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miércoles, 7 de julio de 2010

Dinamita para la Sagrada Familia



El último disparate alumbrado por los beneficiarios económicos de ese Paraíso del hormigón armado que es la Sagrada Familia de Barcelona, ha sido organizar una "campaña popular" para impedir las obras del AVE. Es obvio que se han tomado todas las medidas habidas y por haber para que el túnel del AVE que atraviesa el centro de la ciudad no suponga ningún riesgo no ya para la dichosa Sagrada Familia, sino también para cualquier edificio de viviendas de los muchos bajo los cuales circulará este tren. Pero a ellos les da igual.

Sucede que la construcción del AVE comporta molestias con repercusión directa en la cuantía de los ingresos limpios de polvo y paja que proporciona ese fabuloso negocio, libre de toda clase de impuestos y que en 2005 se calculaba en cinco mil millones de pesetas anuales, que es el flujo de turistas visitantes del templo que imaginara más que proyectara Antoni Gaudí. La entrada básica cuesta 12 euros, y se calculan unos 10.000 visitantes diarios: echen cuentas. Así que lo que lo que realmente preocupa al Arzobispado de Barcelona, empresa explotadora de la Sagrada Familia a través de la pantalla legal que es la Junta de Obras del Templo Expiatorio, no es que se hunda el edificio, algo que saben no va a suceder, sino que disminuya ni que sea temporalmente el río de dinero que lleva años proporcionándole. Y ello sin tener siquiera licencia municipal de obras, que jamás se ha gestionado ni requerido por la autoridad competente. ¿Imaginan que en Barcelona o en cualquier otra ciudad civilizada se levante un edificio sin ningún tipo de permisos ni control oficiales? Pues existe, como digo: la Sagrada Familia.

Ítem más: hace muy poquitos años, el Arzobispado "exigió" al Ayuntamiento de Barcelona que derribara los edificios de viviendas circundantes, a de fin de crear un gran espacio panorámico que permita observar la Sagrada Familia a gusto de sus visitantes (y cotizantes en taquilla). El argumento de los caritativos propietarios del templo de marras es que en el proyecto de Antoni Gaudí estaba contemplada esa macroplaza. Ocurre que cuando Gaudí ideó y comenzó a levantar la Sagrada Familia, hace 120 años, el edificio se hallaba en medio del campo; un siglo después se encuentra casi en el centro de la ciudad.

Por lo demás, y para los admiradores sinceros de la obra gaudiana, hay que darles una mala noticia: lo que hoy ven como Sagrada Familia, casi nada tiene que ver con el proyecto original gaudiano. El único sector levantado en parte en vida de Gaudí es la Fachada del Nacimiento, imagen típica en las postales turísticas barcelonesas de los años 50 y 60. Todo el resto ha sido obra de una serie de arquitectos que han ido reinterpretando a Gaudí según sus gustos, capacidad y posibilidades económicas en cuanto al uso de materiales. Los Juegos Olímpicos de 1992 pusieron a Barcelona en el mapa y millones de turistas enloquecieron -nadie ha sabido aún explicar por qué- con este monumental bodrio en piedra, alumbrado por la mente calenturienta de un carlista meapilas, ultrareaccionario y al parecer adicto a ciertos hongos existentes en la provincia de Tarragona cuyo consumo le propiciaba "experiencias místicas". Desde el punto de vista arquitectónico, Gaudí no dejó planos ni casi directrices escritas sobre la construcción aparte de algunos dibujos muy vagos. Lo peor vino pues tras su muerte, de modo que hoy la Sagrada Familia es un pastiche infame hecho de retazos y pegotes, como una sábana recosida con trozos de tela de diferentes texturas y colores, a gusto de los distintos arquitectos directores de la obra que se han sucedido a lo largo de un siglo.

Y como es sabido, a mayores ingresos, menos gastos. O viceversa. El caso es que desde que a finales de los años 80 del pasado siglo, el escultor Josep Maria Subirach se convirtió en el "hombre fuerte" del proyecto contemporáneo de la Sagrada Familia, la obra ha tomado un rumbo que preocupa incluso a muchos de los partidarios de su prosecución. Los materiales son ya de ínfima calidad (puro hormigón), componiendo con ellos unas superficies grisáceas y tristonas, carentes de vida. Por otra parte, el programa escultórico de Subirachs plasmado en la Fachada de la Pasión mueve a la risa y a la irreverencia. Si lo dudan, denle un vistazo a las figuras que componen el grupo de la Crucifixión, y observen a los soldados romanos: efectivamente, están clonados de los guerreros de la Guerra de las Galaxias, película muy de moda en los años 80, época en que fueron creadas e instaladas estas esculturas. Sant Jordi es una pura estilización de Darth Vader.

