En las primeras horas del 25 de abril de 1974, hoy hace por tanto exactamente 33 años, un coche patrulla de la policía portuguesa llamó a la central para comunicar un hecho insólito: en Largo do Carmo, una columna de tanques y blindados se hallaba detenida ante un semáforo, aguardando a que se pusiera verde aunque a esa hora no había casi circulación.
Un poco más tarde un joven capitán apellidado Salgueiro Maia entraba solo en los edificios ministeriales de la lisboeta plaza Do Comerço y, pistola en mano, desarmaba a toda la guardia presidencial y arrestaba al Gobierno en pleno, incluido su jefe, el dictador Marcelo Caetano, que salió a su paso vestido con pijama y batín de seda. El presidente títere, almirante Américo Thomaz, cuyo coeficiente mental al parecer rayaba en la oligofrenia, fue más listo que sus compinches y logró refugiarse en un cuartel de fuerzas adictas.
Aquello fue un golpe de Estado militar en toda regla, ejecutado con precisión y rigor impecables. Lo dieron jóvenes oficiales que habían servido en las colonias portuguesas combatiendo contra los movimientos africanos de liberación. Estaban hartos de aquella estúpidas guerras y hartos del no menos estúpido régimen que las causaba y sostenía, y que además tenía sumido al país en el atraso material y la miseria moral desde hacía décadas. Los jóvenes militares se agruparon en el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), cuyo carácter liberador y antifascista afirmaron desde el primer momento; su propósito era liberar Portugal de más de medio siglo de dictadura fascista, y lo consiguieron mediante una acción enérgica y audaz. Su movimiento, pronto jaleado con entusiasmo por multitudes enfervorizadas en Lisboa y otras ciudades, pasó a la historia como la Revolución de los Claveles.
La señal para el despliegue fue la emisión de una canción prohibida por el régimen, "Grándola, vila morena", del cantautor José "Zeca" Afonso, lanzada a través de las ondas de Radio Renaicença. El golpe encontró poco resistencia, pues el régimen postsalazarista estaba tan envejecido, podrido y aislado como su equivalente y coetáneo español.
La Revolución de los Claveles fue una fiesta, y muchos españoles se apuntaron gozosamente a verla de cerca y a participar directamente en ella. Se podía "ir a la Revolución en un "Dos Caballos" (entonces el coche más popular entre los jóvenes estudiantes y trabajadores españoles). El régimen franquista reacció con miedo, y de inmediato se desplegaron tropas en las fronteras con Portugal; probablemente se pretendía invadir el país vecino, pero EEUU y la OTAN no debieron dar luz verde a la operación.
En los meses siguientes al 25 de abril, la liberación convirtió Lisboa en una mezcla de verbena popular y laboratorio revolucionario mundial. Las fuerzas en presencia eran muchas y pugnaban entre sí desde múltiples direcciones. La presión internacional era fuerte (la OTAN llegó a hacer maniobras de bloqueo y desembarco delante del puerto de Lisboa). Pronto se encadenaron los intentos de golpe de Estado, en los que siempre participaba un sector militar aunque a menudo fueran inducidos por civiles: primero lo intentó la extrema derecha (coronel Neves), luego la derecha (mariscal Spínola), la extrema izquierda a continuación (Saraiva de Carvalho) y por último el propio Gobierno provisional de Vasco Gonzalves (comunista prosoviético). A menudo hubo enfrentamientos a tiros entre fuerzas militares, que se saldaron de manera poco sangrienta aunque sí hubo algunos muertos.
Todos los intentos de golpe fracasaron ante la oposición política y armada que les enfrentó el Grupo de los Nueve, de orientación socialista, coordinados por el comandante Melo Antunes (quien fue el verdadero cerebro del 25 de abril y no Saraiva de Carvalho, como se ha dicho reiteradamente sin fundamento). Finalmente el Grupo de los Nueve decidió convocar elecciones, y traspasar el poder a los civiles. Los partidos mejor organizados entonces (el PS de Mario Soares, el PCP de Alvaro Cunhal y el PPD de Sa Carneiro), pasaron a protagonizar la vida política portuguesa. Bajo las presidencias de los generales Costa Gomes y Ramallo Eanes, que convirtieron Portugal en una democracia parlamentaria occidental y prepararon su ingreso en las instituciones europeas, el MFA fue relegado a un papel decorativo y los militares perdieron rápidamente la condición de referentes políticos.
La Revolución pronto quedó reducida a un recuerdo romántico, tan abrumadoramente añorado como vacío de contenido real. Sin embargo muchas de las transformaciones que ha experimentado Portugal en los últimos años hubieran sido imposibles sin ella. El Portugal moderno, al igual que España, hubo de sacudirse primero el yugo de una dictadura decrépita pero aún dañina para poder incorporarse a la modernidad; la Revolución de los Claveles fue el instrumento de esa liberación.
Con todo, muchos portugueses –y otros que no lo somos- seguimos añorando aquellos días de vino, claveles y revolución socialista, aquella primavera lisboeta que floreció de repente al lado de casa. Pudo haber sido, y finalmente no fue; da igual, la seguimos amando del mismo modo y esperando que algún día vuelva para quedarse definitivamente. Porque Grándola, "terra de fraternidade", forma parte irrenunciable de nuestro sueño eterno.
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