Zapatero acaba de proponer un "cambio de modelo de producción". El cambio para que fuera real no debería ser de “modelo”, sino de modo de producción. Si cambiar el “modelo de producción” significa cambiar el ladrillo por la banda ancha, tal como propone Zapatero, no vamos a ningún sitio; eso es apenas una mejora en la superficie, cuando el problema es estructural. Aunque implemente aquí toda la banda ancha del mundo, en pocos años volveremos a estar en donde estamos ahora.
Nadie quiere ir al fondo del problema, a la raíz. Esta no es otra que una realidad cada vez más patente: el capitalismo está completamente tocado, navega sin timón a la deriva, alcanzado por la ruina precisamente cuando más felices se las prometían sus beneficiarios. Y ello es así porque el modo de producción capitalista llevaba en su éxito el germen de su destrucción, como vaticinó correctamente Karl Marx. El crecimiento no es ilimitado. Además para que algunos sigan enriqueciéndose hasta el delirio, tienen que crecer en modo proporcional las víctimas de esa concentración de la riqueza en cada vez menos manos. Al final se acaba matando la gallina de los huevos de oro. Sin embargo, el capitalismo no se va a acabar en un par de días, como piensan algunos ilusos, sólo porque algunos gestores avariciosos hayan hecho saltar la banca y la hayan pegado fuego al casino para poder cobrar el seguro (que al cabo, les estamos pagando entre todos). El sistema tiene gasolina de sobras para seguir rodando durante tiempo, por inercia y por miedo.
Plantear una alternativa al modo de producción capitalista exige seriedad y compromiso, además de un cierto esfuerzo intelectual. Y sobre todo, desprenderse del miedo al qué pasará si intervenimos. Algo que las izquierdas actuales no parecen dispuestas a asumir. Resulta pues más fácil intentar seguir viviendo de la inercia del modelo socialdemócrata europeo por agotado que esté, o peor aún, lanzarse en brazos del populismo fascistoide pequeñoburgués y cuartelero que asola América Latina. Los movimientos llamados alternativos o antiglobalización, por su parte, no pasan de ser luchas sectoriales incapaces de integrarse en un planteamiento que afronte y dé respuestas de modo global a los problemas.
En suma, antes que plantear cambios de modelos o de modos, necesitamos realizar un cambio de mentalidad a fondo en las fuerzas que se supone deben encabezarlos. Y de momento, lamentablemente, todo parece quedarse en subvenciones a las compras de automóviles o en conexiones de Internet gratis para las escuelas. O en insensatas alabanzas a Tiranos Banderas tropicales, elevados a la categoría de tribunos redentores de la Humanidad.
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