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martes, 19 de octubre de 2010

Impresiones después de una visita a Madrid, otoño de 2010



Unos días pasados en Madrid me confirman algunas ideas previas mías sobre la ciudad que he ido madurando en los últimos tiempos, y que se pueden resumir en dos: la capital del Estado español es una ciudad más viva y moderna de lo que sus habitantes creen, y mucho menos influyente y acaparadora de lo que nos pensamos quienes vivimos fuera de ella pero de algún modo bajo su sombra.

El viernes por la tarde quedé para tomar un café con Palinuro. Como que sus múltiples ocupaciones le impidieron a última hora el encuentro, el conocido bloguero me envió en su lugar a Ramón Cotarelo, especie de alter ego suyo, un intelectual culto, cordial, expansivo y oceánico en conocimientos y modo de comunicarlos. Sospecho que Cotarelo tiene como yo algunas dificultades auditivas, o tal vez sea la costumbre de nuestros cátedros de tener que desgañitarse al impartir clase a rebaños de tropecientos educandos, el caso es que nuestra charla fue seguida, presumo que con deleite, por la docena de parroquianos que a esa hora tomaban café en un modesto local de Fuencarral. Debieron salir de allí un poco confusos, eso sí, pues Cotarelo y yo saltamos alegremente de un tema a otro, pasando de la batalla de las Navas de Tolosa al decreto de Nueva Planta, los orígenes de Madrid como capital de las Españas, la generación del 98 y y sus lamentaciones y hasta a discutir la condición de Carlos III como presunto mejor alcalde de la ciudad. "Pues vaya mierda de rey, que con los problemas que tenía España se dedicaba a poner farolillos por las calles de Madrid", argumentó, implacable con el Borbón empelucado, el republicano Cotarelo.

Lo curioso del barecito en el que conversamos es que estaba empapelado con fotos de Marilyn Monroe por todas partes menos por una, en la que asomaba el rostro andrógino y con corte de pelo a lo garçon (un escándalo, oigan) de Audrey Hepburn. También había una Santa Cena de antes del Photoshop con la rubia por antonomasia presidiendo el ágape rodeada por 12 apóstoles con los rostros de Elvis Presley, James Dean y un buen puñado de mitos norteamericanos de los cincuenta. En resumen, todo muy casual y muy simbólico a la vez.

Ramón me llevó luego con él al cercano local de Las Indias Electrónicas, donde David de Ugarte tuvo la amabilidad de fascinarnos con los proyectos de esta gente, de los que francamente no entendimos un carajo (Cotarelo y yo somos gentes de papel impreso a la vieja usanza no como Ugarte y Palinuro, que se mueven como Dios en el éter electrónico). Nos llevamos un par de libros que David nos regaló con la intención de que nos aclararan conceptos sobre empresas digitales, trabajo en red y nuevas propuestas de relaciones sociales y hasta personales en la era electrónica. Cotarelo añadió por su cuenta un volumen que acaba de publicar sobre la política en la era de Internet, que prometo leer con atención y comentar aquí. El libro lo firma Ramón Cotarelo, pero sospecho que lo ha escrito Palinuro. Luego de despedirnos me vino a la cabeza aquello que cantaba Miguel Ríos tres décadas atrás, en su tema "Año 2000":

"Esta es la era de Mr. Chip, el futuro se puede tocar,
nacen cronistas, brujos y sabios
que alucinan con lo que vendrá."

Se ve que ya en el lejano 1980, el rockero granadino tenía información privilegiada sobre lo que venía.

Al día siguiente comí con un grupo de amigos un pantagruélico cocido madrileño, vive Dios, del que no pudimos acabar ni la mitad. A la mesa éramos 10 personas, todos adscritos al rojerío en sus múltiples facetas: socialistas, comunistas, anarquistas. Más quejas de los lugareños contra ese "Madrid espeso y municipal", derechista y casposillo del que abominaba el clásico. Me sorprenden las críticas, porque no es la visión que tengo caminando por la calle. En Fuencarral ví el día anterior una bandera republicana tan pimpante, plantada en un balcón vecinal. Abunda el turismo de cierto poder adquisitivo, y por el centro de la ciudad se oye hablar en catalán más que en el Paseo de Gràcia barcelonés. Las camisetas azulgrana de Messi y las fruslerías de aire gaudiniano se muestran en los escaparates de las tiendas de souvenirs, y nadie los apedrea. En las calles no hay carteles ni pintadas ni actitudes ni nada que recuerde que esta ciudad es presuntamente el fortín de la extrema derecha española, según suele ser creencia en la periferia del "Estado español". Eso sí al rojerío le frustra y le reconcome la previsible victoria electoral en puertas de la derecha extrema/extrema derecha española, pero como hacía decir Giovanni Guareschi a su Don Camilo en una de sus entrañables novelas, "la política es así, tortas van y tortas vienen".

