miércoles, 13 de agosto de 2008

Rusia, el imperio contraataca


Hace algún tiempo ya advertí aquí acerca de que la independencia de Kosovo traería consecuencias. Los rusos no se iban a quedar de brazos cruzados, obviamente. Y es que desde 1989, el Kremlin lleva soportadas demasiadas bofetadas en territorios antaño pertenecientes al imperio soviético y hoy alineados con el rival y triunfador de la Guerra Fría, el imperio norteamericano; ahora parece dispuesto a comenzar a cobrarse las humillaciones recibidas.

Nada llega porque sí. La acumulación salvaje de capital producida durante el mandato de Yeltsin y los primeros tiempos del de Putin, permite al gobierno ruso actual la definición de objetivos de reconstrucción del poder imperialista ruso que hasta hace poco habían quedado relegados a un segundo plano, visto el estado catastrófico en que se hallaba el país tras el hundimiento del régimen soviético. Hoy, el Kremlin y sus aliados de la "sociedad civil" rusa -las bandas de antiguos dirigentes comunistas y gánsters traficantes, reciclados unos y otros en respetables empresarios-, gobiernan una Rusia distinta a la de los años ochenta y noventa, una Rusia que ha recuperado "orgullo nacional" de modo paralelo a un cierto enderezamiento de la macroeconomía. Las grandes mafias rusas -que actúan como verdaderas corporaciones capitalistas- y los sectores de los aparatos del Estado menos tocados por la crisis final soviética -singularmente los de corte represivo y entre ellos, por encima de todos, el antiguo KGB, del que proceden Putin y su entorno-, han conducido un resurgimiento ruso que si bien tiene aún unas dimensiones modestas, si facilita el replanteamiento geopolítico y cuestiona el "fin de la Historia" proclamado a finales de los ochenta por los ideólogos neocon norteamericanos.

El “re-nazimiento ruso" (estupendo neologismo definitorio acuñado por el periodista Manolo Saco; un palabro que define a la perfección las bases ideológicas fascistoides del fenómeno), se basa pues en una campaña de reconquista del espacio antaño ocupado por la vieja potencia imperial, sucedida por un gobierno autoritario y gansteril cuyos dirigentes hunden sus raíces biográficas en el viejo régimen. De la mano de éstos Rusia busca hoy recuperar el prestigio perdido, y es en ese contexto en el que hay que situar sus últimos movimientos internacionales.

El desafío georgiano era pues más de lo que podían soportar los amos del Kremlin. La pequeña república caucásica, que pasó sin solución de continuidad de un régimen títere de Moscú (liderado por el ex ministro soviético de Exteriores, Edvard Shevartnadze) a otro de estricta obediencia pronorteamericana (el actual, presidido por Mijail Shaakashvili), como consecuencia de una de esas "Revoluciones Naranja" propiciadas por EEUU en Europa y Asia Central durante el mandato de George Bush hijo, se ha mostrado arrogante y segura de que su adscripción al campo del imperio triunfante era un paraguas más que suficiente, ante el que necesariamente se detendría una Rusia en lenta recuperación tras la hecatombe padecida; todo un error de cálculo de los políticos georgianos, como hemos visto. Al fondo y como absurda excusa, el destino de Osetia del Sur, un territorio de 50 km de largo por 20 de ancho en el que malviven algunas decenas de miles de ruso-georgianos.

En realidad, la batalla que se está librando ahí concierne al control del paso hacia Europa de productos energéticos llegados desde oriente, a través del único territorio posible -Georgia- que se halla fuera de las fronteras rusas. La jugada imperialista del Kremlin al invadir Georgia no ambiciona la restitución de este país a su imperio, y ni siquiera la anexión de Osetia del Sur; lo que los rusos quieren es condicionar la conducción hacia Europa del petróleo y del gas que ésta necesita. Evidentemente en ese envite cuentan con la anuencia al menos tácita de los EEUU, a pesar de las declaraciones y gestos para la galería de éstos; al fin y al cabo, quien sale perdiendo en esta historia es la Unión Europea, a quien se le estrangulan un poco más sus suministros energéticos.

La guerra de Georgia es pues una mascarada -una más-, en la que los dos viejos enemigos-socios (EEUU y Rusia) intentan eliminar o al menos controlar a un adversario peligroso para ambos (Europa). Naturalmente, las bofetadas llueven -asimismo una vez más- sobre poblaciones civiles indefensas, que son masacradas por unos y otros ante la indiferencia de la comunidad internacional.

No hay comentarios: