Leo en El País de hoy que ha muerto Helga Soto. Soy consciente de que a mucha gente ese nombre no le dice absolutamente nada; probablemente, incluso para la mayoría de dirigentes y militantes socialistas actuales, Helga Soto carece de significado alguno.
Y sin embargo, para quienes nos iniciamos en el socialismo en los años finales de la dictadura franquista y comienzos de la Transición, el nombre de Helga Soto es una verdadera leyenda, parte de la historia misma del socialismo español y un referente, en ocasiones un tanto fantasioso, de nuestras propias vidas durante aquellos años decisivos.
Para empezar Helga Soto se llamaba Helga efectivamente, pero su primer apellido no tenía nada de español sino que era uno de esos complicados apellidos alemanes impronunciables para nosotros. Llegó a España siendo una muchacha de 20 años, al principio de los años sesenta. De su actividad en esos primeros tiempos, poco se sabe; fue algunos años más tarde cuando comenzó a tejerse en torno a ella el mito que aún perdura.
A Helga Soto se la consideró una especie de “comisario político”, un enlace del SPD en el PSOE renovado que lideraron el grupo de sevillanos encabezados por González y Guerra. Se decía que Helga hacía de puente, pero parece más bien que su labor en esos años consistía sobre todo en transmitir cosas: desde consignas de actuación hasta dinero para los presos. Su nacionalidad y sus contactos fuera de España la protegían; era una pieza vetada a la policía política franquista.
No recuerdo haberla visto nunca de cerca, pero por sus fotos y por lo que cuentan de ella era una mujer tranquila, discreta y de pocas y medidas palabras. Una rubia atractiva, aunque de rostro frío e impenetrable. Muy alemana, en suma.
A partir de finales de los setenta, con el partido legalizado y en despegue, había que empezar a normalizar a aquellos chicos que lo lideraban, quitándoles el pelo de la dehesa lo antes posible. Dicen que Pilar Miró enseñó a Felipe González a hablar en público ya fuera en petit comité o ante las masas, a estar encima de un escenario dominando multitudes sólo con la voz y el gesto, y a saber qué cubiertos había que usar en cada ocasión y cómo emplearlos. Pero fue Helga Soto quien ayudó al joven líder socialista a transmitir ideas de modo correcto desde el punto de vista comunicativo, y sobre todo, a elaborarlas en sintonía ideológica con la socialdemocracia alemana. Por lo demás, Helga Soto fue no sólo el hada madrina de González y su valedora ante el poderoso SPD y la Internacional Socialista –que en aquellos años, como es sabido, era poco más que una oficina delegada del partido que comandaba Willy Brandt-, sino sobre todo la persona que incluso en los momentos más difíciles mantuvo abiertas las conexiones de Felipe González y del PSOE con el exterior.
Y sin embargo, para quienes nos iniciamos en el socialismo en los años finales de la dictadura franquista y comienzos de la Transición, el nombre de Helga Soto es una verdadera leyenda, parte de la historia misma del socialismo español y un referente, en ocasiones un tanto fantasioso, de nuestras propias vidas durante aquellos años decisivos.
Para empezar Helga Soto se llamaba Helga efectivamente, pero su primer apellido no tenía nada de español sino que era uno de esos complicados apellidos alemanes impronunciables para nosotros. Llegó a España siendo una muchacha de 20 años, al principio de los años sesenta. De su actividad en esos primeros tiempos, poco se sabe; fue algunos años más tarde cuando comenzó a tejerse en torno a ella el mito que aún perdura.
A Helga Soto se la consideró una especie de “comisario político”, un enlace del SPD en el PSOE renovado que lideraron el grupo de sevillanos encabezados por González y Guerra. Se decía que Helga hacía de puente, pero parece más bien que su labor en esos años consistía sobre todo en transmitir cosas: desde consignas de actuación hasta dinero para los presos. Su nacionalidad y sus contactos fuera de España la protegían; era una pieza vetada a la policía política franquista.
No recuerdo haberla visto nunca de cerca, pero por sus fotos y por lo que cuentan de ella era una mujer tranquila, discreta y de pocas y medidas palabras. Una rubia atractiva, aunque de rostro frío e impenetrable. Muy alemana, en suma.
A partir de finales de los setenta, con el partido legalizado y en despegue, había que empezar a normalizar a aquellos chicos que lo lideraban, quitándoles el pelo de la dehesa lo antes posible. Dicen que Pilar Miró enseñó a Felipe González a hablar en público ya fuera en petit comité o ante las masas, a estar encima de un escenario dominando multitudes sólo con la voz y el gesto, y a saber qué cubiertos había que usar en cada ocasión y cómo emplearlos. Pero fue Helga Soto quien ayudó al joven líder socialista a transmitir ideas de modo correcto desde el punto de vista comunicativo, y sobre todo, a elaborarlas en sintonía ideológica con la socialdemocracia alemana. Por lo demás, Helga Soto fue no sólo el hada madrina de González y su valedora ante el poderoso SPD y la Internacional Socialista –que en aquellos años, como es sabido, era poco más que una oficina delegada del partido que comandaba Willy Brandt-, sino sobre todo la persona que incluso en los momentos más difíciles mantuvo abiertas las conexiones de Felipe González y del PSOE con el exterior.
Cuando González decidió irse, Helga desapareció. Discreta como siempre, ni concedía entrevistas ni escribía libros. Jamás se la relacionó con ningún escándalo. Nunca se la identificó con ninguna tendencia. Sirvió al partido con la firmeza y la seriedad propias de su origen nacional. Porque eso sí, casi cincuenta años después de haber llegado a España, Helga seguía siendo –y ya seguirá siendo para siempre- aquella misteriosa alemana de larga cabellera rubia que en los fotos siempre salía dos pasos por detrás de Felipe.
1 comentario:
Helga Diekhoff
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