Ese mismo sábado en fin, ceno solo en la mejor taberna madrileña, en pleno barrio de La Latina, establecimiento que como no podía ser de otra manera regenta un catalán joven y más listo que el hambre. El local está lleno, como siempre, pero Oriol me encuentra un huequecito, también como siempre. Hablamos en catalán, y nadie a nuestro alrededor se desmaya. El pícaro del restaurador me hace notar que a pesar de la crisis, lo suyo sigue funcionando la mar de bien. No es solo este local, toda la zona está a reventar. Claro que en las Cavas es imposible encontrar un McDonalds, las tapas son de alta cocina, los vinos resultan de categoría y los precios están en consonancia. En la barra de otro establecimiento cercano, por ejemplo, además de estupendas tapas sirven copas de Agustí Torelló, quizá uno de los dos o tres mejores cavas catalanes. En definitiva, es la calidad la que determina la selección de la clientela, y ésta a su vez es lo suficientemente inteligente para no tener en cuenta estupideces xenófobas como el boicot a los productos catalanes promovido por sectores fascistas españoles.

Pienso finalmente que Madrid nos lleva mucha ventaja, a Barcelona y a otras ciudades cercanas a él. Aquí se ha apostado por un turismo de masas de bajo nivel, y en cambio Madrid siempre ha primado más la capacidad adquisitiva y cultural del visitante. Tradicionalmente, y como se decía antiguamente, a Madrid "hay que ir con perras (dinero)". Esa es la diferencia principal, aunque el turismo-basura juvenil y no tan joven empiece a asomar la oreja en los barrios populares de la Villa y Corte; su Ayuntamiento y sus promotores turísticos harían bien en prestar atención y combatir este fenómeno, aún incipiente pero ya perceptible en una ciudad que hasta hace poco no estaba contaminada por él.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Rusia, el imperio contraataca


Hace algún tiempo ya advertí aquí acerca de que la independencia de Kosovo traería consecuencias. Los rusos no se iban a quedar de brazos cruzados, obviamente. Y es que desde 1989, el Kremlin lleva soportadas demasiadas bofetadas en territorios antaño pertenecientes al imperio soviético y hoy alineados con el rival y triunfador de la Guerra Fría, el imperio norteamericano; ahora parece dispuesto a comenzar a cobrarse las humillaciones recibidas.

Nada llega porque sí. La acumulación salvaje de capital producida durante el mandato de Yeltsin y los primeros tiempos del de Putin, permite al gobierno ruso actual la definición de objetivos de reconstrucción del poder imperialista ruso que hasta hace poco habían quedado relegados a un segundo plano, visto el estado catastrófico en que se hallaba el país tras el hundimiento del régimen soviético. Hoy, el Kremlin y sus aliados de la "sociedad civil" rusa -las bandas de antiguos dirigentes comunistas y gánsters traficantes, reciclados unos y otros en respetables empresarios-, gobiernan una Rusia distinta a la de los años ochenta y noventa, una Rusia que ha recuperado "orgullo nacional" de modo paralelo a un cierto enderezamiento de la macroeconomía. Las grandes mafias rusas -que actúan como verdaderas corporaciones capitalistas- y los sectores de los aparatos del Estado menos tocados por la crisis final soviética -singularmente los de corte represivo y entre ellos, por encima de todos, el antiguo KGB, del que proceden Putin y su entorno-, han conducido un resurgimiento ruso que si bien tiene aún unas dimensiones modestas, si facilita el replanteamiento geopolítico y cuestiona el "fin de la Historia" proclamado a finales de los ochenta por los ideólogos neocon norteamericanos.

El “re-nazimiento ruso" (estupendo neologismo definitorio acuñado por el periodista Manolo Saco; un palabro que define a la perfección las bases ideológicas fascistoides del fenómeno), se basa pues en una campaña de reconquista del espacio antaño ocupado por la vieja potencia imperial, sucedida por un gobierno autoritario y gansteril cuyos dirigentes hunden sus raíces biográficas en el viejo régimen. De la mano de éstos Rusia busca hoy recuperar el prestigio perdido, y es en ese contexto en el que hay que situar sus últimos movimientos internacionales.

