
Hoy, 28 de octubre, se cumplen 25 años del triunfo del PSOE en las elecciones generales de 1982. La importancia histórica de aquellos comicios radica en que por primera vez desde febrero de 1936 la izquierda española accedía al gobierno del Estado, tras una guerra mal llamada "civil", cuarenta años de dictadura fascio-cesarista y seis años de transición democrática jalonada de renuncias y sobresaltos.
En octubre de 1982, el voto masivo de los españoles a favor del cambio abrió las puertas del poder político a un grupo de líderes nacidos después de la Guerra de España, que habían arrebatado el control del Partido Socialista a la gerontocracia exiliada y comprometida con la Guerra Fría, sacando al PSOE del coma asistido en el que vegetaba. Aquél grupo de "jóvenes nacionalistas" -como les llamó New York Times- supieron renovar su partido y ofrecer a todos los ciudadanos un proyecto de futuro que su líder, Felipe González, supo sintetizar en una frase: "El cambio es que España funcione".
Durante los años ochenta, substentándose en tres mayorías absolutas consecutivas, los sucesivos gobiernos que formó González llevaron a cabo una tarea hercúlea, cual fue la modernización de un país entero y en especial de sus anquilosados aparatos productivos. Como ya intentó hacer en los años de la Segunda República, la izquierda tuvo que afrontar la tarea que en los países civilizados de Europa había ejecutado la derecha democrática muchas décadas atrás. Los sacrificios para la sociedad española fueron muy grandes y el coste político que hubo de pagar el PSOE fue enorme, pero en los noventa pudo por fin recogerse el fruto en forma de incorporación plena de España a la modernidad en todos los órdenes y de normalización democrática asentada y, entonces, indiscutida.
También la economía del país modificó su rumbo en esta etapa, conteniendo primero y reduciendo fuertemente después una inflación que desde la crisis del petróleo en 1973 se había desbocado, y mal que bien recortando los índices de paro y empezando a crear empleo. Con todo, fue la macroeconomía la principal beneficiada: España se convirtió en una potencia industrial de tamaño medio-grande, hecho del que por cierto recogió los beneficios políticos el gobierno Aznar a partir de 1996. El modelo capitalista no sólo no fue cuestionado desde el gobierno, sino que salió fuertemente reforzado de este período; los beneficios de empresarios e inversores no han cesado de crecer a un ritmo vertiginoso, y continúan así.
Dos acontecimientos de la magnitud y resonancia que tuvieron los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de de Sevilla, celebrados ambos en 1992, mostraron al mundo el cambio radical experimentado por el país. Sin embargo, en los mismos años ochenta comenzó la decadencia, y tras 14 años de gobierno ininterrumpido, el PSOE hubo de ceder el poder ante la derecha postfranquista. Los errores de los propios gobernantes -entre ellos, su incapacidad para limpiar aparatos del Estado como la policía y la judicatura, impregnados aún hoy de franquismo; véase el episodio del GAL-, la contaminación de una parte de los cuadros del partido y de su dirección por el "dinero fácil" y el desclasamiento social, y una campaña brutal en contra que trascendió la política para aglutinar intereses financieros, eclesiásticos, mediáticos e incluso abiertamente gansteriles, auparon al gobierno en 1996 a un Partido Popular que tras una primera etapa en minoría y asociación con los partidos nacionalistas burgueses, pronto mostró su verdadero rostro, revanchista y reaccionario, en cuanto dispuso de la mayoría absoluta tras las elecciones generales del año 2000.
Con todo, a pesar de ese tiempo negro que fueron los ocho años en que gobernó el PP, quedaron consolidadas de la etapa anterior muchas cosas que hoy vemos como "normales" pero que hace un cuarto de siglo no lo eran; la incorporación a la Europa que cuenta y la salida del secular y cutre aislamiento en que España había vivido al menos los dos últimos siglos, es una de las más importantes, pero no la única.
Aquél 28 de octubre nada sabíamos de todo esto, pero casi todos los que votamos entonces por los socialistas intuíamos algo así. Los sueños quedaron aparcados, pero al menos tuvimos un país normal. Ése fue el legado de González.
Luego vino lo que vino, y hoy vivimos de nuevo con la angustia de que los herederos de Franco nos lleven otra vez de vuelta al pasado, y que esperanzas, ilusiones, sacrificios y renuncias no hayan servido finalmente para nada.