Vivimos tiempos extravagantes, en los que al parecer todo es posible. Incluso que las máquinas aspiren a la trascendencia, como ocurría en "Blade Runner". Pero la genial película de Ridley Scott era simplemente eso, una excelente película de ciencia-ficción, y lo que acaba de anunciársenos por boca de una colaboradora del MIT de Boston es un intento de pintar la realidad con los colores de la ficción.
Dice Anne Foerst, que se presenta como "teóloga de los robots", profesora de informática, pastora luterana y consejera teológica de un grupo de investigadores del MIT que trabaja en inteligencia artificial, que un robot podría llegar a tener alma. Casi nada.
"¿Por qué no puede tener alma un robot? Si es suficientemente inteligente, ¿por qué Dios no puede establecer una relación con él?", afirma Anne Foerst. A partir de ahí la polifacética señora Foerst se lanza por un tobogán en el cual convierte el alma humana en una cualidad social, a los robots en seres con emociones y capacidad de interactuar con los humanos, y a Dios en una especie de investigador del MIT con barra libre para crear seres biomecánicos de perfección creciente incluso en aspectos espirituales. Como puede verse, la pastora informática padece una empanada mental considerable.
La última aportación a la "ética para robots" o "robotética" de la señora Foerst es que los Diez Mandamientos resultan un código de conducta perfectamente adecuado para regir el comportamiento individual y social de las máquinas inteligentes. A partir de esta "ética" (en realidad, moral religiosa) es posible según ella una sociedad donde convivan armónicamente seres humanos y robots humanizados.
Como puede verse, el neoconservadurismo termina provocando alucinaciones. Porque el pensamiento (por llamarlo de algún modo) que explaya Anne Foerst es evidentemente un subproducto más de la "revolución conservadora", pura ideología reaccionaria al servicio de un poder que usa la religión como instrumento de alienación social.
Dice Anne Foerst, que se presenta como "teóloga de los robots", profesora de informática, pastora luterana y consejera teológica de un grupo de investigadores del MIT que trabaja en inteligencia artificial, que un robot podría llegar a tener alma. Casi nada.
"¿Por qué no puede tener alma un robot? Si es suficientemente inteligente, ¿por qué Dios no puede establecer una relación con él?", afirma Anne Foerst. A partir de ahí la polifacética señora Foerst se lanza por un tobogán en el cual convierte el alma humana en una cualidad social, a los robots en seres con emociones y capacidad de interactuar con los humanos, y a Dios en una especie de investigador del MIT con barra libre para crear seres biomecánicos de perfección creciente incluso en aspectos espirituales. Como puede verse, la pastora informática padece una empanada mental considerable.
La última aportación a la "ética para robots" o "robotética" de la señora Foerst es que los Diez Mandamientos resultan un código de conducta perfectamente adecuado para regir el comportamiento individual y social de las máquinas inteligentes. A partir de esta "ética" (en realidad, moral religiosa) es posible según ella una sociedad donde convivan armónicamente seres humanos y robots humanizados.
Como puede verse, el neoconservadurismo termina provocando alucinaciones. Porque el pensamiento (por llamarlo de algún modo) que explaya Anne Foerst es evidentemente un subproducto más de la "revolución conservadora", pura ideología reaccionaria al servicio de un poder que usa la religión como instrumento de alienación social.
Para empezar, la teología no es una ciencia, sino una sucesión de elucubraciones fantasiosas en torno a un hecho imposible de demostrar (la existencia de Dios). Foerst, como teóloga, parte de dos "hechos" que ella da por indiscutibles: la existencia de Dios y la existencia del alma humana, y sobre semejantes fundamentos construye su "ciencia". En definitiva, no hay nada científico en un "edificio espiritual" que carece de fundamentos en la realidad material, y que se alimenta de especulaciones en las que nada puede ser comprobado empíricamente.
Por si esto fuera poco, la informática teóloga pretende equiparar las prestaciones de la inteligencia artificial con las propias de la inteligencia humana, lo cual constituye ya un puro delirio. Por grande que sea la perfección que se pueda llegar a alcanzar en la fabricación de máquinas, jamás el ser humano podrá imitar siquiera la complejidad de su propio cerebro. Una cosa es que un "cerebro electrónico" pueda por ejemplo efectuar cálculos matemáticos con precisión absoluta y a una velocidad increíble, y otra completamente diferente que llegue a sentir satisfacción o fastidio al realizarlos. No es ya que las emociones no puedan recrearse en un circuito electrónico, es que precisamente el magma que las alimenta (intuiciones, impulsos, raciocinio, experiencia, etc), es el que define de modo exclusivo la condición pensante humana.
En resumidas cuentas, la señora Anne Foerst no es más que otra charlatana neocon con ínfulas de científica. Aunque, eso sí, hay que reconocerle la originalidad de intentar aplicar las Nuevas Tecnologías al fundamentalismo religioso.
Por si esto fuera poco, la informática teóloga pretende equiparar las prestaciones de la inteligencia artificial con las propias de la inteligencia humana, lo cual constituye ya un puro delirio. Por grande que sea la perfección que se pueda llegar a alcanzar en la fabricación de máquinas, jamás el ser humano podrá imitar siquiera la complejidad de su propio cerebro. Una cosa es que un "cerebro electrónico" pueda por ejemplo efectuar cálculos matemáticos con precisión absoluta y a una velocidad increíble, y otra completamente diferente que llegue a sentir satisfacción o fastidio al realizarlos. No es ya que las emociones no puedan recrearse en un circuito electrónico, es que precisamente el magma que las alimenta (intuiciones, impulsos, raciocinio, experiencia, etc), es el que define de modo exclusivo la condición pensante humana.
En resumidas cuentas, la señora Anne Foerst no es más que otra charlatana neocon con ínfulas de científica. Aunque, eso sí, hay que reconocerle la originalidad de intentar aplicar las Nuevas Tecnologías al fundamentalismo religioso.
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