Aculturación, chilenización y globalización.
La aculturación entre los rapanui es muy fuerte, sobre todo en cuanto se refiere a la cultura material y a la vida cotidiana. La primera percepción por tanto que tiene el viajero es que la asimilación de los rapanui por la cultura estándar chilena es total, y que sólo algunos elementos de carácter folklórico conservan cierta especificidad diferenciada.
La aculturación entre los rapanui es muy fuerte, sobre todo en cuanto se refiere a la cultura material y a la vida cotidiana. La primera percepción por tanto que tiene el viajero es que la asimilación de los rapanui por la cultura estándar chilena es total, y que sólo algunos elementos de carácter folklórico conservan cierta especificidad diferenciada.
Es una percepción engañosa. Más allá de las danzas polinesias al gusto turístico y de la celebración anual de un festival de reivindicación rapanui, late entre los pascuenses aborígenes la conciencia de una identidad cultural diferenciada, que al carecer casi por completo de elementos vigentes en el presente ellos legitiman en un pasado al que idealizan y usan en función de sus reivindicaciones actuales. Un pasado mitificado que para los pascuenses además de ser fuente de orgullo individual y colectivo y lenitivo para la situación presente, es también ingrediente principal en la construcción de una identidad rapanui con clara proyección hacia el futuro.
La chilenización resulta pues un proceso forzado y contracorriente, claramente impulsado por las autoridades chilenas so capa de promover la "integración" de los isleños. Obviamente los principales agentes de esta política asimilacionista son los continentales establecidos en la isla, aunque al menos una parte de éstos termine por mezclarse con la población aborigen. Muchos mestizos se consideran más cercanos a la identidad isleña –entendida ésta en un sentido amplio, no estrictamente rapanui-, que a sus orígenes familiares en el continente.
El domingo 9 de septiembre de 2007, coincidiendo con mi estancia en la isla, se celebró un año más la conmemoración de la fecha en que Pascua fue anexionada por Chile. En esta ocasión los actos oficiales fueron presididos por la nueva Jefa del Estado chilena, Michelle Bachelet.
De hecho, desde algunos días antes la isla había comenzado ha engalanarse para el evento. Muchos automóviles circulaban por Hanga Roa luciendo dos banderitas chilenas en su parte delantera, cada una a un lado del morro del vehículo; algunos otros coches, muy pocos en realidad, circulaban llevando una banderita chilena y la propia de la isla de Pascua (una ballena doble de color rojo sobre fondo blanco), e incluso recuerdo haber visto uno o dos coches con sólo la banderita pascuense. Amén de los oficiales, algunos edificios privados lucían asimismo banderitas. En el exterior de un par de viviendas unas pancartas caseras saludaban a la presidenta Bachelet.
Ese domingo cerraron todos los negocios propiedad de chilenos, y algunas tiendas con dueño europeo; los comercios con propietario rapanui, en cambio, abrieron en su práctica totalidad. Un aparatoso buque de guerra de la Armada chilena montó guardia mar adentro, teniendo Hanga Roa a tiro de cañón.
La ceremonia pascuense del 9 de septiembre es la piedra angular simbólica de la política asimilacionista que el Estado chileno desarrolla en Pascua. Mediante ella se pretende mostrar lo supuestamente irreversible que es la chilenización de la isla, y cómo ésta es aceptada de buen grado por todos los habitantes de Rapa Nui. Es la ocasión pues para mostrar el alto grado de “integración” de mestizos y rapanui en los esquemas ideológicos chilenos. La utilización de los escolares como participantes activos en la ceremonia cívico-militar resulta, en ese sentido, paradigmática.
Y sin embargo, el tono crispadamente patriótico de los discursos políticos, la proliferación de los uniformes de gala por encima de las vestimentas civiles, y el fuerte despliegue de agresivos y nada disimulados policías secretas, hablan de una realidad muy diferente. Las autoridades chilenas saben que Pascua es una colonia, y al margen de la retórica que impregna sus discursos oficiales actúan en consecuencia.
