta sobre autodeterminación con garantías (como en Québec, por ejemplo), antes es ineludible un clima de paz que permita que se realice en plena libertad.
Mientras ETA exista, por tanto, hablar de autodeterminación "haga lo que haga ETA" es apostar por un proceso tramposo. Jesuítico, Urkullu deja caer que paz y autodeterminación son realidades consustanciales, cual siameses unidos "por vasos comunicantes". Es obvio que las elecciones generales están a la vuelta de la esquina y que las palabras de Urkullu van destinadas a galvanizar desencantados, pero tienen el peligro de que haya gente en su partido y fuera de él que las tome al pie de la letra.
No es de extrañar por tanto, que a estas horas algunos cerebros pitecantrópidos que estos días andan a salto de mata por Francia puedan considerar, satisfechos, que con Urkullu aumentan considerablemente las posibilidades de llevar de nuevo al PNV al huerto de Lizarra. Y que en cuanto escampe, podrían comenzar a apretar en esa dirección.
Mal empieza pues Urkullu. Veremos.
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