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martes, 17 de mayo de 2011

El movimiento de la fotografía obrera (1926-1939)


Durante mi reciente paso por Madrid con motivo de la presentación en esa ciudad de "Un castillo en la niebla", tuve tiempo para acercarme hasta el Centro Reina Sofía y ver la exposición temporal "El movimiento de la fotografía obrera (1926-1939)". Se trata de una magnífica muestra del mejor fotoperiodismo amateur europeo de entreguerras, con la característica especial de que todos los autores eran obreros aficionados a la fotografía, que recogían en precisas y a veces brutales instantáneas las condiciones de vida de las clases trabajadoras en las sociedades del Viejo Continente entre los años del crack y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

La gracia un tanto siniestra del asunto es que esta especie de acta notarial colectiva de la situación de la clase obrera europea comienza en 1926 como un gesto propagandístico de la URSS, donde de modo calculado se catapulta a las retinas del mundo una serie de fotografías acerca de la idílica (y falsificada) vida de una presunta familia obrera soviética tipo. A partir de ahí miles de fotorreporteros aficionados -al principio, la mayoría de ideología comunista estricta-, se lanzan en toda Europa a dejar constancia de las difíciles condiciones de vida de sus hermanos de clase en la Alemania de Weimar, la Francia de la III República o la España de la Guerra Civil, entre otros países. Pronto comenzaron a editarse un grupo de revistas -algunas míticas, como la francesa Regards-, en cuyas páginas vemos rostros y situaciones que nos miran desde la miseria, la desnutrición, el atraso general y sobre todo la desesperanza, apenas matizada por la adhesión entusiasta de algunos protagonistas de esas imágenes a la causa revolucionaria (impresionante el breve documental producido por la SFIO sobre el desfile de las izquierdas el 14 de julio de 1935).

El movimiento de la fotografía obrera duró poco más de una década, y murió con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Setenta años después sus imágenes explican con verdadera dureza por qué la construcción de una sociedad sin clases fue el objetivo ansiado por el que sacrificaron sus vidas tantos trabajadores y trabajadoras del mundo. Quien no lo entienda, que observe los rostros de los niños hambrientos, descalzos y sin infancia que nos miran desde esas fotografías tomadas en los suburbios del Berlín, París, Londres o Madrid de aquellos años tremendos.

En la fotografía que ilustra el post un grupo de niños mineros retratados en algún lugar de Europa durante el primer tercio del siglo XX.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Un barón nazi, el procónsul del Imperio y un puñado de piratas



Este cuadro que contemplan, una maravilla del impresionismo francés, lo pintó Camille Pissarro a finales del siglo XIX. Se llama La calle Saint-Honoré después del mediodía. Efecto de lluvia, y se exhibe en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.

El cuadro fue robado por los nazis a una familia judía alemana. ¿Qué cómo llegó a manos de la familia Thyssen?. Si van ustedes a Berlín y visitan el Museo de Historia de Alemania lo adivinarán rápidamente. En la sala de ese museo dedicada al ascenso del nazismo, verán la portada de un diario alemán de comienzos de los años 30: un fotomontaje en el que se aparece al barón Thyssen manejando los hilos de un títere, Adolf Hitler. "El patrón y su marioneta", titularon entonces.

Así que no es extraño pues que los Thyssen entraran en posesión de multitud de obras de arte y otros bienes robados por el nazismo triunfante. Uno de ellos, el de Pissarro, ha terminado expuesto en Madrid, en el museo Thyssen-Bornemisza. No es el único ni mucho menos, al decir de descendientes de familias expoliadas y de expertos en arte.

Todo esto viene a cuento de que gracias a los papeles del Departamento de Estado publicados por Wikileaks, acabamos de descubrir que las autoridades norteamericanas propusieron al Gobierno español en 2007 cambiar el Pissarro por el tesoro de un galeón español saqueado por ciudadanos estadounidenses, cuya empresa especializada en robos de pecios les sonará de inmediato: Odyssey. Fue el embajador Aguirre quien le propuso al entonces ministro de Cultura, César Antonio Molina, el canje, o si se quiere, el apaño.

