miércoles, 2 de enero de 2008

El primer español del año es boliviano


Desde hace algunos años se ha establecido en los medios de comunicación españoles la costumbre de dar cuenta del primer nacido del año. Quizá busquen en ello algún augurio para el tiempo que comienza, al modo como hay quien dice que la lotería navideña suele tocar en lugares donde han ido mal dadas en el año que finaliza.

Este 1 de enero de 2008 la sorpresa y el disgusto para alguna gente debe haber sido de órdago. Resulta que el primer nacido en España cuando alboreaba el Año Nuevo ha sido un robusto muchachote, hijo de un albañil y una cuidadora de ancianos, ambos nacidos en Cochabamba (Bolivia). El crío ha venido al mundo en Valencia, lo que constituye a todas luces una doble afrenta, a repartir entre nacionalistas españoles y pancatalanistas: resulta que el primer Hijo del Cid y el primer "paisocatalà" de éste año coinciden en la persona de un indito boliviano. Ahí es nada la bofetada para los defensores de las esencias.

La cosa se acentúa si tenemos en cuenta que el primer madrileño de 2008 es hijo de una pareja de inmigrantes brasileños, y el primer riojano fruto de una pareja colombiana. Suma y sigue. Seguro que algunas luces rojas se han encendido ya en ciertas mentes, y a estas horas deben estar preparando una campaña que incite a fabricar más españolitos "pata negra", al estilo de aquellas recomendaciones que en su día nos lanzó Jordi Pujol a los catalanes cuando detectó que aquí se alumbraban pocos autóctonos de pura cepa, y empezaban a nacer por contra demasiados moros, negros e indios luego de haber tenido que digerir la oleada de andaluces, extremeños y gallegos de años antes. Como verán, el nacionalismo catalán siempre ha estado a la vanguardia de la lucha por el interés colectivo, incluido el racial español.

Se trata en definitiva de cómo nos vamos preparando para afrontar un fenómeno que va a ir a más y de forma acelerada. No sólo nacen y nacerán más hijos de inmigrantes -es lógico, todavía no han descubierto por sí mismos que tener pocos hijos mejorará su vida-, sino que las parejas autóctonas tienen y seguirán teniendo menos niños y los conciben cuando los progenitores son más mayores. La explicación es que además de tener una clara incidencia negativa en la vida profesional y social de los padres, el criar un niño europeo resulta francamente "caro" ya que se han convertido en verdaderos artículos de lujo a causa de sus necesidades y caprichos; los inmigrantes por contra, parten del principio de que donde comen dos comen tres, y que al cabo, en sus estructuras familiares más tradicionales y extensas, un hijo es siempre una inversión de futuro para los padres.

Con todo, el problema de fondo radica en si nuestra sociedad es o no capaz de desprenderse de la caspa conque la nievan los prejuicios típicos de las sociedades pudientes -raigambre, raza, Rhs, y todas esas estupideces-, y regresar a lo que siempre fue antes de que se intentara uniformizarla: una encrucijada de pueblos y culturas, donde cada cual aportó lo que tenía y tomó de los otros lo que le convenía.

Cosmopolitismo y globalización llegan pues éste año de la mano de un niño indio boliviano y de otros semejantes a él. Bienvenidos sean, porque vienen a liberarnos de nosotros mismos.

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