Sobre las supuestas cualidades artísticas globales de esta mamarrachada en hormigón, George Orwell escribió en su "Homenaje a Catalunya" (1937): For the first time since I had been in Barcelona I went to have a look at the cathedral [La Sagrada Familia] -- a modern cathedral, and one of the most hideous buildings in the world... Unlike most of the churches in Barcelona it was not damaged during the revolution -- it was spared because of its 'artistic value,' people said. I think the Anarchists showed bad taste in not blowing it up when they had the chance." Ya ven: "uno de los edificios más horribles del mundo", y una prueba del "mal gusto artístico de los anarquistas al no haberla derribado cuando tuvieron ocasión de hacerlo". En realidad parece que el Comité de Milicias Antifascistas barcelonés llegó a calcular las cargas de dinamita que se necesitarían para reducir la Sagrada Familia a escombros, pero alguien decidió emplear esos explosivos en el frente de Aragón.

De todos modos, pienso que algún día, cuando dejen de fluir los turistas visitantes y el dinero que proporcionan a las arcas de los curas, quizá vuelva a retomarse el proyecto de tirar abajo esta mamarrachada monumental. O que en unos pocos años el hormigón comience a degradarse de tal modo, que su estado aconseje el derribo para evitar riesgos ciudadanos.

En la fotografía, grupo de El Prendimiento, en la fachada de la Pasión, obra de Subirachs. Observen los cascos y las corazas de los soldados romanos situados detrás de Cristo.

domingo, 14 de febrero de 2010

Consideraciones sobre el laicismo francés


Ser católico en Francia es un asunto tan respetable como privado. Igual que ser protestante, judío, musulmán, seguidor del Spaghetti Volador o, desde luego, ateo. Hace siglos que la religión dejó de ser un problema para los franceses: mucho antes de su Revolución la separación Iglesia Estado era un hecho de facto, consagrado luego por las leyes republicanas del siglo XIX y primeros años del XX.

La fotografía que encabeza el artículo la tomé la semana pasada en la catedral de Lyon, una bellísima muestra de la mejor arquitectura gótica europea. A diferencia de los ruinosos templos españoles, las catedrales francesas resplandecen gracias a que al ser consideradas como bienes artísticos propiedad de la Nación, su conservación y mantenimiento corre por cuenta del Estado a través de los ayuntamientos. Como lugar de culto la catedral de Lyon celebra dos misas al día, incluidos los domingos; el resto del tiempo está a disposición de los visitantes y, como todas las iglesias francesas, tienen lugar en ella las actividades de carácter cultural y cívico que determina el gobierno de la comunidad local que la mantiene.

Fíjense en el cartel, por favor. Recurriendo a las más modernas técnicas comunicativas publicitarias, los responsables de la iglesia lyonesa hacen saber a los visitantes del templo que "la diócesis lyonesa no recibe ninguna subvención para sus curas y asalariados. Tu donativo es vital" reza el cartel, encabezado por un contundente: "100% puro donativo. Sin subvenciones añadidas", que imita con gracia y oportunidad los anuncios de zumos que vemos en la televisión.

Lyon no es un caso único. Por poner sólo otro ejemplo, hace un par de años tuve ocasión de observar en el interior de la catedral de Toulouse la multitud de carteles llamando a la solidaridad (no a la caridad) con los pobres del mundo, así como diversas convocatorias de grupos cristianos de base en apoyo de causas que los partidos de izquierda españoles no se atreven a sostener en público.

Cuando veo estas cosas en Francia me domina una enorme tristeza al comparar con esta España de nuestros pecados; España que desde siglos huele a cerrado y sacristía, como escribió don Antonio Machado. También me acuerdo de toda la parentela de aquél personaje mítico que probablemente nunca existió llamado Guifré el Pilós, señor feudal por delegación de una Marca fronteriza del imperio carolingio, del que dicen que aprovechando un momento de debilidad de sus señores decidió dejar de pagarles tributo y declarar la independencia de aquél condado entre montañas. ¡La faena que nos hizo el muy cretino a los catalanes de generaciones posteriores!.

martes, 14 de abril de 2009

París en primavera


Les quiero hablar hoy de París en primavera, no por nada especial sino por puro placer. Sino recuerdo mal, siempre que he estado en París ha sido en primavera, aunque quizá me falle la memoria y en alguna ocasión haya estado en otoño; en verano seguro que no, más que nada porque la climatología parisina estival es puro ferragosto al peor estilo meditérraneo. Abril, mayo y junio son, pienso, los mejores meses para darse una vuelta por la Ciudad.