Como ven, la cosa va de piratas. Una mujer de origen judío compra su billete a la libertad y la vida malvendiendo un cuadro que poseía su familia, entregado a precio de saldo a un marchante encargado por los nazis para ese tipo de operaciones; décadas más tarde un grupo de delincuentes norteamericanos roban objetos valiosos contenidos en el pecio de un galeón español hundido por piratas ingleses frente a las costas de Portugal; un embajador norteamericano que se cree un procónsul del Imperio Romano en Hispania tiene a bien ofrecer al Estado español un "intercambio" de objetos artísticos, en teoría en manos privadas. Por suerte Molina dijo no.

Para redondear el embrollo granujiento, sólo falta que Hugo Chávez reclame a continuación que si alguna vez el Estado español recupera el tesoro reflotado por los corsarios yankis le sea entregado para que él lo administre y se lo gaste en missiles/chatarra rusos, en nombre eso sí de los pueblos indígenas americanos a los que presuntamente (o no tan presuntamente) se les habría arrebatado durante la Colonia.

Ya ven en qué manos está el mundo entero, y no sólo la política o los negocios: también el arte y la cultura son al parecer cosa de ladrones y piratas.

miércoles, 7 de julio de 2010

Dinamita para la Sagrada Familia



El último disparate alumbrado por los beneficiarios económicos de ese Paraíso del hormigón armado que es la Sagrada Familia de Barcelona, ha sido organizar una "campaña popular" para impedir las obras del AVE. Es obvio que se han tomado todas las medidas habidas y por haber para que el túnel del AVE que atraviesa el centro de la ciudad no suponga ningún riesgo no ya para la dichosa Sagrada Familia, sino también para cualquier edificio de viviendas de los muchos bajo los cuales circulará este tren. Pero a ellos les da igual.

Sucede que la construcción del AVE comporta molestias con repercusión directa en la cuantía de los ingresos limpios de polvo y paja que proporciona ese fabuloso negocio, libre de toda clase de impuestos y que en 2005 se calculaba en cinco mil millones de pesetas anuales, que es el flujo de turistas visitantes del templo que imaginara más que proyectara Antoni Gaudí. La entrada básica cuesta 12 euros, y se calculan unos 10.000 visitantes diarios: echen cuentas. Así que lo que lo que realmente preocupa al Arzobispado de Barcelona, empresa explotadora de la Sagrada Familia a través de la pantalla legal que es la Junta de Obras del Templo Expiatorio, no es que se hunda el edificio, algo que saben no va a suceder, sino que disminuya ni que sea temporalmente el río de dinero que lleva años proporcionándole. Y ello sin tener siquiera licencia municipal de obras, que jamás se ha gestionado ni requerido por la autoridad competente. ¿Imaginan que en Barcelona o en cualquier otra ciudad civilizada se levante un edificio sin ningún tipo de permisos ni control oficiales? Pues existe, como digo: la Sagrada Familia.

Ítem más: hace muy poquitos años, el Arzobispado "exigió" al Ayuntamiento de Barcelona que derribara los edificios de viviendas circundantes, a de fin de crear un gran espacio panorámico que permita observar la Sagrada Familia a gusto de sus visitantes (y cotizantes en taquilla). El argumento de los caritativos propietarios del templo de marras es que en el proyecto de Antoni Gaudí estaba contemplada esa macroplaza. Ocurre que cuando Gaudí ideó y comenzó a levantar la Sagrada Familia, hace 120 años, el edificio se hallaba en medio del campo; un siglo después se encuentra casi en el centro de la ciudad.

Por lo demás, y para los admiradores sinceros de la obra gaudiana, hay que darles una mala noticia: lo que hoy ven como Sagrada Familia, casi nada tiene que ver con el proyecto original gaudiano. El único sector levantado en parte en vida de Gaudí es la Fachada del Nacimiento, imagen típica en las postales turísticas barcelonesas de los años 50 y 60. Todo el resto ha sido obra de una serie de arquitectos que han ido reinterpretando a Gaudí según sus gustos, capacidad y posibilidades económicas en cuanto al uso de materiales. Los Juegos Olímpicos de 1992 pusieron a Barcelona en el mapa y millones de turistas enloquecieron -nadie ha sabido aún explicar por qué- con este monumental bodrio en piedra, alumbrado por la mente calenturienta de un carlista meapilas, ultrareaccionario y al parecer adicto a ciertos hongos existentes en la provincia de Tarragona cuyo consumo le propiciaba "experiencias místicas". Desde el punto de vista arquitectónico, Gaudí no dejó planos ni casi directrices escritas sobre la construcción aparte de algunos dibujos muy vagos. Lo peor vino pues tras su muerte, de modo que hoy la Sagrada Familia es un pastiche infame hecho de retazos y pegotes, como una sábana recosida con trozos de tela de diferentes texturas y colores, a gusto de los distintos arquitectos directores de la obra que se han sucedido a lo largo de un siglo.