El desafío georgiano era pues más de lo que podían soportar los amos del Kremlin. La pequeña república caucásica, que pasó sin solución de continuidad de un régimen títere de Moscú (liderado por el ex ministro soviético de Exteriores, Edvard Shevartnadze) a otro de estricta obediencia pronorteamericana (el actual, presidido por Mijail Shaakashvili), como consecuencia de una de esas "Revoluciones Naranja" propiciadas por EEUU en Europa y Asia Central durante el mandato de George Bush hijo, se ha mostrado arrogante y segura de que su adscripción al campo del imperio triunfante era un paraguas más que suficiente, ante el que necesariamente se detendría una Rusia en lenta recuperación tras la hecatombe padecida; todo un error de cálculo de los políticos georgianos, como hemos visto. Al fondo y como absurda excusa, el destino de Osetia del Sur, un territorio de 50 km de largo por 20 de ancho en el que malviven algunas decenas de miles de ruso-georgianos.

En realidad, la batalla que se está librando ahí concierne al control del paso hacia Europa de productos energéticos llegados desde oriente, a través del único territorio posible -Georgia- que se halla fuera de las fronteras rusas. La jugada imperialista del Kremlin al invadir Georgia no ambiciona la restitución de este país a su imperio, y ni siquiera la anexión de Osetia del Sur; lo que los rusos quieren es condicionar la conducción hacia Europa del petróleo y del gas que ésta necesita. Evidentemente en ese envite cuentan con la anuencia al menos tácita de los EEUU, a pesar de las declaraciones y gestos para la galería de éstos; al fin y al cabo, quien sale perdiendo en esta historia es la Unión Europea, a quien se le estrangulan un poco más sus suministros energéticos.

La guerra de Georgia es pues una mascarada -una más-, en la que los dos viejos enemigos-socios (EEUU y Rusia) intentan eliminar o al menos controlar a un adversario peligroso para ambos (Europa). Naturalmente, las bofetadas llueven -asimismo una vez más- sobre poblaciones civiles indefensas, que son masacradas por unos y otros ante la indiferencia de la comunidad internacional.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Cuaderno de mi vuelta al mundo: 8 etapas, 8 restaurantes


Les dejo una selección de sitios donde comer dando una vuelta completa al mundo y haciendo escala en las ocho ciudades en las que siguiendo ese trayecto, recalé durante el pasado mes de septiembre.
Cada uno de los ocho restaurantes es por su carta y por sí mismo, un lugar emblemático que vale la pena conocer.


1. La fonda del refugio (Ciudad de México).

Situado en plena Zona Rosa –es decir, en el centro comercial y de negocios de la capital mexicana-, “La fonda del refugio” es un local estrella dentro de la reducida nómina de restaurantes capitalinos que ofrecen auténtica gastronomía mexicana. Su cocina recorre todas las especialidades del país, y tienen el detalle de ofrecer platos en los que la presencia de picante se adecua al gusto europeo.

El local se halla agradablemente decorado como si fuera realmente una fonda de pueblo mexicano. La amabilidad y profesionalidad de sus camareros puede parecer incluso sorprendente en estos tiempos que corren; déjese aconsejar por ellos, y cenará como un príncipe azteca.

Para acompañar, pida vino tinto de Baja California. Y tras el postre y para facilitar la digestión, nada como unos vasitos de tequila con limón y sal acompañados de “sangrita”.

2. Donde Augusto (Santiago de Chile).

El Mercado Central de Santiago se halla próximo al núcleo de calles peatonales y centros comerciales de la capital chilena, y ocupa un edificio de estructura metálica que recuerda a los mercados europeos del siglo XIX. Actualmente todo él está destinado a acoger restaurantes especializados en pescados y mariscos, el más célebre de los cuales es “Donde Augusto”.

En “Donde Augusto” sirven frutos del mar de calidad extraordinaria, preparación sencilla y precio más que razonable para el bolsillo europeo, en un concepto de local a medias entre la marisquería clásica y el bar de tapas español.

Acompañe la comida con cualquier vino blanco chileno bien frío; todos son excelentes.

