lunes, 12 de febrero de 2007

Del turismo irresponsable y sus consecuencias

El asesinato a pedradas de dos turistas italianas en Cabo Verde acaba de poner sobre la mesa un problema con tintes muy preocupantes, y cuyos efectos comienzan a notarse en muchos destinos turísticos ubicados en países del Tercer Mundo.

Probablemente haya sorprendido a muchos que un hecho así pueda tener lugar en un país donde no existen conflictos internos aparentes, y en el que la población es pacífica y amistosa con los extranjeros. De algunos años hacia aquí, Cabo Verde recibe un número considerable y en crecimiento de turistas jóvenes europeos atraídos por el sol, la playa, el surf y los precios baratos. De hecho, la industria turística constituye ya parte fundamental de la economía caboverdiana, y las divisas de los turistas permiten a una parte de la población local unos ingresos muy superiores a los de aquellos compatriotas que siguen dedicándose a las dos actividades tradicionales de los caboverdianos, que son la pesca y la inmigración.

Sobre el papel nada parecía pues presagiar un estallido de violencia como el que nos ocupa.

Ocurre sin embargo que toda Africa es hoy un barril de pólvora. Miles de jóvenes africanos se lanzan al Atlántico en frágiles embarcaciones, dispuestos a cumplir un sueño quimérico –llegar a Europa y participar en el banquete del bienestar- o a morir en el intento. La desesperación de una juventud sin más horizontes que la inmigración al lejano continente donde viven los blancos o el trabajo servil atendiendo a esos mismos blancos cuando disfrutan de sus vacaciones, empieza a hacer mella en la manera en que muchos africanos miran el mundo. La tradicional ingenuidad africana frente a los blancos y la admiración que sienten por nuestro mundo disparatadamente rico –al menos en comparación con la miseria africana-, comienza a ser substituida por un rencor oscuro y la certeza de que les estamos robando sus recursos o de que los usamos a nuestra conveniencia.

Por otra parte, un sector cada vez más amplio de la juventud europea se ha acostumbrado a vivir su ocio como si se tratara de una "fiesta" ibicenca permanente. En sus vacaciones buscan destinos donde el alcohol, las drogas, el sexo, la discoteca y la playa estén asegurados con muy poco dinero. Se trata de un estilo de viajar en el que menudean los treintañeros en grupos de amigos de un mismo sexo o en parejas con alguna afinidad entre ellas; personas a las que en su medio cotidiano se está induciendo a seguir viviendo en una adolescencia irresponsable prolongada, y que paralela y paradójicamente, sienten sobre sí por el contrario una presión social cada vez mayor. Necesitan descargar tensiones y liberarse aunque sea sólo por unos días; las vacaciones de verano son la única espita con cierta prolongación temporal de la que disponen.

Tontear durante las vacaciones con africanos –o con cubanos, o con dominicanos, o con tailandeses- es fácil y gratificante. En general estas gentes carecen de otra malicia que no sea conseguir un poco de dinero. Luego, una vez finalizadas las vacaciones, el turista o la turista europeos regresan a su país y dan por terminada la fiesta. Pero lo que ignoran o finjen ignorar estos turistas irresponsables, es que han creado y alimentado expectativas hondas en un ser humano cuyos parámetros mentales y culturales le impiden entender esa concepción de las vacaciones como un paréntesis vital, una vez cerrado el cual serán excluidos para siempre de la vida del otro. El sentimiento de frustración y de haber sido engañado que se genera en la parte más débil de este tipo de relaciones, puede terminar ocasionando actos de violencia como el ocurrido en Cabo Verde y que narran estos días todos los diarios.

En 2002 conocí de cerca un caso que partiendo de una situación semejante a ésta, tuvo un final distinto aunque igualmente atroz.

Me alojaba en un hotel de playa de la Casamance, en Senegal. En un grupo que había en el mismo hotel viajaban dos hermanos españoles, chico y chica, ambos en la treintena. Desde que llegó al hotel la chica comenzó a tontear con un chico senegalés que rondaba la playa; el hermano que al parecer asumía un papel protector, estaba cada vez más irritado ante las muestras de afecto entre la pareja. Durante la noche, la española y el senegalés se bañaron juntos a oscuras delante del hotel, entre risas y grititos que oímos todos desde la terraza que se abría sobre la playa.

A la mañana siguiente la pareja se alejó paseando por la playa desierta; al cabo de un rato el hermano salió tras ellos, hecho una furia. Al parecer los dos jóvenes se dedicaron a retozar en la playa sin mayor problema, pero cuando la chica vio ir hacia ellos a su hermano se puso a gritar que "el negro" quería violarla. El hermano se la llevó corriendo hacia el hotel, mientras el chico senegalés les seguía a distancia gritando que él no le había hecho nada, al menos nada que ella no hubiera consentido. Según el hermano, "el negro" había violado a la chica; tal vez el senegalés quiso ir más lejos de lo que la turista española estaba dispuesta, o quizá simplemente ella se asustó al ver a su hermano y quiso interrumpir lo que estaban haciendo.

El alboroto fue considerable. Intervino la policía. Los dos hermanos partieron de inmediato hacia Dakar entre llantos de la presunta violada, y el chico senegalés fue detenido y golpeado ya mientras se lo llevaban. Teniendo en cuenta las penas para violadores en Senegal –especialmente tratándose de una víctima blanca- y sobre todo las condiciones carcelarias en un país así, lo más seguro es que aquél muchacho ya esté muerto.

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