Y como es sabido, a mayores ingresos, menos gastos. O viceversa. El caso es que desde que a finales de los años 80 del pasado siglo, el escultor Josep Maria Subirach se convirtió en el "hombre fuerte" del proyecto contemporáneo de la Sagrada Familia, la obra ha tomado un rumbo que preocupa incluso a muchos de los partidarios de su prosecución. Los materiales son ya de ínfima calidad (puro hormigón), componiendo con ellos unas superficies grisáceas y tristonas, carentes de vida. Por otra parte, el programa escultórico de Subirachs plasmado en la Fachada de la Pasión mueve a la risa y a la irreverencia. Si lo dudan, denle un vistazo a las figuras que componen el grupo de la Crucifixión, y observen a los soldados romanos: efectivamente, están clonados de los guerreros de la Guerra de las Galaxias, película muy de moda en los años 80, época en que fueron creadas e instaladas estas esculturas. Sant Jordi es una pura estilización de Darth Vader.

Sobre las supuestas cualidades artísticas globales de esta mamarrachada en hormigón, George Orwell escribió en su "Homenaje a Catalunya" (1937): For the first time since I had been in Barcelona I went to have a look at the cathedral [La Sagrada Familia] -- a modern cathedral, and one of the most hideous buildings in the world... Unlike most of the churches in Barcelona it was not damaged during the revolution -- it was spared because of its 'artistic value,' people said. I think the Anarchists showed bad taste in not blowing it up when they had the chance." Ya ven: "uno de los edificios más horribles del mundo", y una prueba del "mal gusto artístico de los anarquistas al no haberla derribado cuando tuvieron ocasión de hacerlo". En realidad parece que el Comité de Milicias Antifascistas barcelonés llegó a calcular las cargas de dinamita que se necesitarían para reducir la Sagrada Familia a escombros, pero alguien decidió emplear esos explosivos en el frente de Aragón.

De todos modos, pienso que algún día, cuando dejen de fluir los turistas visitantes y el dinero que proporcionan a las arcas de los curas, quizá vuelva a retomarse el proyecto de tirar abajo esta mamarrachada monumental. O que en unos pocos años el hormigón comience a degradarse de tal modo, que su estado aconseje el derribo para evitar riesgos ciudadanos.

En la fotografía, grupo de El Prendimiento, en la fachada de la Pasión, obra de Subirachs. Observen los cascos y las corazas de los soldados romanos situados detrás de Cristo.

lunes, 19 de abril de 2010

A la pureza por la castración, o viceversa


Dice "Le Monde" hoy que un empleado municipal de la "commune" deSaint-Josse, una de las que componen Bruselas, "ha castrado cinco estatuas de la Academia local de Bellas Artes por creer que eran indecentes". El tipo dijo que con su acción pretendía "proteger a los niños de una escuela cercana, para evitarles que quedaran negativamente impactados al pasar por delante de las estatuas".

La verdad es que locuras como esta ni son nuevas ni son infrecuentes. Sabemos que un Papa renacentista hizo pintar estratégicos ropajes sobre las partes pudendas de las figuras lanzadas por Miguel Ángel a los techos de la Capilla Sixtina; otros les pusieron hojas de parra a las estatuas romanas o a sus copias en Italia y en otros países durante los siglos siguientes; y en fin, hace dos o tres años un imbécil que ejercía como Fiscal General del Estado de George Bush hizo cubrir la teta desnuda que enseñaba una alegoría en mármol de la Justicia en las escalinatas de la sede del más alto tribunal de los EEUU. Así que la cosa tiene antecedentes, como digo.

