Dice José María Aznar que la situación en Irak es "muy buena". Ahí es nada: "muy buena". Y lo dice no en un momento cualquiera, sino justo cuando se cumplen cinco años de la invasión de Irak. Claro que esto de los aniversarios, en el fondo, no deja de ser una tontería; tan muertos y podridos están los irakíes asesinados a bombazos hace hoy exactamente cinco años, como los que fueron liquidados 245 días después, por poner una fecha cualquiera.
El caso es que, probablemente para refrendar afirmación tan optimista - y sorprendente, viniendo de alguien que goza de una sólida reputación como cenizo-, apenas unas horas después de ésa declaración del ex presidente español, 52 personas murieron en un atentado suicida en la ciudad irakí de Kerbala. Lo que en realidad, vista la frecuencia conque se producen esta clase de atentados en Irak, tampoco constituye ninguna novedad.
A José María Aznar le entrevistaban para un especial de radio de la BBC sobre la invasión de Irak, cuando se le ocurrió soltar esa frase gloriosa. Dice Aznar también en esa entrevista que la reunión del Trío de las Azores en la que se dio luz verde al ataque fue "muy simple, muy corta y muy tranquila", y que luego se fueron a cenar juntos para hablar de sus cosas. Seguramente aquella misma noche, alguno de ellos hizo el amor con su señora esposa o sustituta facilitada por la organización del evento y luego se durmió como un angelote, con el sueño profundo y reparador de los que tienen la conciencia tranquila.
Al día siguiente de tan relajado encuentro, el censo mundial de niños y adultos con la cabeza reventada, brazos y piernas amputados, e intestinos colgando fuera del lugar donde habitualmente se alojan, se incrementó de manera considerable al comenzar los bombardeos de la aviación estadounidense sobre los barrios populares de Bagdad. Las cifras de bajas iraquíes oscilan según quien las cuente, entre cien mil y un millón de muertos en estos cinco años de guerra y ocupación militar.
Pero eso es nada, apenas la espuma inevitable que produce la ejecución de un acto de justicia como aquél. "Los tres" dice Aznar, albergaban "la convicción muy seria de que teníamos razón, que actuábamos en beneficio de mucha gente". Y tanto. En Irak, cuatro millones y medio de personas han abandonado sus casas. Hay al menos un 60% de paro. Más del 40% de la población está en el umbral de la pobreza extrema. Seis millones de personas sobreviven gracias a la ayuda humanitaria, el doble que en 2004. El 70% de la población no tiene agua potable (El País, 19-3-2008). Pero mucha gente se benefició. Bueno, en realidad no han sido muchos, pero sí se han beneficiado extraordinariamente: las hienas que pululan alrededor del negocio de la guerra y de la "reconstrucción" posterior del país devastado -desde el vicepresidente norteamericano Dick Cheney hasta el Yernísimo de Aznar, Tarik (alias Alejandro) Agag, éstos se han forrado como nunca.
"El mundo está mejor sin los talibanes y está mejor sin Sadam Husein", sostiene Aznar. ¿Han desaparecido todos los problemas?, le preguntan: "No, simplemente está mejor". Y haciendo gala de su conocido realismo, remata: "No es una situación idílica, pero es una situación muy buena". Realmente podría ser peor, sin duda alguna: los norteamericanos podrían haber atacado Irán con armas nucleares, tal como se ha estudiado seriamente en el Pentágono a propuesta de la Administración Bush.
Seguramente en algún lugar del mundo hay un fiscal que pacientemente va recortando todas estas declaraciones que Aznar tiene a bien conceder. Algún día una carpeta con esos recortes llegará a una sala del Tribunal Penal Internacional, y se incorporará como prueba de cargo en el juicio contra un reputado criminal de guerra, de nombre José María Aznar López. Mientras llega ese momento, quien sea creyente que rece y quien no, que apriete los dientes.
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