El pasado domingo se celebró a fondo que ciudad de Barcelona ha recuperado por fin el castillo de Montjuïc. La fiesta ciudadana contó con una gran participación popular, y tuvo también su parte de restitución de la memoria histórica y ajuste de cuentas con el pasado siniestro de esta vieja fortaleza, que para la ciudad ha sido desde siempre símbolo de opresión aunque ahora algunos le vayan buscando vueltas positivas.
De la Guerra dels Segadors en adelante, el castillo de Montjuïc fue una amenaza pendida sobre Barcelona. Siempre al servicio del poder local o foráneo, sus cañones bombardearon la ciudad, indefensa a sus pies, cada vez que el viento de la revolución o los "rebomboris" populares la sacudían. En sus fosos fueron fusilados cientos de barceloneses, algunos tan ilustres como el pedagogo Ferrer i Guàrdia o el presidente de la Generalitat Lluís Companys; también algunos traidores significativos fueron abatidos allí, caso del general Goded y de los oficiales sublevados bajo su mando el 19 de julio de 1936. Luego fue prisión franquista, y como siempre, eterno gavilán armado vigilando Barcelona desde el risco.
La memoria de Montjuïc es pues especialmente amarga para todos, y muy lejana de la simpatía popular que puedan haber llegado a suscitar fortificaciones como el castillo de Praga, la torre de Londres o el Kremlin moscovita. Nada hay en Montjuïc que avale no ya su continuidad como instalación militar -obsoleta hoy día-, sino incluso la propia continuidad de la fábrica del edificio. Probablemente lo mejor fuera derribarlo, y crear sobre el solar unos jardines que permitan respirar aire puro donde antes hubieron subterráneos y calabozos. La iniciativa del Ayuntamiento barcelonés en el sentido de instalar allí una especie de Centro Internacional de la Paz no deja de ser una muestra de buenismo -otra más-, que no acaba del todo con la raíz del problema.
Para conmemorar esa devolución a la ciudad y el fin de la amenaza, Raimon ofreció el domingo un concierto de esos que ponen la piel de gallina, en el mismo foso donde asesinaron a Companys. Entre las canciones interpretadas habría que recordar sobre todo "Quan jo vaig neixer" (Cuando yo nací"), un tema que bajo los muros de Montjuïc adquiría todo su entero significado. Traducido al castellano, viene a decir:
"En el año cuarenta, cuando yo nací
Todavía no habían muerto todos.
Muchos habían ganado, dicen,
Muchos habían perdido, dicen,
Otros conocieron el exilio y sus caminos".
Una pequeña victoria pues, sobre el tiempo y el olvido.
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