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viernes, 2 de mayo de 2008

Por un Dos de Mayo sin manipulaciones


Las fanfarrias mediáticas invitan a conmemorar hoy uno esos "acontecimientos históricos" que cuando alcanzan una cifra redonda, como es el caso del motín, asonada, levantamiento o lo que fuere que se produjo en Madrid el 2 de mayo de 1808, se convierten automáticamente en carne de celebración pública con discurso, bandera y probable desfile militar.

Cuando yo era un crío, en la Enciclipedia Alvarez había dibujado un cañoncito esquemático de color verde, sobre el que ondeaba una orla que llevaba esta inscripción: "Dos de Mayo de 1808". En un extremo de la orla había una ramita de laurel, cosa que entonces yo no sabía qué significaba. El cañoncito estaba disparando, faltaría más. Más tarde, siendo adolescente, en TVE echaban una serie que se llamaba "Diego de Acevedo" en la que en un episodio salía la cosa esta del 2 de mayo madrileño. Todo muy heroico, ¡mueran los franceses y viva España!, que para eso estábamos todavía en el franquismo.

Al parecer, ni siquiera la democracia ha conseguido quitarle la mugre de heroicidad a un hecho que simplemente enlaza con la tradición de motines dieciochescos españoles. El Dos de Mayo no puede entenderse sin conocer precedentes como el Motín de Esquilache (que puso punto final a las reformas ilustradas en España) y el Motín de Aranjuez (que obligó a abdicar a Carlos IV y llevó al trono a su hijo, el canalla intrigante Fernando VII). Como en esas ocasiones precedentes, en el desarrollo del episodio hay una mezcla muy española de inducción desde "poderes fácticos", espontaneísmo más o menos popular, y estropicio generalizado del que primero todos reniegan para, con el paso de los años, ser reivindicado de modo unánime. Ciertamente el Dos de Mayo moviliza el patriotismo español más ultraderechista, pero también un fuerte sentimiento popular muy arraigado. Durante la Guerra Civil fue reclamado por el bando republicano como ejemplo de resistencia contra los invasores extranjeros (como los que sostenían a Franco), y en los primeros años setenta el FRAP salía a la calle reivindicando la fecha como ejemplo de levantamiento popular contra fuerzas opresoras.

¿Qué fue realmente el Dos de Mayo?. más allá de la anécdota de los navajazos entre manolas y majos madrileños de un lado y mamelucos y dragones franceses del otro, la Historia dice que en realidad no hubo tal invasión francesa sino un sometimiento de las clases dominantes y de los aparatos del Estado a los designios de Napoleón. La falta de información sobre el motivo de la presencia de tropas francesas en España (en realidad, respondía al pacto entre Napoleón y la Corona española para invadir conjuntamente Portugal y repartirse ése país), sumada a ciertas intrigas palaciegas que coleaban desde Aranjuez, llevaron a un enfrentamiento frontal en la calle, que probablemente fue en parte atizado por algunos aristócratas y clérigos pero que, como ocurrió en los otros motines de la época, pronto se les fue de las manos a los impulsores. O eso se ha pensado históricamente.

La leyenda se ha empeñado en dar una dimensión popular y de masas al Dos de Mayo, y en los últimos tiempos en sostener que el protagonista callejero del motín fue en realidad el lumpen, los bajos fondos de la sociedad madrileña. Sin embargo, los hechos desmienten ambas versiones. Hace apenas unas semanas el diario El País publicaba la lista de los fusilados por los franceses tras la jornada, que según parece fueron enterrados juntos y están perfectamente identificados; son apenas unas cuarenta personas, y entre ellos sorprende que la mayoría eran funcionarios o empleados palaciegos, junto con algún clérigo y algunos tenderos. Ni hampones del lumpen ni "pueblo revolucionario en armas", pues. Los muertos en los combates callejeros estarían entre los doscientos y los cuatrocientos; modesta cifra para una supuesta batalla en la que se pretende que participó una ciudad entera, capital de un Reino por más señas.

Se confirma, eso sí, lo que ya era sabido desde siempre: que la aristocracia, la burguesía y los estamentos militar y esclesiástico permanecieron completamente al margen de la asonada; la gran mayoría de ellos ofrecería inmediatamente sus servicios a los ocupantes. Sólo una parte del clero bajo y algunos militares de menor graduación (caso de los capitanes Daoiz y Velarde y del teniente Ruiz) se lanzaron a la lucha, y obviamente dejaron en ella la piel dada la desproporción de hombres y medios.

En resumen, el Dos de Mayo no es una fecha especialmente señalada para celebrar nada. Eso sí, el genio de Goya la convirtió en eterna, al asociarla a dos de sus pinturas más conocidas, una de ellas (los fusilamientos del 3 de mayo) quizá el mejor cuadro que se haya pintado nunca. Otro día hablamos de Goya y de su relación con el Dos de Mayo, que ahora se cuestiona desde medios revisionistas.

lunes, 7 de enero de 2008

Una familia de rojos


Para compensarles por la visión del grupo que aparece en el cuadro "la familia de Carlos IV", hoy les dejo aquí otra obra de Francisco de Goya en la que, por contra, presenta a una familia cuya inteligencia y simpatía ha atravesado los siglos. Se trata del retrato "Los duques de Osuna y sus hijos".

