martes, 10 de junio de 2008

La Unión Europea pretende implantar la semana laboral de 65 horas


El diluvio de "directivas" (leyes comunitarias) estúpidas que está pariendo la Unión Europea parece no tener límite. Si hace sólo unos días comentaba aquí la impresentable y guantanamesca directiva que pretende que pueda mantenerse detenido a un inmigrante durante 18 meses simplemente por no tener documentos, ahora salta una liebre de mayor tamaño si cabe: resulta que a los augustos rectores de la cosa europea se les ha ocurrido -quizá mientras esnifaban cocaína, como suele ser habitual en las reuniones de la alta sociedad-, nada menos que proponer la jornada laboral de 65 horas semanales. Y como no podía ser menos, el PP español apoya con entusiasmo tamaña agresión contra el conjunto de los asalariados.

Entre paréntesis, mis condolencias a quienes hace un par de años dinamitaron desde la izquierda la posibilidad de una Constitución europea que impidiera excesos como éstos. Demostraron tener una sagacidad también sin límite, abriendo la vía a semejantes barbaridades.

La reducción de la jornada laboral ha sido uno de los grandes objetivos y quizá la más preciada conquista desde que los trabajadores comenzaron a organizarse, allá a mediados del siglo XIX. En España, en concreto, el PSOE de Pablo Iglesias abanderó la consigna que sintetizaba la jornada ideal de un obrero: "ocho horas para trabajar, ocho horas para descansar y ocho horas para la instrucción", verdadera hoja de ruta del movimiento obrero europeo durante décadas. Entonces, en los años del capitalismo manchesteriano, los obreros trabajaban 10 y 12 horas diarias, incluidos los niños. Fue en 1918 cuando ante el fantasma de la Revolución que amenazaba con extenderse a toda Europa, las patronales continentales accedieron a pactar las 40 horas semanales. Costó casi otro siglo que un Gobierno francés de izquierdas legislara la jornada de 35 horas. Al cabo, a los patronos el descanso y la instrucción de los trabajadores les importa un bledo: hoy como ayer, ellos sólo piensan en cómo exprimirnos mejor a todos.

Verdaderamente, yo me alegraría profundamente de que las patronales europeas y sus partidos palanganeros, como el PP español, intentaran en serio dar ese paso acelerado hacia la reimplantación de la esclavitud en Europa, porque estoy seguro de que entonces el grano de pus iba a reventar de una vez por todas: si semejante canallada no moviliza no sólo a los trabajadores manuales, sino también a empleados, funcionarios, cuadros asalariados y hasta a catedráticos de Universidad, es que verdaderamente nos merecemos que efectivamente se implante la jornada laboral de 10 ó 12 horas diarias, y que venga lo que en adelante se les ocurra.

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