3. La taverne du pecheur (Hanga Roa).

En el diminuto puerto de Hanga Roa, el pequeño poblado que ejerce como capital de la isla de Pascua, está “La taverne du pecheur”, un restaurante de pescado y frutos del mar sencillamente memorable. El local, pequeño y limpio, ocupa una auténtica cabaña de pescador, y está decorado con un sinfín de objetos marineros.

A la entrada del restaurante hay un rótulo en el que un simpático Obelix carga con un moai en vez del tradicional menhir, en lo que constituye toda una declaración de principios de su propietario, un francés amistoso y parlanchín con el que es un placer conversar. El hombre tiene además un parecido asombroso con el famoso personaje de las historietas de Goscinny y Uderzo.

Las materias primas usadas en su sopa de pescado, el pez “pissi” al horno y las langostas de medio kilo, entre otros deliciosos platos, son capturadas cada noche por los pescadores que amarran frente a este lugar atractivo y acogedor. Acompañe con vinos blancos chilenos. Después, con el café, pida una copita de Calvados, y ya tendrá para siempre un lugar en el corazón del propietario.

Eso sí, a la hora de encargar los platos tenga en cuenta que las raciones son mastodónticas, verdaderamente a la altura de la voracidad de un Obelix.

4. Le Rètro (Papeete).

“Le Rètro” es la terraza más célebre de Papeete, la capital de Tahití. El local, una mescolanza de cervecería, bistrot y cafetería, se abre sobre el puerto y el paseo marítimo de la pequeña ciudad capital de la Polinesia Francesa.

Al mediodía y al atardecer la terraza suele estar llena, pero dentro del local encontrará espacio suficiente y además podrá dar un vistazo a su decoración interior, que no desmerece de un bistrot del Quartier Latin parisino.

En “Le Rètro” ofrecen platos ligeros, y resulta muy aconsejable para tomar algo rápido por la noche. Pida alguna ensalada completa o sus pizzas de masa fina, y acompañe con la deliciosa y refrescante cerveza tahitiana Hinano.

5. Jordon’s (Sidney).

El restaurante “Jordon’s” se encuentra en Darling Harbour, la marina de Sidney, muy cerca del Museo Marítimo y casi enfrente, al otro lado del puerto, del Acuarium.

El local es moderno y luminoso, con cierto aire mediterráneo –como todo Darling Harbour, por otra parte-, y dispone de terraza abierta sobre el paseo marítimo que circunda el antiguo puerto.

En “Jordon’s” se come “sea food”, es decir, frutos del mar. En su carta se encuentra desde la pura cocina del Mediterráneo –mejillones al vapor, por ejemplo-, hasta aproximaciones muy logradas a la cocina oriental del mar; excelente su “sashimi”, y algo menor en nivel su pasta con “sea food”.

Acompañe con vinos australianos –el precio de los vinos europeos allí es prohibitivo-: son aceptables para el paladar europeo, aunque aún estén lejos de alcanzar un nivel competitivo con los caldos del Viejo Continente.

6. Harbour View (Manila).

En en el barrio La Luneta de Manila, a tiro de piedra de Rizal Park y de Ermita, hay media docena de restaurantes apiñados junto al mar. Uno de ellos, “Harbour View”, ocupa un antiguo pantalán que se introduce en el mar de la bahía de Manila, como un dedo frágil batido por los vientos y la lluvia durante la temporada húmeda.

“Harbour View” es un lugar austero, sin lujos decorativos y una carta más bien corta, pero donde se ofrecen productos del mar de mucho interés. Pruebe sus estupendos calamares rebozados, herencia española, y el magnífico Blue Merlin, lomo de pescado de la zona.

Para beber, cerveza San Miguel en versión filipina, una pilsen que dicen es la mejor cerveza del mundo y que, como mínimo, es equiparable a las grandes pilsen checas.

Precios muy asequibles para cualquier bolsillo, y personal discreto y rápido.

7. King’s-Lodge (Hong Kong).

En pleno corazón de Kowloon, en Chatam Road South, “King’s-Lodge” ofrece cocina tradicional china con un toque de modernidad. Vegetales, pescados y fideos combinan olores, sabores y texturas en una sinfonía a veces difícil para el paladar occidental.

Lo mejor de la experiencia de comer en “King’s-Lodge” es sin duda el descubrimiento de una cocina auténtica y milenaria, que nada tiene que ver con el adocenamiento de la restauración supuestamente china que se practica en Europa y América.

Sus platos aportan sorpresas que en ocasiones pueden dejarnos perplejos en cuanto a la variedad de ingredientes y a sus características individuales, pero el conjunto es siempre agradable y delicado. Para beber, agua, refrescos o cerveza San Miguel filipina.

