A esa bandera de colores chillones y mal conjuntados se la llamó en tiempos republicanos "sangre y pus"(los monárquicos en respuesta motejaron a la republicana "sangre, pus y permanganato", lo último por la franja morada). Como símbolo del Estado se complementa con un escudo abigarrado que pretende representar de una tacada a todos los viejos reinos peninsulares, y una Marcha Real de ritmo musical infame y achulapado, carente de solemnidad y llena de majeza cuartelera, cuyo origen parece remontarse al cornetín de órdenes de la mercenaria Guardia Valona, o algo así.
El general Franco tuvo la ocurrencia de agregarle una letra al himno, que nunca antes había tenido, fabricada a medida por un obsequioso y mediocre José María Pemán. Incluso como himno fascista el "Triunfa España, alzad los brazos hijos del pueblo español..." carece del menor atractivo y resulta huero y grandilocuente y un punto rídiculo. No contento con destrozar por completo un símbolo, Franco se empeñó también en dejar huella en la bandera bicolor, a la que le cosió una pomposa "Águila de San Juan", supuestamente extraída de la enseña de los reyes Católicos. El águila franquista cargaba con un escudo repleto de lo que hoy llamaríamos escuditos autonómicos, y por tener tenía hasta la cabeza coronada por la orla de santidad, caso único en el reino animal asomado a los tótems de las diferentes tribus europeas.
La Constitución española de 1978 suposo una nueva modificación de los símbolos estatales: la Marcha Real perdió la letra, la bandera bicolor perdió el pajarraco (gallina, en argot popular), y el escudo del Estado se simplificó y devino estrictamente monárquico. Durante los años siguientes la exhibición de símbolos de la etapa predemocrática fue patrimonio exclusivo de los nostálgicos oficiales del régimen franquista, y nadie desde la derecha parlamentaria osó reivindicarlos públicamente.
Ocurre que desde marzo de 2004, la derecha parlamentaria se ha embarcado en una Operación Nostalgia cada vez más crispada y en la que camina del bracete con los restos del naufragio fascista de los años setenta, envalentonados éstos al comprobar cómo los seguidores del Partido Popular asumen -o recuperan- sus viejos símbolos. Así, en las concentraciones "antiterroristas" promovidas por las organizaciones de agitación social del PP se canta el Cara al Sol, se exhiben banderas bicolores con la gallina franquista y hasta se recuperan las viejas banderas falangistas y carlistas, mientras sus pancartas afirman "España una y católica", "España cristiana y no musulmana" o "Zapatero Anticristo". El clima guerracivilista promovido por la derecha/extrema derecha parlamentaria española es propicio a este "revival" que aunque en principio parece limitado a ciertos sectores de la sociedad madrileña, no es descartable pueda extenderse en un futuro próximo a ámbitos semejantes del resto del país.
El vuelo gallináceo es inquietante pues, pero aún simplemente folklórico. Compete a las autoridades legítimas del Estado impedir su expansión y reprimir su existencia usando todos los medios legales a su alcance.
Urge una ley de Defensa de la Democracia que corte las alas a estas gallinas antes de que echen a volar en número suficiente como para convertirse en una amenaza real para la libertad y la convivencia.
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