miércoles, 28 de febrero de 2007

El santo torturador

Contaba hace unos días El País que el Vaticano ha iniciado el proceso de beatificación de Luigi Calabresi, un italiano que en vida fue comisario de policía. Tal proceso constituye el paso previo e inexcusable para obtener la santidad.

Hasta aquí la noticia podía resultar más o menos sorprendente, habida cuenta de que los cuerpos y fuerzas de seguridad de los Estados no son precisamente uno de los semilleros habituales de santos, que por lo general es gente que suele haber ejercido en vida profesiones de corte más espiritualista y menos pegadas a la realidad terrenal. Un santo policía es, realmente, una novedad, pero en todo caso ése no deja de ser un "asunto interno" de la Iglesia Católica.

Con todo, lo que realmente no puede dejar indiferente a nadie es la personalidad del futuro santo. Resulta que el tal Calabresi adquirió triste fama y gran notoriedad pública a raíz de un suceso que conmocionó a Italia entera a finales de los años sesenta del pasado siglo. Eran aquellos los años de la Estrategia de la Tensión, mediante la cual la extrema derecha italiana en complicidad con los servicios secretos de aquél país intentaban el asalto al poder por todos los medios, incluido el terrorismo indiscriminado. Una de aquellas acciones execrables fue el atentado con bomba de plaza Fontana, en Milán, llevado a cabo por las tramas negras el 12 de diciembre de 1969, acción provocadora en la que murieron 16 personas y otras 88 resultaron heridas. Ante la reacción de la opinión pública y de los sectores sanos del Estado, rápidamente se intentó cargar el muerto a sectores anarquistas. Uno de los detenidos en la batida fue Giuseppe Pinelli, un ferroviario anarquista y pacifista, absolutamente ajeno al crimen de plaza Fontana como en realidad se sabía ya antes de detenerle.

Ocurrió que mientras Pinelli era hábilmente interrogado en la oficina del comisario Calabresi, el detenido falleció al ser arrojado por la ventana bien fuera por el propio Calabresi o por uno de sus hombres. Además el cuerpo presentaba señales de haber sido salvajemente torturado. Primero se dijo que el anarquista se había suicidado lanzándose por la ventana, pero ante el tremendo escándalo público y la presión social sobre los responsables no hubo más remedio que organizar una parodia de juicio, en la que un juez venal sentenció que el anarquista cayó por la ventana a consecuencia de un desmayo que le sobrevino durante el interrogatorio.

El caso adquirió dimensión internacional cuando en 1970 el dramaturgo Darío Fo estrenó su obra "Muerte accidental de un anarquista", una farsa demoledora que señalaba públicamente a todos los implicados en el apaño de intentar ocultar aquél asesinato. Por supuesto el principal perjudicado por la denuncia de Fo era el comisario Calabresi, que pasó a convertirse para la izquierda y los demócratas en general en el icono mismo del policía torturador y alineado con el fascismo rampante. En 1972 Calabresi fue asesinado a tiros por miembros de Lotta Continua, uno de los grupos de extrema izquierda más activos durante los llamados Años de Plomo, ya comenzados los setenta, cuando los tiroteos y los bombazos se hicieron parte del paisaje cotidiano de la vida política italiana.

Al parecer Calabresi era un católico fervoroso, que antes de ser policía había querido ser sacerdote. Policía, católico y asesinado por "rojos" era y es una combinación atractiva ante ciertos sectores de la sociedad. A mediados de los años noventa un cura, un tal Innocenti, empezó a promover la causa de su beatificación. Es ahora sin embargo cuando tal iniciativa ha recibido todas las bendiciones vaticanas requeridas, al haber obtenido el "nihil obstat" concedido por el cardenal Camillo Ruini, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, que además ha designado a Innocenti como postulador oficial de la causa. O sea que la cosa va en serio. Por cierto, la viuda de Luigi Calabresi, Gemma Capra, declaró sentirse "estupefacta" al saber que se había abierto una causa de beatificación a favor de su difunto esposo.

La cuestión es que ahora el postulador ha de probar que Calabresi murió como mártir de la fé cristiana. También que mediante su "intercesión" se ha producido al menos un milagro.
No dudo de que Innocenti conseguirá ambas cosas, para alborozo de Darío Fo y de cuantos descreídos en el mundo son, ya que iniciativas como ésta hunden un poco más el ya escaso crédito que le va quedando a la secta vaticana.

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