La primera vez que estuve en París me alojé en un hotel antiguo de la rue Amsterdam, tocando a la estación Saint Lazare, lo que entre otras cosas me permitió descubrir Mollard, el restaurante que más amo en el mundo. De Saint Lazare a Galerías Lafayette, la Ópera, el Sena y el Louvre hay un paseo agradable en ligero descenso. La siguiente vez me alojé en un hotel regentado por un libanés en una callecita junto al Boulevard de los Italianos, pegado a un edificio que había sido residencia de Toulouse-Lautrec y que que todavía estaba más cerca del Sena, de Îlle de la Cité, el Panteon etc. Y en fin, en mi tercer y hasta ahora último viaje a la capital francesa, me fui a un hotel en plena rue Lapin, en esa cuesta tremenda que trepa Montmartre y le deja a uno sin aliento cuando la sube a pie. Pero claro, abajo de la cuesta, en la esquina mismo, está el Moulin Rouge, y un poco más arriba del hotel el Moulin de la Galette, y más arriba la plaza de Tertre, donde está La mère Catherine, un local donde hace algunos años solían cenar unos tipos llamados Robespierre, Danton y otros caballeros contemporáneos suyos; cerca de la plaza se disfrutan unas vistas espectaculares sobre la Ciudad (otra vez lo escribo con mayúscula a conciencia: la Ciudad, no hay otra comparable).

Siempre que voy a París ceno una vez en Mollard, me doy una vuelta por el Louvre, hago una escapada nocturna a las cavas de jazz de Rue des Lombards y paseo por las orillas del Sena. Alguna vez he ido hasta la Défense, y también por el Quartier Latin y el Marais. Nunca me he asomado a Belleville, ni al bosque de Boulogne.

Una asignatura pendiente para mí es el Quartier Latin y Montparnasse. En mi próxima visita -quizá en otoño-. pienso alojarme allí y patearlo a conciencia. Es obvio que ya no queda nada del ambiente mítico del barrio de los estudiantes y las revoluciones, pero todavía sobreviven paseos, calles y rincones donde uno puede al menos hacerse una idea de como era aquello en los años cincuenta y sesenta, la época de los estudiantes con flequillo, falda corta y cóctel molotov, del amor libre y de la convocatoria de una asamblea revolucionaria en cada café. Por cierto que además de los cafés aún quedan por allí algunos bares muy franceses, de esos tan parecidos a los bares españoles de provincias, por otra parte, que seguramente fueron fundados por un gallego o un andaluz hace cien años.

En fin, que París en primavera o en la época que sea bien vale un viaje. La Ciudad les espera.

La imagen que ilustra este post es, podría decirse, un bello arquetipo del París de los años sesenta. La muchacha de la imagen es española, y está sentada en una café cercano a La Coupole. Se llama Marian, y es una asidua visitante de este blog.

jueves, 12 de febrero de 2009

Modernismo se escribe con "m"


Este bodrio que aparece en la fotografía corona el edificio La Rotonda, situado en el arranque de la avenida Tibidabo, una de las zonas más burguesas de Barcelona.

Caminaba yo por allí esta mañana por asuntos de trabajo y justo oía en el reproductor de MP3 "La cabalgata de las walkirias", cuando mientras esperaba el cambio de luces en un semáforo me he encontrado casi de morros con este adefesio, que hacía años no veía. La combinación de la música de Wagner con este detritus hecho piedra y fabricado en época de admiradores fanáticos suyos, me ha pegado una sacudida que ni les cuento.

Por el modo en el que reluce, el elemento arquitectónico de marras ha sido recientemente restaurado. Sospecho que tratándose del edificio en el que se encuentra y siendo modernista, estilo o lo que sea actualmente sagrado para las distintas administraciones públicas catalanas, el trabajo de rehabilitar esta cagarruta churrigueresca se habrá pagado con dinero público. Lamentable.

Les transcribo aquí la definición que publiqué en "20 minutos" hace algunos años, para escándalo de gente cuyo sueldo sale de promocionar aberraciones como esa. Cito de memoria, pero la cosa es más o menos así:

"El modernismo catalán es un programa artístico alumbrado a fines del siglo XIX para complacer a una burguesía provinciana y semianalfabeta, enriquecida con el tráfico de esclavos y de alcohol barato. Es lógico por tanto que sea un estilo burgués, reaccionario y decadente".

Sigo subscribiendo al ciento por ciento esas palabras, y admirándome de su moderación.

domingo, 29 de junio de 2008

Visita a la Expo del Agua de Zaragoza


Ayer estuve en la Expo del Agua de Zaragoza.

Pensaba antes de viajar que lo que iba a ver no me gustaría mucho, pero la realidad superó todas las previsiones. Todo el inmenso recinto es como un sembrado de grandes carcasas arquitéctonicas, a cual más extravagante, en cuyo interior no hay apenas nada.

El calor, el desconcierto y la sed -¡en una exposición sobre el agua!-, hicieron el resto.

En su momento la Expo fue una buena idea, pero lamentablemente ha quedado vacía de contenido.