Desde mediados de la década de los noventa, numerosas empresas españolas irrumpieron en Iberoamérica como caballos desbocados. Se las estaba "deslocalizando", trasladándolas a una zona del mundo donde los "costos laborales" eran irrisorios comparados con los existentes en España, y donde se podían conseguir plusvalías -ni siquiera siempre legales- como sólo habían podido conseguir nuestros "emprendedores" en la por ellos añorada época del desarrollismo franquista.
No eran empresas cualesquiera. La mayoría proceden del sector público español, privatizado compulsivamente durante el gobierno Aznar (1996-2004): Telefónica, Repsol, Endesa, Agbar... y de bancos muy comprometidos con esa etapa histórica española, como el BBVA y el Santander. Al frente de estas empresas impulsoras de la "segunda colonización" de América, había y hay un puñado de altos ejecutivos aznaristas -es decir, gente cuya ideología y mentalidad son el resultado de la fusión entre las propias del franquismo sociológico y las aportadas por el neoconservadorismo yanqui-, de cuya falta de escrúpulos y amor al dinero fácil hay pruebas sobradas: basta recordar el indescriptible episodio de las furgonetas de seguridad de Prosegur atiborradas con billetes de banco sacados de las sucursales bancarias españolas en Buenos Aires, rodando camino de Eceiza ante las narices de los porteños en aquellos aciagos días de la crisis argentina de diciembre de 2001.
El poder de esta gente sobre los países de América así recolonizados no ha hecho sino aumentar. Muchas de esas empresas controlan servicios públicos esenciales (agua, luz, electricidad, comunicaciones), por lo que su acción saqueadora y antipopular es aún más evidente. Así, no es extraño que su actuación concite la animadversión de quienes la sufren, y que ésta acabe dirigiéndose incluso contra otros empresarios e intereses españoles aunque éstos lleven años colaborando en la medida de sus posibilidades al desarrollo de esas naciones.
La falta de propuestas serias, articuladas y eficaces frente a la pobreza endémica, la explotación económica y las profundas barreras entre clases sociales en la mayoría de los países americanos, ha terminado por dejar campo abierto a toda clase de mesianismos, caudillismos y populismos que se ofrecen a sí mismos como faros de una supuesta revolución que no acaba de llegar, porque quienes encabezan esos movimientos y quienes desde atrás les sostienen y se benefician de ellos no tienen el menor interés en que llegue. La izquierda americana –cada día más débil, fragmentada e impotente- se agarra a los calzones del primero que pasa prometiendo a voces un mañana de justicia social; si además el mesías de turno es capaz de lanzar de vez en cuando algún desplante a los EEUU o a esos “ricos europeos” supuestamente causa de todos los males de América, mejor que mejor.
Es así como Chávez, un producto arquetípico de los cuarteles iberoamericanos –un individuo ignorante, resentido, simplista, autoritario y sobre todas las cosas, extremadamente ambicioso-, ha llegado al poder montado sobre la ola de un pueblo que ya no aguantaba más. Con todo, imaginar que Chávez, cual nuevo Bolívar Rojo, llevará la revolución social a todos y cada uno de los rincones primero de Venezuela y luego de América entera, es tan delirante como sostener que los oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada argentina preparaban desde sus subterráneos la democratización de todo el continente.
Pero en tanto llega el momento de la verdad en que el chavismo acabe de manifestarse en todo su esplendor como lo que es, el dinero fácil del petróleo le seguirá sirviendo para cultivar una imagen de benefactor de los pobres propios y ajenos, y para que algunos gobiernos americanos le bailen el agua, probablemente más por necesidad que por cariño.
Sin embargo, las cosas ya no van tan bien para Chávez como hasta hace poco, y el catálogo de problemas empieza a ser inquietante para él. Sus pistoleros y antidisturbios llevan días enfrentándose en la Universidad de Caracas con estudiantes contrarios a la reforma de una Constitución que el propio Chávez diseñó en su día, reforma con la que pretende perpetuarse en el poder, precisamente ahora que empieza a ser abandonado por quienes le crearon como figura pública. El barril de petróleo, además, acaba de superar la barrera psicológica de los 100 dólares, así que es de prever una contracción de la demanda, que a medio plazo podría llegar a cegar la fuente del maná supuestamente inagotable en la que se asienta el chavismo, los petrodólares. Por otra parte, las iniciativas internacionales de Chávez no acaban de cuajar: su candidato fracasó en Perú, el ecuatoriano Correa cada día le es más esquivo mientras se acerca a Europa (500.000 ecuatorianos residen y trabajan en España), Evo Morales le sigue la corriente sin entregársele del todo, y sólo el desprestigiado, corrompido y trasnochado Daniel Ortega se engancha a sus propuestas con el entusiasmo de quien necesita desesperadamente que alguien apuntale como sea la economía de su país. Los cubanos sufren a Chávez resignadamente, y le aguantarán mientras siga casi regalándoles el petróleo que necesitan pero ni un día más.