8. Aneka Rasa (Amsterdam).

El restaurante Aneka Rasa de Amsterdam se anuncia como “auténtico restaurante indonesio”, una forma de diferenciarse de la multitud de restaurantes de cocina sucedánea de este país del Sudeste Asiático, cuya gastronomía al parecer encanta a los holandeses, sus antiguos colonizadores.

El caso es que realmente, Aneka Rasa ofrece platos de calidad y ceñidos a la realidad culinaria del recetario indonesio sin concesiones ni aggiornamientos, en un ambiente cuidadamente espacioso, minimalista y pulcro.

La cocina indonesia resulta variada, delicada y sabrosa. En ella son omnipresentes el arroz y las especias picantes, y se notan fuertes influencias de culturas gastronómicas próximas como la India, China y Malasia. Sopas, carnes y pescados constituyen la base de sus platos, todos recomendables.

Para beber, zumos de frutas, vino por copas o cerveza Oud Bruin de Heineken, una magnífica cerveza negra un punto dulce que fabrica la conocida marca holandesa líder de las cerveceras europeas.

sábado, 24 de febrero de 2007

Gastronomía basura

El jueves pasado al mediodía se me ocurrió ir a picar algo a Mikel Etxea, una "taberna vasca" que hay en la calle Ferran, entre La Rambla y plaza Sant Jaume.

Hacía como un año que no había entrado, y lo recordaba como un sitio donde se podían comer aceptables pinchos al estilo vasco. Me encontré con cambios brutales, aunque la decoración del local mantiene, eso sí, la pinta estandarizada de "sitio vasco".

De entrada, cuando le pedí un txacolí a la chiquita filipina que me ha atendió, la pobre tuvo que ir a preguntarle a su jefe (chino) qué diablos era eso, tras haberme señalado interrogativa un pincho de chorizo y haberle dicho yo que no, que "es para beber, vino blanco". Su jefe tuvo que descorchar la botella; ella lo intentó con ganas, pero no fue capaz.

En cuanto a lo que sirven para comer, la cosa está en la paella prefabricada, las patatas bravas con salsa industrial, los boquerones en vinagre, etc etc. De eso no me dí cuenta hasta que estaba sentado en la barra, aunque en la entrada ya me mosquearon los cartelitos en "inglis" macarrónico anunciando esas supuestas exquisiteces. No faltaban los "típicos" barreños de sangría.

Es decir, los pinchos vascos han dejado paso en este local a lo que se entiende por "un bar de tapas para turistas". En justa correspondencia, la clientela era en el 95% turisteo europeo barato, incluidos algunos borregos británicos de los que presenciaron el partido Barça-Liverpool, y que llevaban ya tres días y dos noches borrachos paseando La Rambla y alrededores de pub inglés en pub inglés, haciendo breves paradas en hamburgueserías y "tabernas vascas" como Mikel Etxea.

Total, que comí dos pinchos, uno que era una especie de rollito mínimo de berenjena o suela de zapato (no llegué a discernirlo) , y el otro un pedacito de queso supuestamente Idiazábal fino como una hostia y pinchado con una cáscara de cebolla, una piel de tomate y no se qué más. Los dos pinchos y el txacolí, 8'45 euros. Simplemente un atraco.

No es este bar sólo. Todo el centro histórico de Barcelona y también de otras muchas ciudades peninsulares está lleno a reventar de este tipo de comederos "típicos". El personal que lo atiende es variopinto pero siempre inmigrante asiático (los contratos-basura es lo que tienen), y se caracteriza no ya por no ser capaces de atender en euskera o catalán, que eso sería pedir peras al olmo visto lo visto, sino por tener grandes dificultades para comprender el castellano.

En fin que las "tabernas" de supuesto origen vasco (de vasco en realidad sólo suelen tener el nombre y la decoración), son verdaderamente una ofensa para la gastronomía y la cultura vascas. Si yo fuera el consejero vasco de Comercio o el de Cultura, intentaría hacer algo para atajar este desprestigio.

Estos locales, por otra parte, suelen estar impecables desde el punto de vista sanitario, de limpieza etc, por lo que no hay motivo alguno para hacer intervenir al ayuntamiento respectivo. El problema es otro, es la imagen que se está dando de una cultura y de un país, y sobre todo el tipo de turismo que se está atrayendo.