Hace unos días ví el documental "Una verdad incómoda", esa especie de moderna biblia contra el cambio climático que ha puesto en circulación Al Gore, ex vicepresidente norteamericano con Bill Clinton y candidato presidencial derrotado por George Bush, ahora reciclado en gurú del ecologismo progresista norteamericano.
La verdad es que el documental está muy bien hecho, y que como pieza divulgativa no tiene precio. Más allá de las obvias intenciones de Gore al producirlo -la primera, evidente, ajustar cuentas con los neocons de Bush, que le birlaron la presidencia USA en 2000 mediante una estafa electoral masiva amparada por un Tribunal Supremo cuyos miembros habían sido designados por Reagan y Bush padre-, hay en él un desarrollo de temas francamente atractivo tanto en el modo como se presentan como en los contenidos que se explicitan.
El concepto clave que se repite una y otra vez en "Una verdad incómoda" es "calentamiento global". Al calentamiento global se le atribuye el cambio climático que el planeta está padeciendo, y por supuesto los desastres metereológicos que lo azotan en los últimos años. La exposición que al respecto hace Al Gore es sólida y documentada además de espectacular (los gráficos son impresionantes), pero adolece de cierta inconcreción cuando en algunos casos se refiere a "informes científicos" de los que no da mayor precisión (¿quiénes los hicieron? ¿cuándo? ¿en qué condiciones?).
Al Gore es un político del sistema, y por tanto aborda el cambio climático según el modo políticamente correcto dentro del sistema. La culpa del calentamiento global la tienen según él las malas prácticas industriales permitidas por gobiernos como la actual Administración Bush (a la que dedica algunas pullas cuidadosamente seleccionadas). El modo de resolver el problema pasa por la acción de administraciones que gestionen bien, y sobre todo por el compromiso individualizado de los ciudadanos. Reciclar, ahorrar energía, reducir el consumo... son las recetas mágicas que ofrece Gore.
En ningún momento del documental se plantea la verdadera raíz del problema, que no es otra que la responsabilidad absoluta que en él le compete al modo de producción capitalista, desde sus inicios a finales del siglo XVIII hasta hoy. Es cierto que en las últimas décadas ha habido una aceleración brutal de las consecuencias -paralela a la intensificación de la explotación de los recursos naturales y la gigantización de la producción industrial-, pero no es menos cierto que ya a mediados del siglo XIX sus efectos eran netamente perceptibles en los países industrializados. Hoy, simplemente, esos efectos se han extendido a todo el planeta, alcanzando incluso las zonas que hace pocos años permanecían vírgenes; de ahí la alarma general, traducida en movimientos como el que lidera Al Gore.
En suma, Gore nos habla de las consecuencias pero procura obviar su origen y desde luego, sus causas profundas. Ciertamente una mayor responsabilidad ciudadana y unos gobiernos concienciados con este problema atenuarán esas consecuencias, pero en modo alguno van a terminar con el calentamiento global y mucho menos van a conseguir frenar el cambio climático, en tanto no cambiemos el modo de producción actual y las prioridades que inexorablemente comporta.
Mientras exista capitalismo el planeta entero seguirá siendo destruido, y eso es algo que Al Gore nunca nos dirá. Su verdad además de ser incómoda, está incompleta.
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