Es así que Chávez ha llegado a Santiago de Chile nervioso. Como Macbeth, desde las almenas de su castillo empieza a vislumbrar los ejércitos de enemigos que suben a por él; es sólo una imagen, por ahora. Aunque sus problemas no son sólo de orden político strictu senso.
Antes de viajar a Santiago, Chávez sabía que Zapatero iba a poner sobre la mesa tres propuestas que van a dañar esa imagen de Papá Noel de los pobres que el caudillo venezolano se ha construido en estos últimos años a fuerza de petrodólares: la creación de un centro internacional de prevención de desastres en Panamá que operará para toda América Central y Caribe, convenios con Ecuador y Perú que permitirán que las cotizaciones a la Seguridad Social de los inmigrantes en España reviertan en los países de origen, y la tercera y quizá la más importante a largo plazo aunque ahora sea casi sólo un gesto simbólico inicial, la creación de un Fondo para el Agua en América, que España contribuirá a poner en marcha aportando 1.500 millones de dólares.
No es de extrañar por tanto que Chávez usara la provocación para reventar las conclusiones de la Cumbre de Santiago. El recurso fácil de tildar de fascista a Aznar, logró su efecto: que la delegación española se sintiera insultada no por quien es y lo que representa Aznar (ahí no hay discusión alguna posible), sino porque escupiendo sobre él en mitad de la Cumbre se ninguneaba las únicas aportaciones serias hechas allí. Es obvio que en un encuentro institucional, la delegación española no podía aceptar que se la humillara simplemente para que el ego de Hugo Chávez quedara a salvo.
La grosería y zafiedad de Chávez interrumpiendo a Zapatero cuando éste, en el uso de la palabra y con tono comedido, le estaba pidiendo suavemente un comportamiento más acorde con su supuesta condición de estadista internacional, tuvo una respuesta sorprendente de parte del rey Juan Carlos, que constituye un regalo inesperado para el caudillo venezolano. Nunca debió abrir la boca Juan Carlos en ese incidente, y menos en el tono en el que lo hizo.
Gracias al rey de España pues, Chávez en vez de salir derrotado y con el rabo entre las piernas va a poder presentarse ahora como un mártir del neoimperialismo español, y evitar sobre todo que se hable de los acuerdos de esta Cumbre. Así se las ponían a Fernando VII, dicen.
Es obvio que Juan Carlos al igual que Chávez, también anda con los nervios alterados, aunque curiosamente su nerviosismo proceda más del maltrato que está recibiendo desde los medios de comunicación y los sectores políticos afines a Aznar, que del auge continuo de la opinión republicana en España. Lo segundo no le viene de nuevo: éste es un país republicano de antiguo, otra cosa es que por diversas circunstancias esa opinión ampliamente mayoritaria haya estado en letargo durante algunos años. En cuanto a la enemiga que le profesa el aznarismo y cuanto ese sector de la sociedad española representa en el orden político, económico y social, seguramente sí le toma más desprevenido, aunque no debería por qué.
Y es que el fascismo en España, de José Antonio a Aznar, siempre ha sido republicano.
La falta de propuestas serias, articuladas y eficaces frente a la pobreza endémica, la explotación económica y las profundas barreras entre clases sociales en la mayoría de los países americanos, ha terminado por dejar campo abierto a toda clase de mesianismos, caudillismos y populismos que se ofrecen a sí mismos como faros de una supuesta revolución que no acaba de llegar, porque quienes encabezan esos movimientos y quienes desde atrás les sostienen y se benefician de ellos no tienen el menor interés en que llegue. La izquierda americana –cada día más débil, fragmentada e impotente- se agarra a los calzones del primero que pasa prometiendo a voces un mañana de justicia social; si además el mesías de turno es capaz de lanzar de vez en cuando algún desplante a los EEUU o a esos “ricos europeos” supuestamente causa de todos los males de América, mejor que mejor.
Es así como Chávez, un producto arquetípico de los cuarteles iberoamericanos –un individuo ignorante, resentido, simplista, autoritario y sobre todas las cosas, extremadamente ambicioso-, ha llegado al poder montado sobre la ola de un pueblo que ya no aguantaba más. Con todo, imaginar que Chávez, cual nuevo Bolívar Rojo, llevará la revolución social a todos y cada uno de los rincones primero de Venezuela y luego de América entera, es tan delirante como sostener que los oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada argentina preparaban desde sus subterráneos la democratización de todo el continente.
Pero en tanto llega el momento de la verdad en que el chavismo acabe de manifestarse en todo su esplendor como lo que es, el dinero fácil del petróleo le seguirá sirviendo para cultivar una imagen de benefactor de los pobres propios y ajenos, y para que algunos gobiernos americanos le bailen el agua, probablemente más por necesidad que por cariño.
