lunes, 7 de enero de 2008

Una familia de rojos


Para compensarles por la visión del grupo que aparece en el cuadro "la familia de Carlos IV", hoy les dejo aquí otra obra de Francisco de Goya en la que, por contra, presenta a una familia cuya inteligencia y simpatía ha atravesado los siglos. Se trata del retrato "Los duques de Osuna y sus hijos".

En la pintura vemos a una pareja joven, los duques de Osuna, rodeados de sus cuatro hijos, un perrito y algunos juguetes que se diría tienen carácter alegórico. Los duques de Osuna fueron amigos y protectores de Goya, a quien introdujeron en los círculos de la aristocracia y la burguesía progresistas recién llegado el pintor a Madrid. El salón de los Osuna era frecuentado por los personajes de avanzada de la política, la literatura y las artes españolas de finales del siglo XVIII: un verdadero nido de rojos.

La calificación de "familia de rojos" para los Osuna no es gratuita. Él, Pedro Téllez de Girón, podría ser considerado el primer socialista español; ella, Josefa Alonso Pimentel, la primera feminista de nuestra Historia. Cuando Goya los pintó a finales de la década de los ochenta, los Osuna eran jóvenes, guapos, ricos y de izquierdas. No podían pedir más, y su amigo el pintor tampoco.

Es fácil apreciar que el cuadro está trabajado con cariño y familiaridad, y que como todos los retratos hechos por Goya muestra su genial habilidad para captar la psicología profunda de sus personajes. El conjunto familiar representado da la impresión de estar compuesto por figuritas delicadas y acaso un punto frágiles, a las que Goya trata con mimo y aísla incluso de su contexto físico; una forma de centrar nuestra atención sobre ellos, y tal vez, también de proteger a sus protectores, separándoles de cualquier referencia al mundo despótico y violento con el que tenían que convivir en la corte madrileña.

La niña del centro del cuadro es Joaquina Téllez-Girón y Pimentel, futura marquesa de Santa Cruz, a quien Goya pintó años más tarde, cuando Joaquina tendría unos 20, recostada en un diván, como una verdadera diosa de las artes; en esa pintura, "Retrato de la marquesa de Santa Cruz", la muchacha sostiene una cítara en la que hay grabado un lábaro vasco, el conocido signo bicrucífero euskérico. No se trata de una mujer excepcionalmente bella, pero llega a asombrar la ternura y delicadeza con la que Goya dibuja sus formas y sus facciones, él, un hombre tan duro e implacable en sus retratos. Por lo demás, Joaquina siendo marquesa de Santa Cruz y siguiendo el ejemplo de sus padres, alojó en su palacio un salón de intelectuales tan radicales que allí se debatían y propugnaban conceptos como "democracia" y "república"...¡en el primer tercio del siglo XIX!.

Coincidirán conmigo en que Goya sabía escoger a sus amigos.

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