La conversión de la política en espectáculo televisivo es un fenómeno relativamente reciente en España. Durante el franquismo y los gobiernos reformistas de la Transición, la televisión y en general los medios de comunicación oficiales fueron usados desde el gobierno como escaparates de las políticas desarrolladas y amplificadores de los mensajes que los grupos gobernantes querían trasmitir a la sociedad. El régimen de monopolio sobre los medios públicos eximía a los gestores de la propaganda gubernamental de realizar alguna clase de esfuerzo a la hora de ingeniar formatos para el masaje.
Fue a partir de la aparición de las televisiones privadas cuando la política comenzó a convertirse en un producto al que había que promocionar en televisión atendiendo a valores nuevos. El mensaje ya no era indiscriminado, sino que debía tener en cuenta la segmentación de un mercado dividido en grupos de afinidad ideológica, pero también en función de la edad, del nivel educativo y profesional, del lugar de residencia y otros ítems significativos; los horarios de emisión se convertían en fundamentales, y el perfil del público en cada "time" condicionaba el mensaje concreto que se emitía. En definitiva, la propaganda política entró de lleno en la batalla por la captación de audiencias.
Obviamente no se vende un mensaje político como si fuera un detergente. Pero no todos los expertos comunicacionales al servicio de las diferentes fuerzas políticas han aprendido esto simultáneamente. La importación fiel hasta el plagio de los modelos norteamericanos ha sido otra de las características negativas en la transmisión de mensajes políticos ha través de la televisión. Y por último, la creencia ciega en el sobado dicho de que "una imagen vale más que mil palabras" ha convertido la política televisada, especialmente durante los períodos electorales, en una sucesión encadenada y repetitiva de imágenes coloristas sonorizadas con un fondo de consignas reiteradas y aplausos enfervorizados. Ya no se explican programas porque se suponen que no interesan a nadie, al menos no a la audiencia televisiva: el político se limita a lanzar frases cortas y directas, capaces de ser retenidas por cualquiera y de ser recogidas inmediatamente como titulares por el resto de medios.
El masaje político se administra en dosis a menudo letales para la inteligencia tanto del que emite como del que recibe los mensajes. Al final, la comunicación entre el político y los ciudadanos se desnuda de cualquier otro interés y circunstancia que no sea la transmisión obsesiva de mensajes y gestos que conduzcan a la adhesión a través del voto.
En ese sentido, la repetición machacona de frases y la comunicación no verbal adquieren un papel preponderante, y terminan por aplicarse a todas las comparecencias públicas del político hasta convertirse en su forma de expresión habitual. Explica Alfonso Guerra en el primer volumen de sus memorias que tras uno de los últimos mítines que Felipe González dio siendo presidente del Gobierno español, le sorprendió ver que una vez dentro del automóvil en el que abandonaban aquella ciudad González seguía saludando como si ante las lunas del vehículo se agolparan los simpatizantes; obviamente el líder socialista continuaba con el piloto automático puesto tras el acto de masas, ajeno a la realidad circundante.
En síntesis, parece obvio que el medio televisivo y sus supuestas exigencias han perjudicado notablemente al mensaje político, especialmente al modo en que se transmite a las audiencias televisivas. La imposición de reglas formales y estrictas en el cómo se transmite parece haber tenido un papel destacado en la progresiva banalización del mensaje político en su globalidad.
Pero asimismo la televisión ha recibido una fuerte y destructiva influencia del mundo de la política, que la viene usando desde casi su aparición como monaguilla en su transmisión a las masas de mensajes estereotipados y reclamos de adhesión acrítica. La capacidad innata e ilimitada de producir alienación que tiene el medio televisivo –el medio más dotado para el masaje al que aludía McLuhan-, ha tentado siempre a los políticos, que han buscado por todos los medios el modo de ponerla a su servicio. De hecho, la política contemporánea se ha simbiotizado de tal modo con el medio televisivo, que ya se desenvuelve y existe casi exclusivamente en televisión.
Hoy la política ya no se "transmite" como antaño, hoy la política se "hace" en televisión y para la televisión. En ese sentido programas como "Tengo una pregunta para usted", con su remedo de "parlamento popular" y su falsa cercanía entre políticos y pueblo, son la avanzadilla de la nueva era en la transmisión de mensajes políticos en el medio televisivo.
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