Karl Rove, el guionista principal del neoconservadurismo yanqui, acaba de anunciar que a finales de mes desaparecerá de la escena política.
Las ratas abandonan el barco pues, dejando que el pobre Bush acapare todas las bofetadas que van a llover en cuanto los republicanos sean desalojados de la presidencia del país. Que alguien como Rove intente ponerse a salvo poniendo pies en polvorosa, muestra hasta qué punto tienen perdida la partida.
En una primera lectura, Karl Rove es el hombre que inventó a George W. Bush. En 1999 tomó en sus manos la responsabilidad de llevar a la Casa Blanca a aquél ricacho medio idiota con el cerebro destruido por el alcohol, la cocaína y el fanatismo religioso. Hay que reconocerle a Rove que el reto era hercúleo, y que salió de él con matrícula de honor. De todos modos ya conocía el material con el que trabajaba, pues años atrás había conducido la campaña de Bush hijo para gobernador de Texas. Probablemente fue entonces cuando Rove y sus compinches descubrieron que aquél imbécil era el presidente-títere ideal para la revolución ultraconservadora que venían preparando desde principios de los años noventa.
En realidad Karl Rove ha sido mucho más que un experto muñidor de campañas electorales y un consejero asesor áulico presidencial: Rove es nada menos que el hombre que dio forma "intelectual" a eso que desde hace algunos años se ha dado en llamar "pensamiento neocon".
Fue Dick Cheney quien siendo secretario de Defensa a principios de los noventa, encargó a Karl Rove un documento en el que el entonces joven "consultor político" debía concretar el programa para después de la toma del poder. Cheney, el verdadero patrón neocon, le pidió a Rove que dibujara las líneas maestras en las que se basaría una presidencia que debería asentar la hegemonía global de los EEUU en todo el planeta para siempre. Rove ejecutó el encargo y parió un documento alucinante en el que, de entrada, compara el Imperio que debe establecer USA con el Imperio Romano, del cual además reivindica objetivos, métodos y resultados. En ese documento Rove sostiene que una hegemonía de esas características sólo puede mantenerse desde el más absoluto control militar sobre el mundo, y llega a proponer que EEUU se dote de una fuerza militar capaz de protagonizar hasta tres escenarios simultáneos de conflicto armado en diferentes partes del Globo.
Detrás de la actuación de este grupo de lobos están las corporaciones norteamericanas, enormes holdings empresariales herederos de las multinacionales. Cada uno de los "hombres fuertes" de la Administración Bush -Cheney, Rice, Rumsfeld, y algún otro más discreto- representa en la dirección política del país a un consorcio de macrocorporaciones agrupadas por sectores de interés: petróleo y energía, logística e inversiones, complejo militar-industrial, etc. El poder de estos consorcios es inmenso, y de su disfrute han quedado prácticamente excluidos los accionistas, que se limitan a recibir dividendos: quienes mandan hoy en las corporaciones son sus altos ejecutivos. J.K. Galbraith escribió muy luminosamente sobre todo esto en sus últimos años.
En septiembre de 2001 hubo un punto de inflexión. Hasta entonces los neocons tenían la Administración norteamericana, pero no gozaban del poder absoluto ni siquiera sobre EEUU: los atentados del 11-S se lo entregaron por entero. La legislación de emergencia fue el recubrimiento legal de un verdadero golpe de Estado, a partir del cual se pudo poner en marcha el plan Rove sin tapujos ni cortapisas. Es así como Irak debía ser el primer peldaño de una "reordenación de Oriente Próximo" destinada a garantizar el suministro de petróleo a EEUU durante los próximos dos siglos, al poner en sus manos por completo las mayores reservas del planeta. Pero los planes de esta banda de criminales iban mucho más allá, y seguramente iremos teniendo noticia de ellos en los próximos años; sabemos ya, eso sí, que tal como hemos podido constatar en estos años, la voladura de la Unión Europea y la substitución de la ONU por otro organismo domesticado formaban parte de ellos.
Tras todas estas operaciones, dirigiendo los movimientos estratégicos como un jugador de ajedrez, ha estado Karl Rove. No es que Rove fuera el "Number One" de la banda -en realidad, no había "Number One"- ya que su papel era el de "cerebro", en un tipo de estructura nada casualmente coincidente con la propia de la Mafia norteamericana. En realidad, como es sabido, en los Sindicatos del Crimen no suele haber una cabeza visible, o en caso de haberla se trata de un testaferro (como Bush hijo), aunque el "consegliere" mejor situado suele acumular tanto poder que en ocasiones supera al que ostentan los representantes de las familias/corporaciones presentes en el Consejo mafioso.
Es por ello que la fuga de Karl Rove resulta tan importante. Significa la señal de estampida, pues la organización amenaza ruina inminente.
En suma, la dimisión de Rove certifica que los días de la "revolución neocon" han terminado.
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