Pero como no podía ser menos, y a pesar de los esfuerzos chilenos, la sociedad pascuense se halla en pleno proceso de globalización, y es ahí donde comienzan a naufragar las políticas asimilacionistas y restrictivas. Ni siquiera en un lugar tan remoto como Pascua es posible sustraerse a los efectos de la globalización, y ante ella caen pulverizadas todas las barreras; las primeras, las restricciones mentales. La modernidad y la postmodernidad han irrumpido casi a la vez en la isla de Pascua, y con ellas el turismo de masas (modestas masas todavía en cuanto a número, pero aún así ya perceptibles). Las mentalidades entran en contacto e intercambian información y puntos de vista. El mundo visto desde Pascua se ensancha, y ya no se limita a Chile.
Muchos rapanui, sobre todo jóvenes, se sienten discriminados en su propia tierra. Con razón o sin ella, se asegura que los mejores puestos de trabajo en la isla –sobre todo, los relacionados con el turismo- se reservan a los “contis”, marginando a los pascuenses rapanui y mestizos. Será cierto o no que existe esa discriminación, pero la idea está ya arraigada y se comenta sin tapujos ante el extranjero europeo.
Además, los rapanui son conscientes de que el turismo constituye una fuente de ingresos que por sí sola bastaría para sostener económicamente la isla, siempre que sus beneficios revirtieran exclusivamente sobre sus habitantes, cosa que ahora no sucede.
A la larga, esa suma de factores –el ensanchamiento del universo mental rapanui merced a la globalización, la conciencia de sentirse discriminados en su propia tierra y por extranjeros, y el tener al alcance de la mano un instrumento económico que haría viable un proyecto político-administrativo propio-, terminará por generar un movimiento político que pretenda dotar a Pascua de una voz propia en el mundo moderno. Más aún que la conciencia de una especificidad cultural, real aunque remota y desfigurada por el tiempo, lo que está lanzando el independentismo pascuense es la necesidad de construir un futuro para toda la comunidad.
Renacimiento o extinción.
Una conversación con un joven rapanui durante un atardecer en Tahai me dio algunas pistas sobre los sentimientos que estos aborígenes albergan en relación con el presente de su isla, y sobre el futuro que desean para ella. Tras dar algunas vueltas a temas colaterales diversos como el fútbol y trivialidades semejantes, me encontré de pronto que la conversación derivaba hacia el impacto del turismo en Pascua; ante mi queja del modo masivo e irresponsable en que residentes y turistas hacen uso de vehículos privados (automóviles, camionetas y motos, principalmente) en un territorio tan pequeño y limitado, el joven me replicó suavemente: “Pero esto es el progreso, ¿no es verdad? Al menos así nos lo explicaron”. Los dos sonreímos.
Es obvio que estos muchachos ya saben que el progreso no consiste en infestar Pascua de automóviles y motocicletas circulando arriba y abajo a todas horas. Y lo que es mucho más importante, empiezan a saber también que hay otra versión del progreso; una versión que además de ser más respetuosa con su propia cosmovisión y con el entorno natural, si se llevara a la práctica les facilitaría con seguridad una vida material mejor que la actual para ellos y para sus descendientes.
Por fortuna, entre los jóvenes rapanui y mestizos es palpable ya el interés por conjugar esa reivindicación de una personalidad cultural propia con una visión moderna y abierta del futuro de su comunidad. Precisamente la generación de rapanui más educada y por decirlo de algún modo, más “viajada” (aunque por ahora sea sólo a Chile), es la que está impulsando el interés por una cultura que hace apenas una década podía darse prácticamente por extinguida.
Sin embargo, éste es aún un esfuerzo minoritario y, como señalaba antes, con traducción todavía más cultural y etnográfica que social y política, que además deberá enfrentar más pronto o más tarde fuerzas contrarias muy poderosas y poco amigas de especificidades, aunque por ahora las autoridades chilenas dejen hacer e incluso potencien la vertiente folklórica de este modesto renacimiento rapanui.