Lo novedoso del caso es que el energúmeno belga se entregó a la destrucción con el ánimo de "proteger" a unos niños que francamente, no parecen haber quedado nada traumatizados por la visión continuada de lo que el celoso empleado quiso evitarles seguir viendo. En realidad es muy posible que los niños, al contrario que el tarado castrador, ni siquiera hubieran reparado en el asunto, y que en todo caso se lo tomen con una naturalidad que el tipo en cuestión nunca ha conocido. Porque el corolario de esta historia, su enseñanza honda, es que los elementos verdaderamente peligrosos en estos temas son quienes pretenden que sus propias obsesiones son las que dominan a los demás.

En definitiva, cualquier psiquiatra diría que a quien estaba castrando el empleado belga no era a las estatuas, sino a sí mismo. ¡Qué lección para Rouco Varela y secuaces!.

En la imagen, el Juicio Final, de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina. Obsérvense los taparrabos pintados por Volterra sobre los cuerpos originales, que se han mantenido tras la reciente restauración de los frescos.

martes, 14 de abril de 2009

París en primavera


Les quiero hablar hoy de París en primavera, no por nada especial sino por puro placer. Sino recuerdo mal, siempre que he estado en París ha sido en primavera, aunque quizá me falle la memoria y en alguna ocasión haya estado en otoño; en verano seguro que no, más que nada porque la climatología parisina estival es puro ferragosto al peor estilo meditérraneo. Abril, mayo y junio son, pienso, los mejores meses para darse una vuelta por la Ciudad.

La primera vez que estuve en París me alojé en un hotel antiguo de la rue Amsterdam, tocando a la estación Saint Lazare, lo que entre otras cosas me permitió descubrir Mollard, el restaurante que más amo en el mundo. De Saint Lazare a Galerías Lafayette, la Ópera, el Sena y el Louvre hay un paseo agradable en ligero descenso. La siguiente vez me alojé en un hotel regentado por un libanés en una callecita junto al Boulevard de los Italianos, pegado a un edificio que había sido residencia de Toulouse-Lautrec y que que todavía estaba más cerca del Sena, de Îlle de la Cité, el Panteon etc. Y en fin, en mi tercer y hasta ahora último viaje a la capital francesa, me fui a un hotel en plena rue Lapin, en esa cuesta tremenda que trepa Montmartre y le deja a uno sin aliento cuando la sube a pie. Pero claro, abajo de la cuesta, en la esquina mismo, está el Moulin Rouge, y un poco más arriba del hotel el Moulin de la Galette, y más arriba la plaza de Tertre, donde está La mère Catherine, un local donde hace algunos años solían cenar unos tipos llamados Robespierre, Danton y otros caballeros contemporáneos suyos; cerca de la plaza se disfrutan unas vistas espectaculares sobre la Ciudad (otra vez lo escribo con mayúscula a conciencia: la Ciudad, no hay otra comparable).

Siempre que voy a París ceno una vez en Mollard, me doy una vuelta por el Louvre, hago una escapada nocturna a las cavas de jazz de Rue des Lombards y paseo por las orillas del Sena. Alguna vez he ido hasta la Défense, y también por el Quartier Latin y el Marais. Nunca me he asomado a Belleville, ni al bosque de Boulogne.

Una asignatura pendiente para mí es el Quartier Latin y Montparnasse. En mi próxima visita -quizá en otoño-. pienso alojarme allí y patearlo a conciencia. Es obvio que ya no queda nada del ambiente mítico del barrio de los estudiantes y las revoluciones, pero todavía sobreviven paseos, calles y rincones donde uno puede al menos hacerse una idea de como era aquello en los años cincuenta y sesenta, la época de los estudiantes con flequillo, falda corta y cóctel molotov, del amor libre y de la convocatoria de una asamblea revolucionaria en cada café. Por cierto que además de los cafés aún quedan por allí algunos bares muy franceses, de esos tan parecidos a los bares españoles de provincias, por otra parte, que seguramente fueron fundados por un gallego o un andaluz hace cien años.

En fin, que París en primavera o en la época que sea bien vale un viaje. La Ciudad les espera.

La imagen que ilustra este post es, podría decirse, un bello arquetipo del París de los años sesenta. La muchacha de la imagen es española, y está sentada en una café cercano a La Coupole. Se llama Marian, y es una asidua visitante de este blog.

jueves, 12 de febrero de 2009

Modernismo se escribe con "m"


Este bodrio que aparece en la fotografía corona el edificio La Rotonda, situado en el arranque de la avenida Tibidabo, una de las zonas más burguesas de Barcelona.

