El asunto del Tibet es un tema recurrente que muestra la falta de escrúpulos de todas las partes implicadas.
Hasta la ocupación china Tíbet era una dictadura teocrática en la que el Dalai Lama y su corte de monjes ejercían un poder absoluto sobre vidas y haciendas, al modo en el que los Papas medievales lo hacían en los Estados Pontificios. En pleno siglo XX , en el Tibet gobernado por el "pacifista" Dalai Lama seguía existiendo la esclavitud, y los campesinos eran siervos atados a la tierra como en el régimen feudal de la Europa de 1000 años atrás.
Los chinos entraron en Tibet como un un elefante en una cristalería. Eran los años cincuenta, y en Pekín no se andaban con sutilezas en un territorio conquistado. El régimen chino intentó borrar no sólo el régimen político y las estructuras sociales y económicas del país ocupado, sino también hasta la más insignificante manifestación cultural propia. Aprovechando la circunstancia, el Tibet se ha convertido durante 50 años en un instrumento de propaganda occidental contra el régimen comunista chino en nombre de la libertad de los pueblos, de la libertad de cultos religiosos, del derecho a la autodeterminación y de todas esas zarandajas superestructurales, pero también desde la la denuncia de hechos reales, como es el pisoteo de los más elementales derechos humanos de los tibetanos llevado a cabo por los ocupantes chinos.
El régimen de Pekín tiene pues de comunista lo que el Dalai Lama de demócrata. Finalmente unos y otros han cambiado de táctica: los chinos han exportado a Tibet su versión de desarrollo capitalista salvaje -infinitamente más eficaz en la conformación de conciencias que la pura represión física- , y la CIA y sus lamas a sueldo ponen ahora el acento en la cuestión cultural y religiosa más que en la política. En ese esfuerzo por lavarse la cara, los chinos han llegado al extremo de designar "buda viviente" a uno de sus monjes a sueldo -que también los tienen, obviamente- en competencia con el "buda viviente" que obedece al Dalai lama exiliado.
La ventaja es hoy por hoy para el régimen chino, pues no hay instrumento de alienación más eficaz que el consumismo capitalista, y ésa droga –en su adaptación china- es la que está inyectando Pekín al Tibet en dosis de caballo, en tanto los occidentales sólo ofrecen su concepción ideológica –en el sentido marxista del término-de la libertad política y religiosa. Así los chinos tienen las de ganar en la batalla por el control del Tíbet, y ya sólo les falta legitimar la ocupación reponiendo al exiliado Dalai Lama en un papel de "rey que no gobierna". Al parecer hay conversaciones abiertas entre las dos partes en ese sentido.
Probablemente pues no estamos lejos de una solución pactada para Tíbet, con un retorno del Dalai Lama a Lhasa y el reconocimiento por éste de la anexión china. Sería una solución semejante a cuando en el siglo XIX los unificadores italianos desposeyeron de sus dominios territoriales al Papa y este aceptó quedar reducido a su papel "espiritual" actual.
2 comentarios:
Terminan poniendose de acuerdo siempre los inter paris el caso es vivir de puta madre a costa de los demás.
Pues sí. Y la prueba es que a ninguna de las partes en conflicto se les ha ocurrido (ni se les ocurrirá) dar voz a los tibetanos mediante un referéndum tutelado por la ONU por ejemplo, en el que pudieran pronunciarse sobre las cuestiones que les afectan.
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