lunes, 19 de mayo de 2008

La irremisible decadencia del Festival de Cannes


Hubo un tiempo, allá por los años cuarenta, cincuenta y sesenta, en el que el Festival de Cannes era el principal y más prestigioso escaparate del cine mundial. En sus "premières" sólo había sitio para el cine de calidad, y las escasas películas norteamericanas que se proyectaban en él se atenían a esa condición (que a menudo iba aparejada al fracaso en taquilla en su país de origen).

De un tiempo a esta parte, sin embargo, las "majors" estadounidenses (el grupo de empresas productoras/distribuidoras que domina el mercado mundial del cine) han tomado por asalto Cannes, usándolo como puerta de entrada en Europa de sus productos de consumo masivo, películas de ínfima calidad y rápida volatibilidad en las salas de exhibición pero generadoras de enormes beneficios económicos. La consecuencia inevitable de esta conquista ha sido la degradación -probablemente irreversible- del festival, y su conversión en una especie de show circense yanqui que intenta remedar el glamour de los años dorados del cine, luciendo para la prensa a reyes Midas y estarlettes de un negocio que cada vez tiene menos que ver con la cultura y más con el pasatiempo alienante.

Es así como el "entertainment" nos ha deparado este año dos productos infumables, pero cuyo éxito en las taquillas estaba garantizado antes de empezar a rodarse. El primero de ellos es la cuarta parte de las aventuras de Indiana Jones, con la cual el dúo Steven Spilberg-George Lucas parecen querer asegurarse una vejez tranquila y sin problemas económicos. Quienes asistieron al estreno hace apenas unas horas comentan "sotto voce" que la película es de lo más aburrido que se ha visto en pantalla en años, aunque naturalmente las crónicas que aparecerán en los medios serán conpletamente favorables (los críticos cinematográficos no van a tirar piedras contra su tejado, y menos cuando sus viajes y estancias dependen en buena medida de las invitaciones de las "majors"). La película no es más que un continuo desfile de efectos especiales, con un Harrison Ford que a su condición de ser uno de los peores actores de Hollywood de todos los tiempos suma sus no muy bien llevados 65 años, que hacen por completo increíble su papel habitual, dar saltos y repartir puñetazos sin parar en todo el metraje de la película. Un bodrio pues que será consumido y olvidado rápidamente.

El segundo producto de calidad pareja es la última película de Woody Allen, esa especie de filmet publicitario sobre Barcelona rodado en mi ciudad a mayor gloria del Patronato de Turismo local. La película, un puro encargo político con un guión sin pies ni cabeza e improvisado sobre la marcha, se llevó en su momento buenos pellizcos de subvenciones a cargo de instituciones públicas, amén de haber provocado vergonzosos incidentes por el protagonismo en el manoseo del señor Allen entre las diversas "instituciones culturales" españolas, catalanas y barcelonesas. En ella aparecen -¡cómo no!- Penélope Cruz y Javier Bardem, y también la nueva musa -una forma cursi de llamarlo- de Woody Allen, la señorita Scarlett Johansson, cuyos argumentos artísticos parecen ser de volumen similar a los que luce nuestra gloria nacional, la sin par Penélope Cruz.

Al parecer el señor Allen ha encontrado un filón como receptores de sus películas en ciertos ambientes de la burguesía "progresista" europea, y se dedica a explotarlo con esforzada dedicación (dicen que pronto comenzará a rodar una película en Oviedo). A mí la verdad, hace muchos años que su digamos cine dejó de interesarme, cuando me dí cuenta de que este hombre siempre rueda la misma película. Tan sólo en los inicios de su carrera, allá a mediados de los sesenta, rodó dos o tres cosas originales, de cierta calidad y francamente corrosivas: "Toma el dinero y corre", "Bananas" y quizá "El dormilón". Luego, un sínfín de clónicas comedias amables envueltas en las luces de Manhattan y en media docena de chistes; el adocenamiento disfrazado de oficio y solvencia. Y así hasta convertirse en el director de cabecera de nuestras clases medias progres. Una lástima.

En fin, que Cannes más que un festival cinematográfico es ya un moridero artístico de viejos elefantes, y una etapa obligada en la promoción de películas que adquieren allí pátina de "evento cultural". Todo sea por la caja.

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