En la pintura vemos a una pareja joven, los duques de Osuna, rodeados de sus cuatro hijos, un perrito y algunos juguetes que se diría tienen carácter alegórico. Los duques de Osuna fueron amigos y protectores de Goya, a quien introdujeron en los círculos de la aristocracia y la burguesía progresistas recién llegado el pintor a Madrid. El salón de los Osuna era frecuentado por los personajes de avanzada de la política, la literatura y las artes españolas de finales del siglo XVIII: un verdadero nido de rojos.

La calificación de "familia de rojos" para los Osuna no es gratuita. Él, Pedro Téllez de Girón, podría ser considerado el primer socialista español; ella, Josefa Alonso Pimentel, la primera feminista de nuestra Historia. Cuando Goya los pintó a finales de la década de los ochenta, los Osuna eran jóvenes, guapos, ricos y de izquierdas. No podían pedir más, y su amigo el pintor tampoco.

Es fácil apreciar que el cuadro está trabajado con cariño y familiaridad, y que como todos los retratos hechos por Goya muestra su genial habilidad para captar la psicología profunda de sus personajes. El conjunto familiar representado da la impresión de estar compuesto por figuritas delicadas y acaso un punto frágiles, a las que Goya trata con mimo y aísla incluso de su contexto físico; una forma de centrar nuestra atención sobre ellos, y tal vez, también de proteger a sus protectores, separándoles de cualquier referencia al mundo despótico y violento con el que tenían que convivir en la corte madrileña.

La niña del centro del cuadro es Joaquina Téllez-Girón y Pimentel, futura marquesa de Santa Cruz, a quien Goya pintó años más tarde, cuando Joaquina tendría unos 20, recostada en un diván, como una verdadera diosa de las artes; en esa pintura, "Retrato de la marquesa de Santa Cruz", la muchacha sostiene una cítara en la que hay grabado un lábaro vasco, el conocido signo bicrucífero euskérico. No se trata de una mujer excepcionalmente bella, pero llega a asombrar la ternura y delicadeza con la que Goya dibuja sus formas y sus facciones, él, un hombre tan duro e implacable en sus retratos. Por lo demás, Joaquina siendo marquesa de Santa Cruz y siguiendo el ejemplo de sus padres, alojó en su palacio un salón de intelectuales tan radicales que allí se debatían y propugnaban conceptos como "democracia" y "república"...¡en el primer tercio del siglo XIX!.

Coincidirán conmigo en que Goya sabía escoger a sus amigos.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Una tarde con Goya en El Prado


Huyendo del ruido de lo que un cursi llamaría "una jornada preñada de noticias", acabo de pasar una muy satisfactoria tarde visitando el museo del Prado.

No, no es que haya tomado el puente aéreo y me haya presentado en Madrid por las buenas (Dios me libre de cometer semejante locura, habida cuenta de los problemas que suele acarrear tal aventura al sufrido usuario de ésa ruta), sino que me he dado un largo garbeo por la recién estrenada web del museo madrileño. Y francamente, he quedado gratamente sorprendido.

Uno recordaba la web del Prado como una de las peores páginas de museo del mundo. Sin embargo, parece que los gestores de la pinacoteca definitivamente se han puesto las pilas desde que Carmen Calvo pasó a mejor vida políticamente hablando, y además de haber culminado con éxito la ampliación del edificio se han preocupado de dotar a la institución de una herramienta divulgativa útil y atractiva, que sitúa al Prado en el ciberespacio no ya con la dignidad de la que durante años ha carecido, sino en plena vanguardia de las páginas de su clase.

Visítenla, es un consejo. Da gozo moverse por la web, aunque por ahora vaya un poco lentica, quizá por un exceso de visitas estos días. Además, pueden llevarse a casa los cuadros que más les agraden con sólo hacer click sobre ellos, pudiendo guardar reproducciones de gran calidad, que en la web van acompañadas de fichas muy completas y bien documentadas. Para muestra les dejo un botón, uno de mis cuadros preferidos.

Se trata de un cartón de Francisco de Goya, pintado en sus primeros años en Madrid, cuando trabajaba para la Real Fábrica de tapices. El cuadrito se llama "Muchachos jugando a los soldados". La escena que retrata resulta aparentemente anodina y carente de significado más allá de lo que un primer vistazo nos muestra: unos niños "fent el soldat", como se dice en catalán.

Sin embargo no hay nada en toda la obra de Goya que sea gratuito, pues cada una de sus pinturas encierra no ya opiniones sino verdaderas tesis del autor. Goya fue un observador atento, acerado y crudo de la sociedad de su tiempo. A mi juicio, también el crítico más implacable de la España de siempre, ésa que hoy encarna en las huestes del señor Rajoy y en los intereses que defienden.

El cuadrito del que les hablo tiene su mensaje, y demoledor por lo demás. Mírenlo despacio. Encierra todo un discurso sobre los estamentos sociales de la época: a la derecha de la imagen la aristocracia toca el tambor, a su son el ejército marca el paso en el centro de la composición y a la izquierda la Iglesia agita la torre de un campanario para que suene la campana. Fíjense en los rostros: atento el aristócrata, bobalicón el militar y malvado el eclesiástico. Y todo resumido en un juego de niños...

¿Es o no es Goya el mayor pintor de todos los tiempos?.