Sin embargo, las cosas ya no van tan bien para Chávez como hasta hace poco, y el catálogo de problemas empieza a ser inquietante para él. Sus pistoleros y antidisturbios llevan días enfrentándose en la Universidad de Caracas con estudiantes contrarios a la reforma de una Constitución que el propio Chávez diseñó en su día, reforma con la que pretende perpetuarse en el poder, precisamente ahora que empieza a ser abandonado por quienes le crearon como figura pública. El barril de petróleo, además, acaba de superar la barrera psicológica de los 100 dólares, así que es de prever una contracción de la demanda, que a medio plazo podría llegar a cegar la fuente del maná supuestamente inagotable en la que se asienta el chavismo, los petrodólares. Por otra parte, las iniciativas internacionales de Chávez no acaban de cuajar: su candidato fracasó en Perú, el ecuatoriano Correa cada día le es más esquivo mientras se acerca a Europa (500.000 ecuatorianos residen y trabajan en España), Evo Morales le sigue la corriente sin entregársele del todo, y sólo el desprestigiado, corrompido y trasnochado Daniel Ortega se engancha a sus propuestas con el entusiasmo de quien necesita desesperadamente que alguien apuntale como sea la economía de su país. Los cubanos sufren a Chávez resignadamente, y le aguantarán mientras siga casi regalándoles el petróleo que necesitan pero ni un día más.
Es así que Chávez ha llegado a Santiago de Chile nervioso. Como Macbeth, desde las almenas de su castillo empieza a vislumbrar los ejércitos de enemigos que suben a por él; es sólo una imagen, por ahora. Aunque sus problemas no son sólo de orden político strictu senso.
Antes de viajar a Santiago, Chávez sabía que Zapatero iba a poner sobre la mesa tres propuestas que van a dañar esa imagen de Papá Noel de los pobres que el caudillo venezolano se ha construido en estos últimos años a fuerza de petrodólares: la creación de un centro internacional de prevención de desastres en Panamá que operará para toda América Central y Caribe, convenios con Ecuador y Perú que permitirán que las cotizaciones a la Seguridad Social de los inmigrantes en España reviertan en los países de origen, y la tercera y quizá la más importante a largo plazo aunque ahora sea casi sólo un gesto simbólico inicial, la creación de un Fondo para el Agua en América, que España contribuirá a poner en marcha aportando 1.500 millones de dólares.
No es de extrañar por tanto que Chávez usara la provocación para reventar las conclusiones de la Cumbre de Santiago. El recurso fácil de tildar de fascista a Aznar, logró su efecto: que la delegación española se sintiera insultada no por quien es y lo que representa Aznar (ahí no hay discusión alguna posible), sino porque escupiendo sobre él en mitad de la Cumbre se ninguneaba las únicas aportaciones serias hechas allí. Es obvio que en un encuentro institucional, la delegación española no podía aceptar que se la humillara simplemente para que el ego de Hugo Chávez quedara a salvo.
La grosería y zafiedad de Chávez interrumpiendo a Zapatero cuando éste, en el uso de la palabra y con tono comedido, le estaba pidiendo suavemente un comportamiento más acorde con su supuesta condición de estadista internacional, tuvo una respuesta sorprendente de parte del rey Juan Carlos, que constituye un regalo inesperado para el caudillo venezolano. Nunca debió abrir la boca Juan Carlos en ese incidente, y menos en el tono en el que lo hizo.
Gracias al rey de España pues, Chávez en vez de salir derrotado y con el rabo entre las piernas va a poder presentarse ahora como un mártir del neoimperialismo español, y evitar sobre todo que se hable de los acuerdos de esta Cumbre. Así se las ponían a Fernando VII, dicen.
Es obvio que Juan Carlos al igual que Chávez, también anda con los nervios alterados, aunque curiosamente su nerviosismo proceda más del maltrato que está recibiendo desde los medios de comunicación y los sectores políticos afines a Aznar, que del auge continuo de la opinión republicana en España. Lo segundo no le viene de nuevo: éste es un país republicano de antiguo, otra cosa es que por diversas circunstancias esa opinión ampliamente mayoritaria haya estado en letargo durante algunos años. En cuanto a la enemiga que le profesa el aznarismo y cuanto ese sector de la sociedad española representa en el orden político, económico y social, seguramente sí le toma más desprevenido, aunque no debería por qué.
Y es que el fascismo en España, de José Antonio a Aznar, siempre ha sido republicano.
2 comentarios:
Despues de leerte parece claro que Chávez lo tenia planeado y que Juan Carlos ha metido la pata.
Yo creo que J.C. quiso salir en defensa de Zapatero, de forma brusca que eso estuvo mal y sin pensarlo, de forma espontánea. Efectivamente ha dejado a Chávez como víctima y le ha venido de perlas. Ya en muchos blogs se habla a favor de Chá.
El PP alaba al rey porque todo lo que sean broncas a él le encanta.
A Juan Carlos le está pasando lo que a todos los Borbones: cuando son jóvenes y empiezan los tíos van de simpáticos y de reformistas. Cuando envejecen se vuelven huraños y vagos, dejan de lado sus obligaciones y tienen tics cada vez más autoritarios.
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