jueves, 22 de febrero de 2007

Tribulaciones de una puritana

La retirada de la Ley contra el consumo de bebidas alcohólicas marca el final de facto de la carrera política de Elena Salgado, actual ministra española de Sanidad y Consumo, cuyo cese sólo parece que será diferido por la proximidad de las elecciones autonómicas y municipales de mayo.

En realidad los errores acumulados por la señora Salgado vienen de lejos y ya eran demasiados, y algunos tenían gravedad política muy significativa. En todo caso este proyecto de ley ha sido la gota que ha colmado el vaso, y la demostración más patente de que la señora Salgado se mueve en unos parámetros mentales sin relación con los propios de sus administrados. En democracia, para un político esa posición es insostenible a medio plazo. Las consecuencias por tanto no tardarán en alcanzarla.

Desde que Zapatero la colocó al frente de un ministerio en el que hay poco que gestionar, dado que la práctica totalidad de las competencias ejecutivas en materia sanitaria y de consumo están traspasadas a las Comunidades Autónomas desde hace años, Elena Salgado ha intentado lucirse creando leyes de alcance general en sintonía con la ola de puritanismo de clase media que nos invade, barnizado en su caso, eso sí, como supuesto progresismo; sin embargo, en el transfondo de esa mentalidad sólo hay la ideología reaccionaria y los intereses económicos de los neocons estadounidenses.

Fruto de esos planteamientos fue, entre otras no menos obtusas iniciativas, una Ley contra el consumo del tabaco que se pretendió consensuar socialmente, y que ante las dificultades y resistencias planteadas por consumidores, empresas y grupos políticos, la señora Salgado decidió sacar adelante manu militari. Lo consiguió, aunque aparte de crear conflictos innecesarios y de poner en bandeja al PP una ocasión de oro para atacar al Gobierno, la Ley no haya servido para nada. Desde su entrada en vigor, la reducción en el consumo de tabaco se cifra en apenas el 2% o el 3%, mientras continúa incrementándose el número de fumadores jóvenes y de mujeres; las horas laborales perdidas al prohibirse fumar en empresas y otros locales públicos y tener que hacerlo en la calle suman ya millones, pero en el 90% de los establecimientos de hostelería se sigue fumando igual que antes de la ley.

Ante el follón organizado, Elena Salgado optó por presentar su candidatura a la presidencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que debía renovar su máximo puesto ejecutivo en 2006; por fortuna para la sanidad mundial y desgracia de la española, la OMS prefirió a otra candidata y Salgado continuó al frente del ministerio. Luego, y seguramente con la intención de recuperar imagen, la señora ministra se lanzó a un absurdo y confuso pulso con una cadena de hamburgueserías de matriz española, a cuenta del tamaño y número de calorías de uno concreto de sus productos. Todo a beneficio de unas portadas en los medios que, sin embargo, lejos de favorecerla coadyudaban a su declive en la estimación pública.

Es en este contexto en el que se puso en marcha el proyecto de Ley contra el consumo de bebidas alcohólicas.

Escarmentada con la pantanosa experiencia de negociación de la Ley del tabaco, Salgado puso aquí la directa y pretendió sacar la ley contra el alcohol a puro huevo, sin tener en cuenta los intereses económicos, sociales y culturales afectados. El consumo de vino en España es parte fundamental no ya de una dieta consolidada desde hace miles de años y cuyos beneficios están reconocidos médicamente, sino de una idiosincrasia cultural y una mentalidad popular que trascienden las estrechas miras del neopuritanismo, por más que éste se pretenda moderno y avanzado. Las protestas fueron, lógicamente, masivas.

Vista la que había vuelto a liar, la señora Salgado pretendió endulzar el acíbar improvisando una estrategia comunicacional en la que el proyecto de ley se disfrazaba de "protección a los menores", intentando conectar así con la preocupación social ante el consumo desaforado de alcohol por los jóvenes especialmente durante los fines de semana, y cuya principal consecuencia, se dice, es la elevada siniestralidad y mortalidad en accidentes de tráfico.

Obviaba Salgado que los problemas de fondo que impulsan a los jóvenes a beber (y a consumir toda clase de estimulantes) y a matarse en las carreteras nada tienen que ver con el consumo responsable de vino, y sí con problemas como la falta de expectativas laborales y vitales, la desestructuración familiar, la adolescencia prolongada hasta más allá de toda lógica, el modo en que se les ha enseñado a vivir su ocio, y sobre todo, la inducción salvaje al consumismo de la que todos, especialmente los jóvenes, somos víctimas. Si en los diez últimos años en las carreteras españolas se han matado 50.000 personas y cientos de miles más sufren graves secuelas –y de ellos al menos la mitad son menores de treinta años-, no es por culpa de un vino que la mayoría de jóvenes por cierto ni prueba ni aprecia. El consumo de alcohol mayoritario entre los jóvenes remite más bien a los destilados solos o combinados, y a otras substancias de las que se habla poco; por alguna razón incomprensible, en un país donde menudean los controles de alcoholemia en las carreteras no hay controles específicos, al menos en el mismo número, que midan drogadicciones como el consumo de cocaína y de éxtasis.

Por otra parte sólo hay que poner la televisión unos instantes para ver cúal es en realidad el instrumento que está llevando la muerte y la desolación a tantas familias, aquél cuya masiva presencia publicitaria en los medios ha adquirido desde hace tiempo proporciones alienadoras hasta el agobio: automóviles cada vez más rápidos, potentes y asequibles, dirigidos a una clientela formada por conductores cada vez más jóvenes, inexpertos e irresponsables. Pero no hay campañas contra esa incitación verdaderamente criminal a un consumo que es, ya, la primera causa de muerte entre los menores de treinta años: según las estadísticas oficiales, en España el automóvil mata más jóvenes que todas las demás enfermedades juntas.

Ahora Salgado dice que se aparca la ley contra el alcohol porque ante la proximidad de las elecciones locales todo se politiza y no hay posibilidad de un debate sereno, pero que la "retomará" luego de los comicios. Sin embargo, parece más bien que después de mayo la señora Salgado no tendrá oportunidad de retomar nada, por suerte para todos.

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