Después de pasar unos días en París puedo afirmar que ciertamente la crisis de su país la llevan los franceses con una soltura envidiable. Cierto que la "banlieue" tiene peor aspecto y que Saint Denis cada vez se parece más al Hospitalet o el Vallecas de hace 30 años, pero el nivel de vida de los franceses fuera de los suburbios donde acampan los inmigrantes no ha retrocedido un ápice, al contrario. Y por lo demás, a pesar de los problemas que encuentran los jóvenes, que sospecho son más generacionales que relativos al color de la piel, Marianne sigue acogiendo en su seno a un arco iris de razas y creencias que tienen tan sólo una cosa en común (suficiente sin embargo para construir un país fuerte y seguro de sí mismo como nunca lo será España): el orgullo individual de ser ciudadano de la República Francesa.
En este panorama más estable de lo que nos suelen pintar los medios de comunicación españoles, van a tener lugar unas elecciones presidenciales francesas que algunos quisieran decisivas pero que en realidad parecen reunir todos los números para resultar francamente anodinas. En realidad, ni los actores principales ni el fondo de la trama se prestan para grandes aspavientos. Tal es la mediocridad y falta de hondura presentes sobre el escenario, que un "hombre corriente", uno de esos políticos outsiders que tanto gustan a los franceses, François Bayrou, una especie de "poujadista" fino y liberal desconocido hasta hace unos meses, se ha lanzado a la carrera presidencial convencido de que tiene posibilidades de ganar o al menos de pasar a la segunda vuelta.
Bayrou se presenta a sí mismo como "un campesino", un "hombre razonable" que habla desde el sentido común de las pequeñas cosas que interesan al público en general; ya se sabe que como dijo alguien, los franceses tienen el corazón de izquierdas y la cartera de derechas. El discurso de Bayrou está calando hondo, y sus posibilidades crecen a medida que el electorado francés va percibiendo la inconsistencia de los dos grandes candidatos en liza. Finalmente la larguísima campaña electoral, que arrancó de hecho con la trabajosa nominación de Sègolène Royal como candidata socialista, ha servido para que los franceses se convenzan de que votar por Royal o votar por Sarkozy no es que sea lo mismo, que evidentemente no lo es, pero sí que puede tener las mismas consecuencias: una presidencia débil comandada por un presidente (o presidenta) inexperto y políticamente inane.
Como respuesta, Sarkozy endurece (más) su discurso y lucha desesperadamente por atraer votantes de Le Pen, en tanto Royal sigue moviéndose en el desconcierto y la improvisación. No es extraño que la derecha mire de reojo al "parvenu" que la representa en este asalto, en tanto la izquierda simplemente ignora a esta señora que todo lo basa en su imagen moderna y "à la page". Por suerte Le Pen ya no está en condiciones ni siquiera de asustar, porque en otros tiempos hubiera sido el gran beneficiado de este teatrillo de tercera.
2 comentarios:
Si de esta el PSF no logra la presidencia francesa deberá hacer una profunda reflexión sobre lo que están haciendo mal.
Probablemente no lograrán la presidencia y lo que es peor, tampoco harán esa reflexión que reclamas.
El problema del PSF es el de la izquierda socialdemócrata y socialista europea en general: sus dirigentes se han quedado sin discurso político y pretenden substituirlo por un "buenismo pret-à-porter", del que la señora Royal es un arquetipo depurado.
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