Contra la interesada opinión de muchos observadores supuestamente imparciales, la campaña presidencial de Ségolène Royal ha sido, sobre todo en la segunda vuelta, de una estricta ortodoxia social-liberal en cuanto a los planteamientos desplegados en ella.
Los medios "progresistas" nos siguen bombardeando con la especie de que la campaña de Royal ha sido informal, novedosa, y que en ella se ha apelado a la complicidad de los sectores sociales más desfavorecidos (inmigrantes, mujeres, jóvenes, obreros...), a los que la candidata socialista habría prometido reformas que mejoraran sus condiciones de vida.
Nada más lejos de la realidad. La campaña de Royal se ha dirigido consciente y específicamente a las clases medias, y de modo especial a los sectores emergentes de éstas: inmigrantes integrados en el sistema, mujeres profesionales "modernas", estudiantes universitarios calificados, trabajadores especializados de grandes empresas... Royal ha hablado para una Francia supuestamente dinámica, emprendedora, en progreso y subida a ese mítico e ilusorio "ascensor social" que sólo existe en la imaginación de algunos sociólogos tibiamente socialdemócratas; en definitiva, Royal se ha dirigido al "centro", cuando quienes votaban su candidatura son gentes de izquierdas.
Explicaba un profesor universitario mío allá por los años setenta que "dicen ser de centro aquellas personas a las que les da vergüenza confesar que son de derechas". Jean-Luc Mélenchon ha escrito algo así en su blog, al afirmar que (políticamente) el centro no existe. Social y culturalmente, el centro es la derecha "moderna" emergente. "Ségolène Bayrou", como ha llamado a la candidata socialista el filósofo Michel Onfray, ha seguido la estela de Zapatero y ha hablado para ese "centro" conformado por las clases medias emergentes francesas. En España hace tres años que se gobierna con éxito para las clases medias emergentes españolas, a través de un bien pensando entramado de reformas que dan respuesta a sus necesidades y aspiraciones específicas. En suma, en vez de cambios que transformen el sistema se efectúan reformas que lo modernicen, como apuntaba Mélenchon en su artículo.
Ségolène Royal misma es un puro arquetipo del político generado por esas clases medias emergentes, y sus rasgos básicos (mujer dinámica, atractiva y con empuje, capaz de combinar el éxito profesional y social con su dedicación a la familia; poseedora de la dosis justa de patriotismo y con cierto apego por la "seguridad de todos"; innovadora en las formas y políticamente desvinculada del pasado; y sobre todo, carente de otra ideología política que no sea una fé ciega en el "progreso"), son precisamente los que sintonizan plenamente con la mentalidad y la ideología (en el sentido marxista del término) de esas clases medias a las que representa y resume en su persona. En Ségolène se reconoce una buena parte del electorado de Bayrou y una porción no desdeñable del de Sarkozy; ocurre sin embargo que éstos dos no cargan con la rèmora que al decir de los intelectuales "ilustrados" derechizados, supone hacer política desde una organización de izquierda y tener como base electoral –tozuda en su fidelidad- a los sectores sociales más desfavorecidos.
"El viaje al centro" no puede sino finalizar en la catástrofe total para la izquierda. Una confluencia entre Royal y Bayrou que alumbrara un proyecto similar a ése Partido Democrático italiano que al parecer se propone agrupar en una sola fuerza política a excomunistas y democristianos siguiendo un modelo organizativo e ideológico calcado del Partido Demócrata de EEUU, no solo significaría el estallido del PS a corto plazo sino que probablemente desarbolaría por completo a la izquierda francesa para muchos años.
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