No hay otras alternativas. Si este movimiento de recuperación se estancara y no lograra protagonizar los próximos años en Pascua, el único horizonte que se abrirá ante la cultura pascuense será su completa extinción y substitución por un pastiche mezcla de “chilenidad” y globalización, cuyas referencias más genuinamente pascuenses serán la famosa película de Kevin Costner y las danzas para turistas interpretadas por chicas con poca ropa.
La extinción completa y para siempre de una joya única como es la cultura de Rapa Nui, es un lujo que la Humanidad no debería permitirse. Algo habrá que hacer pues, también desde otras orillas.
La chilenización resulta pues un proceso forzado y contracorriente, claramente impulsado por las autoridades chilenas so capa de promover la "integración" de los isleños. Obviamente los principales agentes de esta política asimilacionista son los continentales establecidos en la isla, aunque al menos una parte de éstos termine por mezclarse con la población aborigen. Muchos mestizos se consideran más cercanos a la identidad isleña –entendida ésta en un sentido amplio, no estrictamente rapanui-, que a sus orígenes familiares en el continente.
El domingo 9 de septiembre de 2007, coincidiendo con mi estancia en la isla, se celebró un año más la conmemoración de la fecha en que Pascua fue anexionada por Chile. En esta ocasión los actos oficiales fueron presididos por la nueva Jefa del Estado chilena, Michelle Bachelet.
De hecho, desde algunos días antes la isla había comenzado ha engalanarse para el evento. Muchos automóviles circulaban por Hanga Roa luciendo dos banderitas chilenas en su parte delantera, cada una a un lado del morro del vehículo; algunos otros coches, muy pocos en realidad, circulaban llevando una banderita chilena y la propia de la isla de Pascua (una ballena doble de color rojo sobre fondo blanco), e incluso recuerdo haber visto uno o dos coches con sólo la banderita pascuense. Amén de los oficiales, algunos edificios privados lucían asimismo banderitas. En el exterior de un par de viviendas unas pancartas caseras saludaban a la presidenta Bachelet.
Ese domingo cerraron todos los negocios propiedad de chilenos, y algunas tiendas con dueño europeo; los comercios con propietario rapanui, en cambio, abrieron en su práctica totalidad. Un aparatoso buque de guerra de la Armada chilena montó guardia mar adentro, teniendo Hanga Roa a tiro de cañón.
La ceremonia pascuense del 9 de septiembre es la piedra angular simbólica de la política asimilacionista que el Estado chileno desarrolla en Pascua. Mediante ella se pretende mostrar lo supuestamente irreversible que es la chilenización de la isla, y cómo ésta es aceptada de buen grado por todos los habitantes de Rapa Nui. Es la ocasión pues para mostrar el alto grado de “integración” de mestizos y rapanui en los esquemas ideológicos chilenos. La utilización de los escolares como participantes activos en la ceremonia cívico-militar resulta, en ese sentido, paradigmática.
Y sin embargo, el tono crispadamente patriótico de los discursos políticos, la proliferación de los uniformes de gala por encima de las vestimentas civiles, y el fuerte despliegue de agresivos y nada disimulados policías secretas, hablan de una realidad muy diferente. Las autoridades chilenas saben que Pascua es una colonia, y al margen de la retórica que impregna sus discursos oficiales actúan en consecuencia.
Pero como no podía ser menos, y a pesar de los esfuerzos chilenos, la sociedad pascuense se halla en pleno proceso de globalización, y es ahí donde comienzan a naufragar las políticas asimilacionistas y restrictivas. Ni siquiera en un lugar tan remoto como Pascua es posible sustraerse a los efectos de la globalización, y ante ella caen pulverizadas todas las barreras; las primeras, las restricciones mentales. La modernidad y la postmodernidad han irrumpido casi a la vez en la isla de Pascua, y con ellas el turismo de masas (modestas masas todavía en cuanto a número, pero aún así ya perceptibles). Las mentalidades entran en contacto e intercambian información y puntos de vista. El mundo visto desde Pascua se ensancha, y ya no se limita a Chile.
Muchos rapanui, sobre todo jóvenes, se sienten discriminados en su propia tierra. Con razón o sin ella, se asegura que los mejores puestos de trabajo en la isla –sobre todo, los relacionados con el turismo- se reservan a los “contis”, marginando a los pascuenses rapanui y mestizos. Será cierto o no que existe esa discriminación, pero la idea está ya arraigada y se comenta sin tapujos ante el extranjero europeo.
Además, los rapanui son conscientes de que el turismo constituye una fuente de ingresos que por sí sola bastaría para sostener económicamente la isla, siempre que sus beneficios revirtieran exclusivamente sobre sus habitantes, cosa que ahora no sucede.
A la larga, esa suma de factores –el ensanchamiento del universo mental rapanui merced a la globalización, la conciencia de sentirse discriminados en su propia tierra y por extranjeros, y el tener al alcance de la mano un instrumento económico que haría viable un proyecto político-administrativo propio-, terminará por generar un movimiento político que pretenda dotar a Pascua de una voz propia en el mundo moderno. Más aún que la conciencia de una especificidad cultural, real aunque remota y desfigurada por el tiempo, lo que está lanzando el independentismo pascuense es la necesidad de construir un futuro para toda la comunidad.
Renacimiento o extinción.
Una conversación con un joven rapanui durante un atardecer en Tahai me dio algunas pistas sobre los sentimientos que estos aborígenes albergan en relación con el presente de su isla, y sobre el futuro que desean para ella. Tras dar algunas vueltas a temas colaterales diversos como el fútbol y trivialidades semejantes, me encontré de pronto que la conversación derivaba hacia el impacto del turismo en Pascua; ante mi queja del modo masivo e irresponsable en que residentes y turistas hacen uso de vehículos privados (automóviles, camionetas y motos, principalmente) en un territorio tan pequeño y limitado, el joven me replicó suavemente: “Pero esto es el progreso, ¿no es verdad? Al menos así nos lo explicaron”. Los dos sonreímos.
Es obvio que estos muchachos ya saben que el progreso no consiste en infestar Pascua de automóviles y motocicletas circulando arriba y abajo a todas horas. Y lo que es mucho más importante, empiezan a saber también que hay otra versión del progreso; una versión que además de ser más respetuosa con su propia cosmovisión y con el entorno natural, si se llevara a la práctica les facilitaría con seguridad una vida material mejor que la actual para ellos y para sus descendientes.
Por fortuna, entre los jóvenes rapanui y mestizos es palpable ya el interés por conjugar esa reivindicación de una personalidad cultural propia con una visión moderna y abierta del futuro de su comunidad. Precisamente la generación de rapanui más educada y por decirlo de algún modo, más “viajada” (aunque por ahora sea sólo a Chile), es la que está impulsando el interés por una cultura que hace apenas una década podía darse prácticamente por extinguida.
Sin embargo, éste es aún un esfuerzo minoritario y, como señalaba antes, con traducción todavía más cultural y etnográfica que social y política, que además deberá enfrentar más pronto o más tarde fuerzas contrarias muy poderosas y poco amigas de especificidades, aunque por ahora las autoridades chilenas dejen hacer e incluso potencien la vertiente folklórica de este modesto renacimiento rapanui.
No hay otras alternativas. Si este movimiento de recuperación se estancara y no lograra protagonizar los próximos años en Pascua, el único horizonte que se abrirá ante la cultura pascuense será su completa extinción y substitución por un pastiche mezcla de “chilenidad” y globalización, cuyas referencias más genuinamente pascuenses serán la famosa película de Kevin Costner y las danzas para turistas interpretadas por chicas con poca ropa.
La extinción completa y para siempre de una joya única como es la cultura de Rapa Nui, es un lujo que la Humanidad no debería permitirse. Algo habrá que hacer pues, también desde otras orillas.
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