martes, 24 de abril de 2007

Antonio Gamoneda, poeta del pueblo trabajador


El poeta Antonio Gamoneda nació asturiano y se crió en un barrio de ferroviarios de León. Vino al mundo en mayo de 1931, con las esperanzas recién pintadas de tricolor; debió ser una doble fiesta en la casa humilde, de gente trabajadora, donde vio la luz.

Explica él mismo que en su infancia y en su juventud vivió intensamente la experiencia de la pobreza, la represión y la muerte. Casi no tuvo formación académica. En los años cuarenta comienza a trabajar en una oficina, en aquella España provinciana miserable y asfixiante. Gamoneda descubre pronto la lucha, la resistencia contra toda aquella mierda. Y que la poesía es, como escribió Gabriel Celaya, otro poeta de combate de aquellos años, "un arma cargada de futuro".

Cinco décadas de poesía han encontrado reconocimiento en un premio Cervantes que se prestigia a sí mismo yendo a manos de un poeta venido de abajo, venido de "un silencio antiguo y muy largo", como cantaba Raimon en los años sesenta. Gamoneda rompió ese silencio, y su voz poderosa sigue convocando a los ofendidos de esta tierra y de otras para que se alcen sobre su dolor y esparzan su verdad.

No faltará algún imbécil que diga que el Cervantes se lo han dado a Gamoneda por rojo y por paisano de Zapatero. Allá ellos, los tarados por Dios y por España. A Gamoneda se la sudan. A nosotros también.

Uno de los poemas de Antonio Gamoneda resume de modo luminoso su experiencia de la vida y su pensamiento íntimo:

DESPUÉS DE VEINTE AÑOS

Cuando yo tenía catorce años
me hacían trabajar hasta muy tarde.
Cuando llegaba a casa, me cogía
la cabeza mi madre entre sus manos.

Yo era un muchacho que amaba el sol y la tierra
y los gritos de mis camaradas en el soto
y las hogueras en la noche
y todas las cosas que dan salud y amistad
y hacen crecer el corazón.

A las cinco del día, en el invierno,
mi madre iba hasta el borde de mi cama
y me llamaba por mi nombre
y acariciaba mi rostro hasta despertarme.

Yo salía a la calle y aún no amanecía
y mis ojos parecían endurecerse con el frío.

Esto no es justo, aunque era hermoso
ir por las calles y escuchar mis pasos
y sentir la noche de los que dormían
y comprenderlos como a un solo ser,
como si descansaran de la misma existencia,
todos en el mismo sueño.

Entraba en el trabajo.
La oficina
olía mal y daba pena.
Luego,
llegaban las mujeres.
Se ponían
a fregar en silencio.

Veinte años.
He sido
escarnecido y olvidado.
Ya no comprendo la noche
ni el canto de los muchachos sobre las praderas.
Y, sin embargo, sé
que algo más grande y más real que yo
hay en mí, va en mis huesos:

Tierra incansable,
firma
la paz que sabes.
Danos
nuestra existencia a
nosotros
mismos.

Antonio Gamoneda, Blues castellano, Gijón, Noega, 1982; en Edad, Cátedra, 1989.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ayer pude escuchar a viva voz un extracto de su discurso. Hoy lo he leído completo. Me emocionaron sus palabras que marchan por el mismo camino con que lo hiciera Camus en su prefacio de El revés y el derecho.
Desde la pobreza, tanto, que el libro con el que aprendió a leer, el único libro que había en su casa, era un librito de poemas escrito por su padre.
El sol es gratis, como diría el argelino.

Joaquim dijo...

En estos tiempos en que las clases trabajadoras han dejado de existir por decreto -todos somos "de clase media"-, seguro que más de uno se ha quedado boquiabierto al enterarse de que no sólo hay pobres, sino que algunos han llegado a ser poetas de renombre.

La vida es bella. A veces.