Caminaba yo por allí esta mañana por asuntos de trabajo y justo oía en el reproductor de MP3 "La cabalgata de las walkirias", cuando mientras esperaba el cambio de luces en un semáforo me he encontrado casi de morros con este adefesio, que hacía años no veía. La combinación de la música de Wagner con este detritus hecho piedra y fabricado en época de admiradores fanáticos suyos, me ha pegado una sacudida que ni les cuento.

Por el modo en el que reluce, el elemento arquitectónico de marras ha sido recientemente restaurado. Sospecho que tratándose del edificio en el que se encuentra y siendo modernista, estilo o lo que sea actualmente sagrado para las distintas administraciones públicas catalanas, el trabajo de rehabilitar esta cagarruta churrigueresca se habrá pagado con dinero público. Lamentable.

Les transcribo aquí la definición que publiqué en "20 minutos" hace algunos años, para escándalo de gente cuyo sueldo sale de promocionar aberraciones como esa. Cito de memoria, pero la cosa es más o menos así:

"El modernismo catalán es un programa artístico alumbrado a fines del siglo XIX para complacer a una burguesía provinciana y semianalfabeta, enriquecida con el tráfico de esclavos y de alcohol barato. Es lógico por tanto que sea un estilo burgués, reaccionario y decadente".

Sigo subscribiendo al ciento por ciento esas palabras, y admirándome de su moderación.

viernes, 23 de enero de 2009

Paul Strand, memoria visual de la América del siglo XX


En la Fundació Foto Colectania, de Barcelona, se exponen 75 fotografías míticas de Paul Strand, fotógrafo que retrató la historia de los EEUU en el siglo XX a través de imágenes que captan la esencia de la vida de la gente corriente enmarcada en el discurrir de los tiempos, al modo que en la pintura norteamericana hizo su contemporáneo Edward Hopper.

De las imágenes presentadas, la que ilustra este post, un grupo de trabajadores de Wall Street caminando por la calle junto a uno de esos inmensos Templos del Dinero, tomada en 1915, me parece sencillamente insuperable. Todo el peso del sistema social norteamericano se manifiesta ahí, aplastando la pequeñez de los seres humanos que vagan desvalidos a la sombra de los muros sagrados.

sábado, 5 de julio de 2008

Ésa mierda que llaman arte moderno


Cuenta El País que en 2004 una criatura norteamericana de cuatro años vendía sus cuadros a 15.000 dólares la pieza. El mismo diario califica de "historia espeluznante" y "comedia bufa" la meteórica ascensión y caída de Marla Olmstead, que así se llamaba y se llama la ultraprecoz y supuesta genio, lanzada al estrellato del "competitivo mundo del arte moderno" (sic) por una cadena de profesionales del negocio artístico especialmente carentes de escrúpulos.

Entre esa cuadrilla de aprovechados, el diario español menciona a quien fue el "descubridor" de Marla, el reputado galerista Anthony Brunelli que fue quien se encargó de posicionar debidamente los cuadros de la "pequeña Jackson Pollock"(sic) en el negocio, y a la periodista Elizabeth Cohen, que dio el tiro de salida mediático a la carrera de la cría hasta llegar nada menos que a las páginas de arte de The New York Times. "De ahí, a todo el mundo", dice El País.

Un confuso documental de la CBS en el que al parecer se llegaba a descubrir que la niña pintaba a medias con su padre -otro "genio oculto", un tipo que trabaja en el turno nocturno de una fábrica de patatas-, puso punto final a la carrera de la fulgurante estrella. Tras la emisión, sin embargo, aún se inauguró una exposición de las obras de Marla en la galería Stuart, una de las más importantes de Los Ángeles. La farsa concluyó rápidamente, entre acusaciones de fraude lanzadas entre las partes intervinientes en esta tragicomedia. El espectáculo había durado un año, y los beneficios fueron ingentes.

La historia de Marla Omstead resulta altamente ejemplar de lo que realmente se oculta tras la vaporosa denominación de "arte moderno", por cuyas producciones se están pagando cifras absolutamente injustificadas. Ni siquiera la conversión del arte en mercancía objeto de inversión y el blanqueo de capitales a través suyo, ayudan a explicar por completo qué está ocurriendo en el llamado "mercado artístico", y específicamente con el contemporáneo.

