Decía la prensa ayer que el miércoles pasado un hombre bajó de un avión recién llegado de Cuba y procedió a instalarse en las dependencias del aeropuerto de Barajas, donde permaneció hasta que casi tres días después la policía decidió trasladarlo a un hospital de Madrid, al suponer los funcionarios que el individuo en cuestión padecía transtornos mentales.
Al comprobar su identidad, resultó que el presunto indigente era Martín Izaguirre Arbize, un antiguo miembro de ETA que cumplió condena en su día por el intento de secuestro en 1982 de un industrial vasco. Según El País, Izaguirre terminó de cumplir la condena por estos hechos a finales de los años noventa y decidió salir fuera de España, en concreto a Cuba. Desde entonces no tiene ninguna causa pendiente con la justicia.
Al conocer este caso me ha venido a la memoria la experiencia vivida en Cuba allá por agosto de 1996, cuando viajé por primera y de momento única vez a la isla caribeña. Apenas instalados en el hotel, el grupo de turistas que acabábamos de llegar en vuelo desde Madrid fuimos convocados a una "importante reunión" con el representante de la mayorista de viajes. Apareció un tipo de fuerte acento vasco que dijo llamarse Iñaki o algún otro nombre semejante, y entre las brumas de una resaca que le había dejado para el arrastre y a la que combatía con traguitos de ron y fumándose un habano largo como una mano, el caballero en cuestión nos endilgó un discurso en el que además de despreciarnos continuamente a cuenta de nuestra nacionalidad -ustedes "los españoles" no entienden esto, ustedes "los españoles" no saben lo otro, etc-, nos advirtió con truculencia de los muchos peligros que entrañaba el contacto directo con la población. La docena de presentes le escuchábamos en silencio, con caras de estar un tanto cohibidos al principio y luego ardiendo de deseos de perder de vista a aquél fantasmón.
En éstas sonó el teléfono y el tipo se puso a hablar como sino existiéramos. Así nos enteramos de que alguien pedía su intermediación para sacar de Cuba unos libros antiguos, algo que allí está legalmente prohibido, al menos lo estaba en aquellos años, y de cómo el tal Iñaki se comprometía a realizar la gestión con éxito garantizado ante la Policía cubana, quedando con su interlocutor en que ya hablarían de los costes de la operación.
Según parece la gente de ETA y su mundo campaba entonces por Cuba no ya con total libertad, sino conchabados con sectores corruptos del régimen castrista. Aquello era una especie de retiro dorado para ex combatientes y gente muy quemada. Desde hace algunos años sin embargo el paraíso castrista comenzó a cerrarles las puertas, y se dice que desde que Raúl Castro está al frente del negocio familiar las facilidades para los etarras se han reducido a cero, y que la isla empieza a ser un lugar poco recomendable para los muchachos de Txeroki y compañía. Así que ya tenemos aquí a los primeros retornados, náufragos que arriban a la playa de Barajas con lo puesto y que, finalmente, acaban en un asilo para indigentes o en un sanatorio mental, como le ha ocurrido a Izaguirre.
Si éste no es el peor final de ETA que pudieran concebir sus militantes y simpatizantes, se le parece mucho.
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