Dicen los periódicos de los últimos días que Nicolas Sarkozy pretende implantar en Francia la castración química para los condenados por un específico delito sexual. A mí ya no me extraña nada. Lo raro es que semejante bestialidad no haya sido elevada a rango de ley antes por otros primates de su mismo "pensamiento"político con mando en plaza. Pienso en Aznar, sin ir más lejos.
El caso es que a la propuesta de Sarkozy se han apuntado rápidamente el PP catalán y UDC, los democristianos de Duran Lleida. Dado que ya estamos en campaña electoral para las generales de marzo como quien dice, es de esperar que pronto el coro de vírgenes prostitutas que interpretan los Acebes, Zaplana, Ana Pastor y el casi difunto político Rajoy, nos deleite exponiéndonos las ventajas que la castración química puede reportar a la política penitenciaria y en general a la seguridad pública, ése obsceno tótem ante el que gusta de masturbarse en público la derecha más cerril.
Quienes hace décadas que dejamos de mamarnos el dedo le hemos visto enseguida cosas raras a tan fundamental aportación al debate sobre los límites del comportamiento racional de un gobernante en ejercicio. Porque resulta que cualquier estudiante de primero de Psicología nos confirmará que los delitos sexuales no tiene nada que ver con la biología y sí con la psicología. Por tanto, la castración química del delincuente sexual sea cual sea su delito simplemente no sirve para nada. Para resumirlo de un modo conciso y entendible incluso por el propio Sarkozy: el violador homicida sometido a castración química seguramente dejaría de violar, pero en absoluto dejaría de matar. Es posible incluso que sus tendencias asesinas aumentaran luego de ser castrado.
En realidad, es evidente que a Sarkozy le importan un pimiento los aspectos éticos, médicos e incluso prácticos de la salvajada que acaba de arrojar a la arena política. Lo que está intentando es desviar la atención de problemas muy serios que le agobian, tales como el rechazo social creciente a su compadreo con los sectores económicamente más poderosos de la sociedad francesa. También, la repercusión mediática que en Francia y en todo el mundo ha tenido el caso de un niño ruso gravemente herido al caer por una ventana, cuando la policía acosaba a su familia en el marco de una redada contra inmigrantes sin papeles; suceso que ejemplifica la política demagógica y matonil que desde sus tiempos como ministro del Interior ha seguido Sarkozy en relación con éste problema.
En coincidencia de fechas con la cortina de humo lanzada por el presidente francés, además, su ministro de Exteriores, Kouchner -uno de esos socialdemócratas "moderados" y "centrados" que Sarkozy ha comprado para adornar su Gobierno radicalmente de derechas- rendía pleitesía al Emperador en Washington, y dejaba caer que no sólo Francia podría en el futuro tomar en Irak un papel más activo y cercano a las tesis e intereses de la Administración Bush, sino que trabajaría para que la ONU asumiera responsabilidades semejantes. Se conoce que este Judas no debe leer la prensa norteamericana, y no está por tanto al corriente de la desbandada neocon que se está produciendo en la Casa Blanca y aledaños. Sarkozy prepara pues un viraje de 180 grados en la política exterior francesa, y para encubrirlo necesita echar carnaza a la opinión pública; ya se sabe que los delitos sexuales dan mucho juego en esos menesteres.
Con todo, el principal problema de Nicolas Sarkozy está dentro de sí mismo. Y es que en realidad, Sarkozy es un individuo lleno de complejos (desde su físico hasta sus orígenes sociales) y, él sí, verdaderamente castrado: por su esposa, Cècilia Sarkozy, una mujer de armas tomar. Hace años que las relaciones sentimentales entre Sarkozy y Cècilia han convertido al "petit Nicolas" en el hazmerreír de esa clase social a la que éste hijo de un inmigrante sin papeles del Este de Europa aspira, y que aunque le haya votado para presidente sigue minusvalorándole como hombre en todos los planos. Cècilia Sarkozy por contra es una mujer de fuerte personalidad y celosa de su independencia, incomparablemente más inteligente que su marido y que además se mueve como pez en el agua en los círculos en los que Sarkozy anhela ser acogido y reconocido; de momento, el presidente francés tiene que contentarse con navegar en el yate de ricachos beneficiados por su política fiscal y pasear con el torso al aire junto a un George Bush que últimamente anda falto de compañía europea, ahora que hasta el británico Gordon Brown anuncia que quiere tomar distancias con su política en Oriente Próximo.
No hay castrado que no quiera castrar a todo el mundo, y Nicolas Sarkozy no parece ser una excepción a la regla. Veremos si semejante disparate queda en un fuego fatuo de verano o, lo que no sería de extrañar ahora que ya vamos conociendo un poco al personaje, persiste en profundizar en él. Y es que hay individuos que cuando tienen poder, pasan a constituirse en verdaderos peligros públicos.
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