Una tras otra van reventando las burbujas financieras creadas al abrigo de las irresponsables políticas económicas impulsadas por los neocons yanquis. El "casino virtual" en que éstos se convirtieron los centros financieros se derrumba, coincidiendo con el fin de la era política neocon.
Por otra parte, la economía norteamericana real, estrangulada por sus propios problemas estructurales agravados por la tendencia monopolística del capital - manifestada de la época Reagan a hoy en el asalto en toda regla de los grandes monopolios al Estado-, perece sepultada bajo los escombros de ése mundo de ficción, quebrando empresas y condenando a la pobreza a las clases asalariadas.
Poco antes de morir, John K. Galbraith describió con precisión de cirujano en su “Economía del fraude inocente”, un libro de apenas 100 páginas, el modo en el que las grandes corporaciones han asaltado el Estado en USA para domeñarlo, ponerlo a su servicio y en última instancia vaciarlo de competencias y recursos, salvo en el caso de los aparatos de control social (policial y judicial) y de intervención exterior (militar). Mientras, Wall Street apostaba todo a la ruleta rusa de los bonos-basura y las hipotecas-basura, avalaba aventuras internacionales en pos del control de recursos energéticos básicos y se manifestaba indiferente ante la destrucción del aparato productivo norteamericano. El autogolpe de Estado del 11-S abría supuestamente "un Reich de mil años" neocon; ni siquiera ha durado una década.
Hoy los Presupuestos Generales del Estado en USA se deciden y manejan entre media docena de macroagrupaciones de grandes corporaciones, cada una de las cuales tiene un empleado sentado en el Gobierno del país. Como dice Galbraith, en la economía norteamericana actual -y en su prolongación, la economía globalizada- son los ejecutivos quienes dirigen y ordeñan en provecho propio toda la actividad, habiendo marginado de la cúspide a los accionistas, que carecen de poder decisorio real y ya sólo se limitan a recoger beneficios cuando los reparten.
La economía productiva norteamericana perece por momentos, y con ella puede arrastrar a las economías periféricas del sistema global. A no ser que como hace unos días proponía Solbes, el vicepresidente económico español, todo el sistema aproveche la circunstancia para soltar lastre. Traducido al cristiano, que se ponga fin a esta locura que ha sido la economía-basura neocon y sus estratosféricos beneficios basados en humo, y se regrese al viejo capitalismo calvinista de trabajo duro, inversiones razonables y beneficios limitados.
Si así fuera, en el fondo podrían darse por bien empleada la crisis y sus costes, con tal de que los neocons y sus aberraciones vayan a parar definitivamente al basurero de la Historia.
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