martes, 8 de mayo de 2007

Refundación (1)


La derrota de Ségolène Royal, candidata de la izquierda francesa en las presidenciales galas del pasado domingo, pone al descubierto de modo inocultable la profunda crisis que vive todo el espacio de las izquierdas, desde la más tibiamente reformista a la más delirantemente "alternativa".

Para la derecha no hay caso, pues el cemento que la mantiene unida es el poder, y mientras exista poder a ocupar y repartir habrá una derecha dispuesta a lo que sea con tal de conservarlo o recuperarlo. La derecha sólo entra en crisis cuando pierde el poder, pero cuando esto sucede no invierte ni un minuto en jeremiadas: inmediatamente se pone manos a la obra para volver a él usando cualquier medio, y si en ese proceso de reconquista se ha de prescindir de personas, siglas, organizaciones y hasta de ideologías, no hay problema, se prescinde, se crean nuevas y se sigue adelante.

El problema de la izquierda francesa –que no deja de ser el de toda la izquierda europea, de la cual la francesa ha sido siempre precursora para lo bueno y para lo malo-, es que ha agotado un ciclo histórico largo y denso y ahora carece de perspectiva sobre lo que viene. La izquierda ha renunciado hace tiempo a pensarse a sí misma –alguno diría incluso que, simplemente, ha renunciado a pensar-, y ya no es capaz de imaginar cúal debería ser el futuro; en suma, la izquierda europea –y me temo que la izquierda en general-, ha renunciado a intentar hacer viable la utopía.

Limitarse a gestionar de "forma humana" el capitalismo no es papel que justifique la existencia de la izquierda; en eso tienen razón los altermundistas y la llamada "extrema izquierda". Pero tampoco la fragmentación en capillitas sectarias y el infantilismo "radical" en la acción política conducen a nada positivo. Entre la aceptación del sistema y el nihilismo estéril hay un camino racional y políticamente útil.

Lamentablemente, entre las características que pintan la izquierda contemporánea en todas sus manifestaciones, desde las más "moderadas" a las más "radicales", se encuentran hoy la desideologización general, la debilidad organizativa, la mediocridad de sus dirigentes y el aburguesamiento de sus bases. La preocupación central de toda organización política o sindical radica en mantener una cuota de representación institucional suficiente para allegar recursos financieros con los que cubrir gastos cada vez mayores, mantener la profesionalización de sus dirigentes y hacer atractiva la organización a nuevos afiliados.

Además, estas estructuras anquilosadas y progresivamente vacías de substancia perviven en un tempo histórico en el que la consigna político-mediática-cultural es que el capitalismo en su forma ultraliberal más salvaje ha triunfado "para siempre", y que por tanto se ha abierto la veda para que el que no devore sea devorado. Por lo demás, se insertan por completo en un sistema institucional de carácter representativo en el que los márgenes de auténtica representación son cada vez menores y están más cuestionados, y en el que cualquier vía hacia la democracia participativa está cegada.

Parece pues evidente que la izquierda debe hacer algún esfuerzo más que el de cambiar de siglas o buscar caras atractivas para encabezar las listas, si es que realmente se quiere salir de la crisis y proponer un proyecto que enganche con las necesidades y aspiraciones de las clases populares y trabajadoras y lidere y relance la lucha por un mundo mejor.

No hay comentarios: