lunes, 24 de diciembre de 2007

Con "Aída", la clase obrera se asoma a la televisión


Que la televisión genera modelos culturales y es uno de los principales instrumentos de creación de consenso social, es algo que sabemos desde que a finales de los años cincuenta comenzó a estudiarse en EEUU su uso y sobre todo, su impacto en la conformación de conciencias.

En España la televisión ha jugado un papel inestimable en la implantación de mitos sociopolíticos como la extensión del mito de la clase media a todo el corpus social. De creer a los productos televisivos llamados nacionales, las clases trabajadoras españolas no serían en realidad invisibles, como durante el franquismo, sino directamente inexistentes; quienes las integran, sus problemas y hasta los barrios donde residen, simplemente habrían desaparecido.

En las comedias de situación, esas series que nos dan la pauta de los valores ideológicos por los que discurre la sociedad española contemporánea, vemos familias amplias, con hijos de anteriores matrimonios aportados por los cónyuges, residiendo todos juntos en adosados con jardincito; ambos miembros de la pareja tienen trabajos de "cuello blanco". Los problemas que allí se ventilan son casi exclusivamente sentimentales, con algunas pinceladas supuestamente críticas referidas al choque entre generaciones y sexos, y las dificultades de adaptación a los cambios sociales que sufren algunas personas. Las clases trabajadoras sólo están presentes en forma de mujer de servicio doméstico perfectamente integrada en el grupo familiar, y a través del operario no muy espabilado que hace pequeñas reparaciones en el domicilio de la familia protagonista.

Sorprende por eso una serie como "Aída", cuyos personajes son gente de clase trabajadora, a los que se hace residir en el extrarradio madrileño y cuyos problemas son los de tantas familias obreras. Todo bañado en buen humor, y con una punta de sentido crítico bastante interesante. Es cierto que los guiones de la serie han evolucionado, desde la mayor carga crítica de las primeras temporadas -que en ocasiones, burla burlando, llegaban a mostrar de manera bastante cruda los quebraderos de cabeza de Aída, una treintañera abandonada por su pareja y empeñada en sacar adelante a su familia, que depende por completo de los magros ingresos que ella obtiene fregando oficinas-, hasta los últimos capítulos, donde abandonando el naturalismo costumbrista parece que se acentúa el humor y el disparate y se hace una clara apuesta por la dulcificación de los argumentos.

Aún así "Aída" continúa manteniendo un buen nivel, y hace asomar cada domingo a nuestros televisores a esos hombres y mujeres cuya existencia alguien decretó un día extinguida -como si fueran dinosaurios prehistóricos ajenos a la sociedad de la modernidad y el progreso-, pero que como advertía un personaje de la novela "Espartaco" en realidad siguen estando ahí y siguen siendo millones. No es por ello extraño que la cuota de pantalla de esta serie se sitúe en cifras récord, con alrededor de un tercio del total de los espectadores televisivos del domingo noche.

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