La sentencia de ayer contra los mandos militares directamente implicados en la ocultación de lo sucedido en el accidente del Yak 42, en el que murieron 62 militares españoles, es importantísima en sí misma por el hecho de haberse producido, y sienta las bases de futuros juicios contra los responsables jerárquicos de los palanganeros que ayer la recibieron.
La sentencia establece que los tres delincuentes condenados mintieron deliberadamente en el supuesto proceso de identificación de los cadáveres del Yak 42. ¿Lo hicieron por iniciativa propia? Conociendo la estructura mental de los componentes del Ejército español -su absoluta incapacidad para tener cualquier tipo de iniciativa, y la costumbre de escudarse en las “órdenes superiores” como justificación para cualquier acción o fechoría-, ni un bebé creería eso. Al fondo pues se encuentra el entonces responsable político del Ministerio de Defensa, Federico Trillo, y tras él José María Aznar, presidente del Gobierno español cuando ocurrió aquella tragedia perfectamente previsible.
El primer escalón está subido. Pero como decía ayer uno de los familiares de las víctimas, este juicio y su conclusión son simplemente una batalla, no toda la guerra. Se ha ganado el primer asalto, pero la herida sigue abierta. Hay que seguir sacando a los culpables -presuntos, faltaría más- de la sombra donde pretenden ocultarse. De momento, ya se ha castigado a los peones. Por algo se empieza.
Los siguientes en caer serán los eslabones jerárquicos de la cadena de mando que propiciaron el accidente consintiendo y/o participando en lo que ocurría en el Ministerio de Defensa de Trillo, y cuyas acciones y/o omisiones convirtieron en inevitable el accidente. Los nombres suenan desde hace tiempo, y ellos saben que más pronto que tarde les va a llegar el turno.
Por último, cuando quede establecido judicialmente porqué el accidente fue inevitable como consecuencia de esas acciones y omisiones y porqué hubo tantas prisas en enterrar los cadáveres, habrá llegado la hora para que Trillo y Aznar carguen con el peso de sus responsabilidades.
La guerra sigue. Esta es una campaña que durará años, pero cuyo resultado sólo puede ser la condena del atajo de rufianes con uniforme o sin él implicados en el accidente del Yak 42.
La sentencia establece que los tres delincuentes condenados mintieron deliberadamente en el supuesto proceso de identificación de los cadáveres del Yak 42. ¿Lo hicieron por iniciativa propia? Conociendo la estructura mental de los componentes del Ejército español -su absoluta incapacidad para tener cualquier tipo de iniciativa, y la costumbre de escudarse en las “órdenes superiores” como justificación para cualquier acción o fechoría-, ni un bebé creería eso. Al fondo pues se encuentra el entonces responsable político del Ministerio de Defensa, Federico Trillo, y tras él José María Aznar, presidente del Gobierno español cuando ocurrió aquella tragedia perfectamente previsible.
El primer escalón está subido. Pero como decía ayer uno de los familiares de las víctimas, este juicio y su conclusión son simplemente una batalla, no toda la guerra. Se ha ganado el primer asalto, pero la herida sigue abierta. Hay que seguir sacando a los culpables -presuntos, faltaría más- de la sombra donde pretenden ocultarse. De momento, ya se ha castigado a los peones. Por algo se empieza.
Los siguientes en caer serán los eslabones jerárquicos de la cadena de mando que propiciaron el accidente consintiendo y/o participando en lo que ocurría en el Ministerio de Defensa de Trillo, y cuyas acciones y/o omisiones convirtieron en inevitable el accidente. Los nombres suenan desde hace tiempo, y ellos saben que más pronto que tarde les va a llegar el turno.
Por último, cuando quede establecido judicialmente porqué el accidente fue inevitable como consecuencia de esas acciones y omisiones y porqué hubo tantas prisas en enterrar los cadáveres, habrá llegado la hora para que Trillo y Aznar carguen con el peso de sus responsabilidades.
La guerra sigue. Esta es una campaña que durará años, pero cuyo resultado sólo puede ser la condena del atajo de rufianes con uniforme o sin él implicados en el accidente del Yak 42.
En la fotografía aparece Federico Trillo en el lugar donde se estrelló el Yak 42, en Turquía.
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