En todos los medios y singularmente en Internet, acaba de saltar la noticia de que un equipo de arqueólogos alemanes han encontrado en Etiopía nada menos que el palacio de la llamada Reina de Saba.
Para quienes somos apasionados de la arqueología -un servidor se leyó "Dioses, tumbas y sabios, el famoso mamotreto de C.W. Ceram, cuando tenía 12 años-, éste sería el hallazgo del siglo sino fuera porque los aficionados a esta ciencia somos gente escéptica por principio, especialmente cuando en un "descubrimiento" concurren tantas circunstancias sospechosamente mediáticas. Los arqueólogos alemanes son gente seria pero no inmunes a los oropeles de la sociedad de la opulencia mediática, y a cualquiera se le va la cabeza en estos casos.
Los susodichos arqueólogos alemanes, de la universidad de Hamburgo para más señas, andaban excavando en Axum, localidad de cierto nombre turístico en Etiopía junto con Gondar y Lalibela, cuando se dieron de narices nada menos que con la residencia de la amante del rey Salomón, al decir de la Biblia y de otras tradiciones de Oriente Próximo y Africa Oriental. El palacio dataría del siglo X antes de nuestra era. Bueno, ya es casualidad aunque podría ser; en todo caso, habrá que esperar a que los restos se daten de manera científica y no mediática. Lo más sospechoso es, empero, que inmediatamente se afirme que en ese palacio "pudo estar custodiada" durante un tiempo la llamada Arca de la Alianza, en la que supuestamente se guardaban las tablas con los Diez Mandamientos que Moisés recibió de Dios en el monte Sinaí.
O sea que ahí comienza a mezclarse la Historia y la ficción, pues desde el punto de vista estrictamente histórico no hay el más mínimo indicio racional de que ningún dios entregara código alguno escrito a un Moisés que probablemente jamás existió. De hecho, cualquier estudioso de la Biblia sabe que hubo varios "Moisés" que redactaron diferentes libros en diferentes épocas de los que juntos componen el Antiguo Testamento, y que seguramente ninguno de ellos vio jamás una zarza ardiendo o cosa semejante en el Sinaí, ni condujo al pueblo judío por el desierto durante tantos años que habría sido expulsado de cualquier empresa de turismo en la que hubiera estado empleado como guía. Pero la religión es así, y cualquiera tiene derecho a creer lo que le dé la gana incluso contra toda evidencia racional y científica. Creer en lo que sea especialmente si no tiene ni pies ni cabeza, es un derecho que forma parte del ámbito privado personal e intrasferible; cosa distinta es que se pretenda convertir en verdad científica de aceptación general lo que simplemente es una superchería de carácter religioso.
Para rematar la jugada, los arqueólogos alemanes descubridores dicen que sobre este palacio se levantó "un palacio cristiano" obra de Menelik I, que sería nada menos que hijo de Salomón y de la Reina de Saba; realmente, un príncipe cristiano que viviera mil años antes de Cristo sí que sería todo un hallazgo. En ese palacio habría habido un altar sobre el que "probablemente" reposó el Arca de la Alianza (¿cómo obtuvieron esa información?). En resumen, se trata de una acrítica asunción de los mitos fundacionales del reino etíope, cuya legitimidad quisieron entroncar sus reyes con la sangre de Salomón al modo -y seguramente con el mismo fundamento- con el que se dice que los reyes de Francia descienden de Jesucristo en persona.
Uno pensaba que las películas de Indiana Jones habían hecho mucho daño al público en general, convirtiendo la arqueología en materia de videojuego fantástico. Lo que no nunca habría llegado a sospechar es que todo un equipo de arqueólogos de la Universidad de Hamburgo hubiera sucumbido a sus encantos.
1 comentario:
Vaya, tiene gracia, pero no es de extrañar ¿no eran alemanes tambien los que buscaban el sato grial?.
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