Con el escándalo de los servicios secretos organizados por la Consejería de Interior de la Comunidad de Madrid, se diría que ha empezado la cuenta atrás para el final de la carrera política de Esperanza Aguirre. En los últimos años la presidenta madrileña acumuló mucho poder y mucha impunidad, pero no la suficiente como para que el asalto a Caja Madrid le vaya a salir gratis.
El intento de apoderarse por las bravas del Consejo de Administración de una de las principales cajas de ahorros del país, ha sido un querer ir más allá de sus posibilidades aun siendo estas muchas, y al final el invento le ha estallado en la cara. Aguirre necesita Caja Madrid para continuar financiándose sus actuaciones faraónicas y populistas en la Comunidad de Madrid, y sobre todo para preparar el salto al sillón de líder de la derecha española que hoy todavía ocupa Mariano Rajoy; entre los neocons es dogma de fe creer que si quieres llegar a lo más alto, necesitas antes tener un respaldo financiero muy potente que pague tus facturas en la escalada hasta la cima. Mopolizando Caja Madrid, además, Esperanza Aguirre yugulaba la financiación de su principal opositor, Ruiz Gallardón. Acabar con Gallardón es requisito previo para ella, antes de ir a por Rajoy y luego a por La Moncloa. La “ambición rubia” (teñida) no conoce límites, y liquidar políticamente a Gallardón sería además para ella un gran placer personal.
En ese contexto la creación por sicarios de Aguirre de un servicio de espionaje contra adversarios políticos de su propio partido, no es más que una muestra de los niveles de degradación política y humana alcanzados por el personaje. Tampoco hay que asombrarse demasiado por su comportamiento en éste y en otros asuntos de similar jaez, si tenemos en cuenta cómo logró Aguirre el puesto de presidenta madrileña: tras la compra por la “mafia del ladrillo” local de dos diputados socialistas. La falta de escrúpulos de Aguirre, sus padrinos y sus palmeros no es sobrevenida, sino que tiene ya una larga trayectoria.
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