La profesión de cómico –es decir, de actor teatral dicho a la antigua usanza-, ha gozado siempre de un prestigio siniestro entre los elementos reaccionarios de nuestro país. Prueba de ello es que hasta entrado el siglo XX los cómicos no podían ser enterrados "en sagrado", al ser considerados gente de vida licenciosa y por lo común sostenedores de ideas disolventes para el orden social establecido.
En ese sentido Fernán Gómez ha sido un cómico arquetípico, además de un actor, director, guionista y escritor de enorme talla. Durante más de medio siglo el teatro y el cine españoles han gozado de su creatividad y solvencia, y sobre todo de ese talante –como se dice ahora- que Fernando dejó impreso en su obra, impregnada por entero con el fuerte espíritu lúcido y crítico de su autor. Al cabo, y por encima de todas las cosas, Fernando Fernán Gómez ha sido un sólido intelectual, cuyas historias representadas o contadas han hablado siempre, y en en ocasiones con crudeza, de la realidad social española.
Entre el joven espigado y pelirrojo que en los años cuarenta debutó en el cine, haciendo de novio frescales pero con buen corazón en aquellas películas tontorronas que se rodaban durante el primer franquismo, y el anciano que se despidió de las pantallas con su maravillosa composición en "El abuelo", retrato preciso del crepúsculo de toda una clase social –la aristocracia rural norteña-, Fernán Gómez interpretó todo tipo de personajes y a todos se entregó con honestidad insuflándoles vida y veracidad. Nunca rechazó una propuesta de trabajo, porque humildemente consideraba que él no era quién para rechazar nada; a todo papel que representó supo sacarle jugo e interés, en ocasiones incluso por encima de las posibilidades del guión.
Ya en los años cincuenta comenzó a dirigir, tomando el control completo de sus realizaciones. Así, el cine y el teatro dirigidos por Fernán Gómez tuvieron siempre un sello especial, analítico y crítico sin catecismos ni envaramientos. Nadie como Fernán Gómez ha narrado la vivencia de la guerra civil por quienes quizá más directamente la sufrieron, las clases populares urbanas. En ésa extraordinaria pieza teatral que es "Las bicicletas son para el verano", que luego llevó al cine Jaime Chávarri con acierto y buen elenco de actores, se dibuja con emoción auténtica, sin concesiones sensibleras ni discursos mitineros, la historia de una familia cualquiera en un Madrid al que el cerco fascista convirtió a su pesar en "capital de la gloria".
Rojo impenitente y a la vieja usanza, sus amigos fueron gente de farándula y convicciones de izquierda. Con Adolfo Marsillach y Alfonso Guerra, caracteres por lo demás muy similares al suyo, formó un trío que sólo la muerte pudo disolver. Durante muchos años, por lo demás, le han acompañado el cariño, los cuidados y la discreción de Emma Cohen.
Personalmente siempre recordaré a Fernando Fernán Gómez por su papel en "El amor del capitán Brando", donde interpretaba a un republicano exiliado que retornaba, cincuentón y cansado, a su pueblo castellano, y donde se iba a la cama nada menos que con la Ana Belén de los sueños adolescentes de tantos de nosotros.
Para la historia de la coherencia personal e intelectual, en fin, quedará su último gesto, cuando ya viejo y enfermo y sin siquiera poder hablar presidió en silla de ruedas la lectura del manifiesto contra la guerra de Irak, en el centro de aquella tribuna repleta tras la macromanifestación madrileña que mostró al mundo el sentimiento del pueblo español contra el aventurerismo imperialista de Bush y Aznar.
Fernando Fernán Gómez, de oficio cómico, el mejor durante mucho tiempo y acaso el último, que descanses en paz.
2 comentarios:
Aunque se que todos tenemos que desaparecer algún dia, es una pena que hombres tan grandes y tan ejemplares como Fernando Fernán Gómez desaparezcan.
Descanse en paz.
Pues sí, Marian, sobre todo quedando tanta gente mala en este país; algunos incluso octogenarios, como cierto caballero gallego que sirvió en primera fila al régimen terrorista de Franco.
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