Domingo 15 de abril, diez menos cuarto de la mañana, estación de Port Bou, Talgo Montpellier-Barcelona-Cartagena, vagón número 7.
Hace algunos minutos que el tren está detenido en la estación. De repente se abre una de las portezuelas del extremo del vagón, y dos hombres irrumpen en él con paso vivo mientras el que va delante nos espeta: "¡Buenos días, policía española, control de documentos!", con un tono de voz muy cercano al que colegas suyos empleaban al ordenar "¡Disuélvanse y circulen!" hace ya algunos años.
Inmediatamente la pareja comienza a requerir documentos de identificación. Vistos de frente, ninguno de ellos porta elemento visible alguno que le identifique como policía: ni placas, ni gorras, ni traza de uniforme habitual en los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado. Ambos visten chalecos deflectantes color pistacho que sólo en la espalda llevan rotulados "Policía española". Como digo, vistos de frente podrían perfectamente ser tomados por operarios de mantenimiento de las vías, por ejemplo.
De los dos, el que abre la marcha y parece actuar como jefe gasta unos modales autoritarios y secos. A un muchacho de aspecto nórdico -y que por tanto probablemente no entiende una palabra de castellano-, que está de pie en el pasillo entre los asientos sacándose la mochila de la espalda, le espeta un "apártate, que voy a pasar" que suena demasiado contundente. Dos mujeres latinoamericanas que intentan encontrar su asiento y le enseñan sus billetes, reciben como respuesta a su consulta un "eso pregúntenselo a los de la RENFE, yo soy policia" que las enmudece ipso facto.
El examen de los documentos de todos los pasajeros no dura en conjunto más de tres o cuatro minutos, y eso que el vagón está prácticamente lleno. El escrutinio de pasaportes o DNI carece de todo rigor: simplemente uno de los dos agentes lo toma en su mano, ojea algunas páginas al azar si es un pasaporte o le da la vuelta si es un DNI, y lo devuelve al propietario sin más.
Cuando llega junto a mí el segundo policía toma mi DNI, le da la vuelta y pasa la punta de un dedo un par de veces por una parte de su superficie, en un gesto cuyo significado se me escapa; tal vez busque restos de cocaína o de polvo de diamantes, o simplemente esté haciendo como que se interesa por mi documento. El caso es que mi DNI está renovado de hace apenas unos meses y se halla en perfectas condiciones, sin roturas ni manchas. Me lo devuelve sin comentarios.
Concluida su actuación los dos policías desaparecen sin más, sin siquiera haber dirigido una mirada a maletas y equipajes.
Parece legítimo pues preguntarse a qué viene este show. Porque si lo que se pretende es garantizar la seguridad en España mediante el control de las personas que atraviesan esta frontera, el modo precipitado y rutinario en que se ha realizado es simplemente una pérdida de tiempo y un generador de molestias para quienes lo hemos sufrido; ésta no es obviamente la manera correcta de detectar posibles amenazas a la seguridad colectiva.
Por lo demás, estando vigente el Espacio Schengen en Europa la existencia de controles fronterizos entre países miembros de la Unión Europea (UE) es, como mínimo, una inutilidad: todas las personas que viajan en este tren o bien no han salido de territorio Schengen (libre circulación interior en la UE) o bien han ingresado en territorio de la UE a través de otro país miembro, y por tanto han sido sometidos a controles fronterizos exhaustivos en ése punto.
En suma, acabamos de vivir una chapuza con la que simplemente se pretende cubrir el expediente.
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