En un programa de radio que oí este fin de semana plantearon un asunto del que no se suele hablar en público, pero que resulta bien interesante como medidor del cambio social y de mentalidad que está viviendo este país.
Resulta que al parecer, en España está creciendo rápidamente el número de personas que eligen un funeral laico como modo de despedirse de éste mundo, y que en esas ceremonias civiles es cada vez más frecuente que se escuchen músicas seleccionadas por el finado antes, lógicamente, de haberse convertido en tal. Las músicas favoritas para ocasión tan especial, además de los temas convencionales que suelen asociarse con unas exequias fúnebres, como el famoso Réquiem de Mozart, son cada vez más diversas y pertenecen a toda clase de estilos musicales.
Es así como al decir de los expertos, el "Imagine" de Lennon es ya el rey del hit parade de los tanatorios, seguido de "My way" de Frank Sinatra y de otras canciones por el estilo. Muchas oscilan entre la declaración de principios y la autoreivindicación personal, aunque no se descarten ni siquiera piezas de carácter festivo, incluida la música discotequera; sobre gustos no hay nada escrito, como es sabido.
En el transcurso del programa de radio al que me refería al principio, que se desarrollaba en directo desde un auditorio de Cáceres, se abrieron los micrófonos durante unos minutos a llamadas telefónicas de oyentes para que éstos explicaran como veían la cuestión y, caso de tenerlas, exponer sus previsiones personales en este asunto. Para sorpresa general, todas las personas que llamaron manifestaron tener pensada la música para su funeral. Una intervención de una señora de Cartagena levantó una cerrada salva de aplausos del público asistente, cuando dijo que había previsto que en su ceremonia de despedida estaría cubierta por la bandera republicana y sonaría el Himno de Riego; un coro de risas y más aplausos acogió luego su deseo de que durante el camino al cementerio, los familiares y amigos que acompañaran su féretro cantaran aquella cancioncilla infantil que comienza "Estaba el señor Don Gato...".
Por mi parte, hace tiempo que tengo pensado cómo me gustaría que fuera mi despedida. Primero, quisiera irme cubierto por una bandera roja, sin símbolos ni siglas: un simple trozo de tela del color que desde la Grecia clásica simboliza la lucha por una vida mejor para todos. No debe haber discursos ni oraciones, sólo deben sonar tres piezas que además de resumir mis gustos musicales creo que sintetizan mi manera de pensar sobre la vida y la muerte: primero, la
En el transcurso del programa de radio al que me refería al principio, que se desarrollaba en directo desde un auditorio de Cáceres, se abrieron los micrófonos durante unos minutos a llamadas telefónicas de oyentes para que éstos explicaran como veían la cuestión y, caso de tenerlas, exponer sus previsiones personales en este asunto. Para sorpresa general, todas las personas que llamaron manifestaron tener pensada la música para su funeral. Una intervención de una señora de Cartagena levantó una cerrada salva de aplausos del público asistente, cuando dijo que había previsto que en su ceremonia de despedida estaría cubierta por la bandera republicana y sonaría el Himno de Riego; un coro de risas y más aplausos acogió luego su deseo de que durante el camino al cementerio, los familiares y amigos que acompañaran su féretro cantaran aquella cancioncilla infantil que comienza "Estaba el señor Don Gato...".
Por mi parte, hace tiempo que tengo pensado cómo me gustaría que fuera mi despedida. Primero, quisiera irme cubierto por una bandera roja, sin símbolos ni siglas: un simple trozo de tela del color que desde la Grecia clásica simboliza la lucha por una vida mejor para todos. No debe haber discursos ni oraciones, sólo deben sonar tres piezas que además de resumir mis gustos musicales creo que sintetizan mi manera de pensar sobre la vida y la muerte: primero, la
Fanfarria para un hombre corriente de Aaron Copland, seguida de Le métèque de Georges Moustaki, y para acabar, Time after time de Miles Davis. Luego de oír estas músicas se abrirán unas botellas de cava, se brindará por la vida y alguien pronunciará la palabra que Luis Carandell hizo grabar en su epitafio: "Fue". Unos días después dispersarán mis cenizas al viento, una parte sobre el Mediterráneo frente a Barcelona y el resto en cualquier lugar del Pirineo aragonés.
... Y fin de la función.
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