martes, 8 de enero de 2008

Cuestión de proporciones


Creo que son de sobras conocidas mis nulas simpatías por la Guardia Civil. Siempre he pensado que uno de los errores fundacionales de González como presidente del Gobierno español fue no haber disuelto cuando podía ése instituto armado y también la Legión, dos símbolos del oprobio franquista cuya adaptación a la democracia ha sido, por decirlo suavemente, más que dudosa; basta recordar episodios como el 23-F o los desplantes de algunos mandos legionarios, para no hacerse mayores ilusiones sobre el alcance real del reciclaje de esos dos cuerpos a un régimen político de libertades.

Por lo demás, y lamentablemente, las acusaciones de torturas y malos tratos contra los cuerpos policiales en España no se circunscriben ni históricamente ni en el presente en exclusiva a la Guardia Civil; absolutamente todos los cuerpos policiales estatales y autonómicos se han visto de un modo u otro involucrados en episodios de esa clase. El último informe anual de Amnesty International sobre España es verdaderamente alarmante. Con todo, pocas veces llegan a dictarse condenas firmes, y cuando éstas se producen casi nunca desmienten la sensación de impunidad que suele rodear éstos sucesos. Recuérdese como se saldó judicialmente el gravísimo asunto del agricultor apaleado hasta la muerte en un cuartelillo almeriense.

El terreno está pues más que abonado para que cuando salta un posible caso de eso que pudorosamente los medios llaman “presuntos malos tratos”, la opinión publicada inmediatamente piense mal, y desgraciadamente tenga muchas probabilidades de acertar al hacerlo así. En la lucha antiterrorista en España, y posiblemente por la propia naturaleza oscura y brutal del conflicto, los casos de torturas y aún de lo que los organismos internacionales de defensa de los Derechos Humanos llaman “ejecuciones extrajudiciales” han menudeado hasta fecha reciente. El episodio de los GAL, al margen de la utilización indecente que de él hicieron los medios y círculos que apoyan el terrorismo etarra codo con codo con la derecha política y mediática española, señala un hito real en una larga cadena de actuaciones delictivas protagonizadas por personas concretas que, a pesar de vestir uniforme y ser teóricos defensores de la colectividad ciudadana, han conculcado de modo reiterado cualquier legalidad, reproduciendo los comportamientos delictivos de los propios terroristas.

Sabemos desde hace tiempo, con todo, que en el mundo de ETA la denuncia sistemática de torturas y malos tratos es una estrategia –una más- de lucha contra el Estado. Y hay que reconocer que les ha dado buenos réditos, sobre todo entre aquellos que proclamándose “equidistantes” pero sintiéndose parte del llamado “conflicto vasco” tienden a conceder mayor crédito a una organización de asesinos que a quienes luchan contra ellos.

Hoy nos enfrentamos, sin embargo, a unos hechos que necesitan urgente aclaración. Dos etarras son detenidos en un control de la Guardia Civil, y unas horas después uno de ellos ingresa en un hospital con una costilla rota, daños en un pulmón y hematomas. Las versiones que se han ofrecido han ido variando hasta que Pérez Rubalcaba ha establecido la versión oficial “según lo que me ha transmitido la Guardia Civil” (importantísimo matiz del ministro; la versión por tanto no es propiamente del ministerio, sino del instituto armado); en síntesis, los etarras se habrían resistido a ser detenidos y como consecuencia de ello hubieron de ser reducidos por la fuerza, por lo que hubo intercambio de golpes entre ambos bandos. La bisoñez de los etarras –que al parecer acababan de recibir las armas, y las transportaban aún envueltas-, les habría llevado a afrontar la situación de modo cambiante, de la pasividad al enfrentamiento físico; de ahí supuestamente sus lesiones. Cabría esperar por tanto que algunos de los guardias también hubieran sufrido daños en la pelea, pero resulta que no hay parte médico que lo certifique y ni siquiera se ha hecho referencia verbal hasta ahora a tal posibilidad.

Es obvio que después del reciente y salvaje asesinato al más puro estilo mafioso de dos guardias civiles en Capbreton –llevados a punta de pistola a su coche, interrogados una vez en su interior, y luego asesinados con un tiro en la cabeza: ¿no es ésta una forma extrema de tortura?-, los agentes de ése cuerpo no estén para muchos miramientos en las detenciones de etarras. Sorprende por otra parte el cinismo y la hipocresía conque los partidos del tripartito vasco y aledaños han acogido la noticia, poniendo el grito en el cielo por lo que tiene todas las trazas de ser una paliza, cuando tras el doble crimen de Capbreton ni abrieron el pico más que para despachar las consabidas condenas rituales, y no todos. Realmente es horrible que a un ciudadano aunque sea un terrorista le rompan una costilla y le provoquen un enfisema pulmonar, y más todavía si los causantes de esa brutalidad son servidores del Estado; lógicamente, debería procederse a depurar responsabilidades cuanto antes. Pero parece obvio que no hay proporción entre el escándalo que se está intentando gestar en éste caso, y el silencio cómplice o las condenas con la boca pequeña con que se acogen los asesinatos cometidos por los miembros de ETA, no sólo por parte del mundo etarra sino también por muy respetables círculos nacionalistas vascos y aún de cierta izquierda española.

Al cabo, todo es cuestión de proporción, o de proporciones mejor dicho. Los mismos que aplauden los infames asesinatos de ETA, ahora se rasgan las vestiduras cual coro de farisaicas vestales porque dos etarras al ser detenidos probablemente recibieron una paliza a manos de sus captores; la malicia y la desproporción son tan evidentes, que deberían avergonzar a quienes así proceden. Como desproporcionado y malicioso es sacar a pasear por enésima vez el espectro del GAL aprovechando la circunstancia, y ya puestos bautizar a Pérez Rubalcaba como “el ministro portavoz del GAL”, produciéndose así curiosas sintonizaciones agit-prop entre fuerzas políticas aparentemente sin conexión, y que dan que pensar. Es obvio, en fin, que el mundo de ETA está furioso por el fracaso del proceso de paz –un proceso que ellos mismos dinamitaron en la T-4 por falta de agallas para seguir adelante-, y que tras tantos errores necesitan ansiosamente algo donde agarrarse; la costilla rota de un tal Portu seguramente les ha parecido un asidero enviado por el Cielo, y no van a soltarlo fácilmente.

De la inteligencia de Pérez Rubalcaba cabe esperar que desactive la campaña en ciernes, depurando lo antes posible las responsabilidades a las que haya habido lugar.

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