A estas horas ya ha anochecido en Israel, y habrá comenzado por tanto la conmemoración del Día de la Shoah (catástrofe, aniquilación....) correspondiente a 2008.
Es un día de gran tristeza colectiva, de luto general y de recogimiento. El dolor llega más allá del ámbito personal y familiar, para extenderse a toda una comunidad formada por gente muy diversa (contra lo que algunos puedan pensar hay judíos creyentes y ateos, ricos y pobres, de izquierdas y de derechas, simpáticos y antipáticos... como en cualquier otro colectivo formado por seres humanos). A todos ellos les une, eso sí, el recuerdo de seres queridos que fueron asesinados simplemente por ser señalados como integrantes de ése colectivo variopinto y contradictorio, humano en suma, que llamamos "judíos".
Uno, que como habrán visto también comparte su pedacito de Holocausto a través de un familiar martirizado por las mismas bestias que asesinaron a millones de judíos durante el período más negro de la Historia de la Humanidad, se siente solidario con esa gente. Hace unos días un buen amigo, judío por más señas, me reconfortaba al decirme que entendía y compartía los sentimientos que me dominaban al ir desvelando el via crucis vivido por Mariano Carilla Albalá, el mismo via crucis que recorrieron los familiares de mi amigo en aquellos mismos años: "casi todos mis tíos y tías fueron asesinados entonces", me decía en un correo electrónico que guardo con cariño.
Así que desde ese sentimiento compartido, me atrevo a dirigirme a quienes hoy en Israel conmemoran este día y piensan en sus seres queridos violentamente arrebatados durante la Shoah, para que de alguna forma presionen a quienes dirigen su país a fin de que terminen de una vez por todas las muertes de inocentes en ése conflicto inacabable entre palestinos e israelíes.
No más niños destrozados en Palestina o en Israel, nunca más, por favor. Sería el mejor homenaje a los niños de mirada aterrorizada que desaparecieron para siempre en la Shoah.
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