Para tener el cuadro completo habría que bucear también en ése extraño culto a la juventud y a la precocidad que ha invadido la cultura occidental en los últimos años, y que permite que personas carentes de cualquier preparación escalen los cielos de la política, el arte o cualquier otra actividad humana cuando apenas han comenzado a vivir, y por tanto, carecen de formación y de experiencia. Claro que el caso de Marla bate todos los récords al llevar esa tendencia al paroxismo, y finalmente, al más abrumador de los ridículos.

jueves, 28 de febrero de 2008

Picasso en Madrid


El cierre temporal por obras del Museo Picasso de París ha propiciado la oportunidad de exhibir en España la más completa y mejor ordenada colección de obras picassianas del mundo. Un total de 400 piezas originales de Pablo Ruiz Picasso han llegado a Madrid gracias a los buenos oficios del Ministerio de Cultura, que por sólo 3 millones de euros ha conseguido disponer de esta maravilla que se alojará durante los próximos meses en el Reina Sofía.

La muestra recorre cronológicamente la vida y la obra de Picasso organizando ésta en cuatro bloques, cada uno de los cuales abarca una etapa concreta y sucesiva en la actividad creativa del pintor.

Se inicia el recorrido con los años de formación, desde la infancia hasta el final de su estancia en Barcelona. Fue en la capital catalana donde Picasso se empapó de modernidad artística y estableció estrecha relación con el plantel irrepetible de artistas que frecuentaban Els Quatre Gats: nombres como Casas, Rusiñol, Nonell y tantos otros. La pintura picassiana en esta época es figurativa pero de fuerte personalidad, cercana al expresionismo y de cierta dureza en la presentación de temas sociales.

Cuando Barcelona se le quedó artísticamente pequeña, Picasso se trasladó a París. En aquellos años previos a la Primera Guerra Mundial, en la capital francesa triunfaba la pintura vanguardista; su máxima expresión era el cubismo. Picasso comienza imitando a Georges Braque en sus deconstrucciones de la figura humana y sus bodegones fabricados con elementos superpuestos, para evolucionar luego por su cuenta, siempre en permanente investigación, hacia una abstracción con múltiples derivaciones.

La tercera etapa corresponde al período de entreguerras, y no es difícil notar en ella la influencia de Kandinsky de otros autores que narran desde la pintura los horrores bélicos del siglo XX. Por encima de otros conflictos, el acontecimiento que marcará de un modo más crudo la obra del pintor será la Guerra de España. El gobierno de la República le encarga un cuadro para el pabellón español de la Exposición de París, y tras muchas vacilaciones y ensayos fallidos finalmente Picasso crea el Guernica, acaso una de sus obras más mediocres pero seguramente la que le ha dado fama internacional. El Guernica es en realidad un refrito de obras ya realizadas o en proyecto (como demuestra la colección de dibujos previos), ejecutado de manera apresurada y sin demasiada convicción; una obra nacida más del compromiso político que de la capacidad creadora en suma, que paradójicamente proporcionará gloria eterna a su autor.

La cuarta y última etapa abarca desde los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial hasta el fallecimiento del pintor. Aquí Picasso se nos muestra como un artista que en vez de anclarse en los modos que le han dado el éxito, se lanza diariamente a tumba abierta a experimentar con el arte en todas sus formas. Se acentúa aquí su pasión por las formas del arte escultórico africano, y el trabajo con texturas sólidas (metal, cerámica, vidrio, barro) le absorbe tanto tiempo como la pintura.

Tras su muerte Picasso devino un pintor mítico por razones ajenas a la pintura (su adhesión más o menos razonada al comunismo, su posición inequívocamente antifranquista), lo que le hace un flaco favor al artista real. Como los grandes vinos, Picasso necesitará tiempo para ser valorado justamente como lo que verdaderamente fue: un creador artístico genial de amplísimo espectro, innovador y revolucionario en su tiempo, explorador de infinitos caminos, incluidos algunos que no llevaban a ninguna parte.

En fin que para valorar todo Picasso, la exposición del Reina Sofía es imprescindible.