El nuevo Gobierno formado por José Luis Rodríguez Zapatero no contiene grandes sorpresas. El equipo suelta un poco de lastre, incorpora algunas caras nuevas y redistribuye tareas, pero no parece haber cambios en lo esencial y casi ni en lo accesorio. Continuidad es pues la palabra que mejor lo define.
Primera constatación: a Zapatero le siguen imponiendo ministros. No en el "núcleo duro" del Gobierno, que ése es territorio reservado por el Presidente en exclusiva para sus hombres y mujeres, pero sí en otras zonas del Ejecutivo. No se entiende sino la permanencia en el cargo de Magdalena Alvarez y de Carmen Chacón, por poner dos ejemplos, o la incorporación de Celestino Corbacho.
En cuanto a la composición del Gobierno, habría que distinguir en él diferentes niveles de responsabilidad y competencia, y sobre todo de proximidad al centro del poder, es decir, al propio Presidente Zapatero.
Es así que en el verdadero "Gobierno dentro del Gobierno" continúan en sus responsabilidades Ma Teresa Fernández de la Vega, Solbes, Rubalcaba, Moratinos, y Fernández Bermejo; gente capaz, preparada y fiel al presidente. Cerca de ellos pero en un nivel de menor relevancia, un grupo de técnicos igualmente preparados y sin un perfil político tan acusado: Miguel Sebastián, Bernat Soria, César Antonio Molina, Mercedes Cabrera, Elena Espinosa, y Elena Salgado. Luego, el paquete de los compromisos adquiridos y los impuestos por las federaciones, que de nuevo parecen jarrones sacados de un todo a 100: Magdalena Alvarez, Carme Chacón, Celestino Corbacho; lo mejor que puede esperarse de ellos es aquello del anuncio de compresas de hace unos años: que se no se muevan, que no traspasen y sobre todo, que no se noten. Por último las incógnitas, personas sobre las que incluso la mayoría de dirigentes del partido lo ignora todo: Bibiana Aído, Beatriz Corredor y Cristina Garmendia.
Lo más sorprendente con todo, es que Rodríguez Zapatero confíe la cartera de Defensa a una persona como Carmen Chacón. A primera vista, semejante nombramiento parece que sólo puede significar dos cosas: una, que Zapatero está convencido de que Defensa funciona con piloto automático; la segunda, que el desprecio del Presidente por el Ejército es absoluto. En uno u otro caso debería darse por descontado que los militares están perfectamente controlados, cuando algunos incidentes ocurridos en estos cuatro últimos años indican más bien lo contrario: el Ejército español sigue siendo un jardín donde los golpistas franquistas florecen con inusitada tozudez.
Que Zapatero no se llama a engaño ni sobre los militares ni sobre la nueva ministra se deduce claramente del nombramiento de Constantino Méndez como número dos del ministerio de Defensa, lo que en este caso equivale a decir como ministro real. Méndez es un hombre de largo recorrido en la Administración del Estado, y en su condición de ex delegado del Gobierno en Madrid tuvo que tratar y conocer a fondo a toda la jerarquía castrense. Será el ministro de facto, en tanto la Chacón se dedicará a conciliar la vida familiar y laboral y a lucir sonrisas de dentista privado en telediarios y papel couché.
En cuanto a los méritos acumulados por la señora ministra en su anterior destino, cabe decir que del paso de Carmen Chacón por el ministerio de la Vivienda no ha quedado nada, porque obviamente no estaba allí para hacer nada. Fue nombrada ministra para ocupar aquél ministerio durante unos meses, simplemente. Sólo cabe esperar que siga sin hacer nada, pues sólo faltaría que ahora le diera por tomar alguna iniciativa ("las chorradas de la Chaconcita", como adjetivó Manuela de Madre sus intentos de darle algún sello personal a la última campaña electoral del PSC), y acabara cabreando gratis a unos cuantos uniformados.
Qué decir de Celestino Corbacho, la otra "aportación" desde Catalunya al plantel del nuevo Gobierno español. De origen obrero, carente de bagaje político alguno durante el antifranquismo, sin preparación académica o política, Corbacho es el típico ejemplo de afiliado al PSC a finales de los setenta y principios de los ochenta que, por razones inexplicables, de repente se encontró subiendo una escalera automática hacia el poder, y ya nunca se ha apeado de ella. Realmente nadie que le conozca podría explicar cúales son los méritos que atesora éste hombre, para haber sido sucesivamente primero concejal y luego alcalde de Hospitalet de Llobregat, la segunda ciudad de Catalunya, más tarde presidente de la Diputación de Barcelona y ahora nada menos que ministro de Trabajo. Ocurre que alrededor de esta gente hay personas que simplemente hacen todo el trabajo, técnicos que cuidan de que todo funcione mientras el responsable político besa niños por la calle en campaña o conspira en su despacho para ir escalando posiciones.
De Corbacho, eso sí, algunos recordamos que en plena marejada antimaragallista impulsada desde los poderes fácticos de Madrid durante el Primer Tripartito, Pepiño Blanco le llamó por teléfono (a Corbacho, y también a algunos otros alcaldes del Baix Llobregat) para sondear las posibilidades de que en caso de que Maragall siguiera poniéndose tonto, romper el PSC y refundar el PSOE en Catalunya con Corbacho a la cabeza. Está en las hemerotecas. Dicen quienes saben de esto que Corbacho no dijo ni que sí ni que no, pero que se puso a disposición de Ferraz para lo que gustaran mandar. Ahora parece que ha obtenido una cierta recompensa por tanta fidelidad; también, que desde el PSC no han dudado en sacárselo de encima a la primera oportunidad.
Así se hace la Historia, y así se nombran algunos ministros.
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