
martes, 31 de agosto de 2010
ONG's, el circo de la caridad laica

miércoles, 17 de marzo de 2010
lunes, 16 de noviembre de 2009
Ignacio Ellacuría jamás será santo

El martirio de Ellacuría y los otros fue escandalosamente ignorado entonces por una jerarquía católica obsesionada en el descubrimiento de "comunistas infiltrados" en el seno de la Iglesia. A finales de los ochenta la llamada Teología de la Liberación estaba en retroceso en toda la América no anglosajona, en parte por causa de las persecuciones sufridas y en parte por su propia incapacidad para alumbrar o dar soporte claro a un proyecto político de cambio social real. Quizá por ello se consideró que era el momento de apuntillarla físicamente en aquellos países en los que la injusticia social propiciaba que la Guerra Fría se tornara caliente, allí donde había enfrentamiento armado entre quienes querían cambiar las cosas y quienes pretendían que todo siguiera como en los tiempos de la Colonia o incluso antes. Ya saben, la eterna dialéctica entre quienes lo tienen todo y quienes nada tienen que perder salvo sus cadenas, como decía Marx.
Pues bien, una de esas líneas de confrontación pasaba por El Salvador. Por una serie de circunstancias que sería prolijo narrar ahora, en el país salvadoreño de modo especial y en general en toda Centroamérica florecían las comunidades cristianas de base y los curas, monjas y hasta obispos comprometidos con la causa de los humillados y ofendidos de la tierra. Entendámonos, no se trataba tanto de curas trabucaires o guerrilleros al viejo estilo español, sino de personas muy formadas intelectualmente que llegaron al convencimiento de que de haber un Dios, no podía ser tan cabrón como para bendecir que entre 20 ó 30 familias explotaran en beneficio propio los recursos enteros de un país dejando en la miseria más penosa al resto de sus teóricos compatriotas.
Ya en los años sesenta y setenta hubo algunos asesinatos de curas a cargo de los eufemísticamente llamados "escuadrones de la muerte", meros "grupos de tarea" creados por el poder militar para desarrollar las acciones más sucias encomendadas por las oligarquías locales. Pero hasta la desaparición de Pablo VI tales crímenes no contaban con la bendición apostólica (recuerden aquella frase de Pablo VI cuando se enteró de que la oligarquía brasileña había puesto precio a la cabeza de mi paisano el obispo Pere Casaldàliga: "Quien toca a Pedro toca a Pablo"). Fue durante el pontificado de Juan Pablo II y su Cruzada anticomunista en Europa y América (librada en estrecha colaboración con la CIA y otras agencias de virtud más que dudosa), cuando los pistoleros uniformados o de paisano comenzaron a cazar "curas rojos" en la América del centro y del sur como si abatieran patos salvajes ("Sea patriota, mate un cura", era un lema pintado en las calles por la ultraderecha salvadoreña).
Entre las piezas cobradas en aquellos años destacan precisamente los casos del arzobispo Oscar Arnulfo Romero y de Ellacuría y los jesuitas de la UCA, amén de una legión de monjas (francesas en Argentina, norteamericanas en El Salvador), y seglares líderes de movimientos católicos de base (como Chico Mendes, en Brasil). Ninguno de los entonces martirizados ha subido a los altares, obviamente. Más que nada porque resultaba entonces y sigue siendo imposible ahora que fueran santificados por quienes habían permitido, consentido o según casos quizás ordenado, su alevoso asesinato. El brutal silencio del Vaticano en relación con esas "muertes de perro" es tan clamoroso como significativo.
Algunos años más tarde hubo un juicio, y militares de bajo rango fueron condenados a prisión. Una fantochada más, porque todo el mundo sabía que aquellos crímenes no fueron concebidos en el caletre fanatizado de un idiota con galones de teniente. Los asesinatos de que hablamos fueron ordenados por los más altos niveles de la jerarquía militar, eso ya es sabido: sus nombres han sido publicados, y sus rostros mostrados en reportajes televisivos. Pero tampoco son ellos quienes, al cabo, tienen la mayor responsabilidad. En realidad, los apellidos de quienes ordenaron a los militares esas acciones terroristas jamás se mencionarán ni se conocerán sus rostros, en aras precisamente a la "reconciliación nacional", y ello aunque sean bien conocidos: son los de las familias oligárquicas salvadoreñas, que naturalmente siguen disfrutando de un poder económico y social idéntico al de hace 20 años, cuando tal día como hoy Ellacuría y sus compañeros eran abatidos a tiros por militares salvadoreños a sus órdenes.
¿Entienden ahora por qué Ignacio Ellacuría jamás será santo?.
En la imagen, los cuerpos de algunos de los asesinados el 16 de noviembre de 1989 yacen sobre el césped de la UCA.
jueves, 9 de abril de 2009
Piratas en Somalia

jueves, 19 de marzo de 2009
Ratzinger en África

martes, 24 de junio de 2008
Cuidado con las ONG's

Las fotografías tomadas durante aquella especie de Encuentro en la Tercera Fase saltaron a la mayoría de medios de comunicación del mundo. Funai se aseguró un buen puñado de portadas y también los elogios generales, al pedir inmediatamente que se dejara en paz a aquellos indígenas para que siguieran viviendo a su modo y sin ser contaminados por el hombre blanco.
Ahora resulta que según publica el periódico The Guardian, todo fue un montaje de Funai, y que esa aldea india y sus habitantes son conocidos y están controlados nada menos que desde 1910. "Se trata de pueblos que no quieren relacionarse con nosotros", explicó el director del Funai, José Carlos dos Reis Meirelles cuando se produjo el supuesto "descubrimiento". Ahora el propio Meirelles ha confesado a The Guardian que esta tribu se conocía desde hace un siglo.
El propio Meirelles ha explicado al diario británico que su misión en la zona -una parte del estado brasileño de Acre- tenía el objetivo de "probar la falta de contacto de algunos grupos humanos de la selva amazónica con la civilización y cómo afecta el avance de la industrialización a la tala ilegal en el Amazonas". A primera vista la causa de Meirelles y de Funai parece impecable, pues. Las dudas comienzan cuando uno se pregunta por qué si su causa es tan limpia y convincente por sí misma, recurren a las mentiras como ése reportaje y la información tramposa que Funai ofreció a partir de él. Por qué Funai, en suma, trató de manipular a la opinión pública.
La razón es muy simple: Funai, como muchas otras organizaciones de ésa clase, públicas o privadas, maneja ingentes cantidades de dinero ajeno que supuestamente administran en beneficio de las más nobles causas. La experiencia dice que desgraciadamente en muchos casos no es así, y que el vil metal acaba imponiendo sus egoístas razones sobre otras consideraciones, y que a menudo, tras la pantalla del sentimentalismo humanitarista suele ocultarse el lucro particular y la evasión de impuestos de unos vividores y de las empresas con las que suelen estar conectados.